LA FRASE

"VOLVÍ PARA OFRECERLE AL PRESIDENTE MI COLABORACIÓN PARA RESOLVER EL PROBLEMA DE LOS CANDIDATOS QUE PROPUSO PARA LA CORTE." (FABIÁN RODRÍGUEZ SIMÓN)

jueves, 5 de abril de 2018

BRASIL, EL PASADO ENTRE NOSOTROS


La decisión del Supremo Tribunal Federal de Brasil de denegar el habeas corpus presentado por la defensa de Lula dejándolo al borde de la cárcel y la proscripción electoral arranca el último girón que le quedaba a la maltrecha democracia brasileña; y pone un enorme signo de interrogación sobre el futuro de la democracia en todo el continente.

En el proceso que condujo al fallo la derecha brasileña (operando dentro y fuera del gobierno) no se privó absolutamente de nada: una acusación absurda y totalmente carente de pruebas de un Bonadío de allá, construida con escuchas ilegales de la policía federal, un golpe parlamentario contra Dilma Rousseff por cambios al presupuesto que han hecho todos los gobiernos, el salvajate judicial de los verdaderos corruptos (entre ellos el golpista Témer, por el propio Superior Tribunal Federal) con pruebas mucho más evidentes en su contra, el asesinato de la militante social Marielle Franco por las fuerzas de seguridad, la militarización del país y la amenaza directa de sectores influyentes de las fuerzas armadas de dar un golpe, si Lula no era encarcelado y se le permitía participar de las elecciones.

Con su proscripción, Brasil se asoma aun más al abismo de una crisis de alcances imposibles de prever hoy, porque queda por ver cual será la reacción social del pueblo brasileño; y el sistema político queda vaciado de legitimidad y más inestable aun de lo que nunca ha sido, en un proceso perfectamente asimilable al que vivió la Argentina entre 1955 y 1973, con la proscripción de Perón y el peronismo: el candidato más popular, el que todo indicaba ganaría las elecciones incluso en primera vuelta, se ve impedido de participar de ellas; por un golpe judicial construido bajo la amenaza en su tramo final de otro golpe militar puro y duro. Es posible que hoy estén empujando una solución como la del Estatuto Fundamental de Lanusse de 1972, para forzar al PT y sus aliados a elegir otro candidato,ir a las elecciones (convalidando así la propscripción de su líder) y eventualmente, perder.

Más allá de eso, a partir de hoy y por mucho tiempo, lo que existe en Brasil ya no es una democracia, y lo que la democracia brasileña sea en el futuro dependerá de lo que hagan los basileños, pero también de lo que los poderes reales (la burguesía paulista, los grandes empresarios y sus ramificaciones en la política, los medios hegemónicos, la casta judicial, las fuerzas armadas) quieran y permitan que sea: una democracia editada en la tapa de los diarios, custodiada por las bayonetas, limitada por los mercados y amenazada por la cárcel dispensada dispensada discrecionalmente por jueces impresentables.

La sola posibilidad de que la dinámica del propio proceso llevase a Lula en un eventual gobierno a profundizar el rumbo respecto a las anteriores gestiones del PT y sus aliados, yendo por las transformaciones pendientes (más allá incluso de las intenciones reales del propio Lula de que eso pasara efectivamente) llevó a la derecha brasileña (tosca y brutal, como todas las derechas) a utilizar todas las armas a su alcance para impedirlo, persuadida como estaba de su derrota electoral. 

Para lograrlo, cuando la corporación judicial titubeaba en la aplicación de una "doctrina Irurzun" a la brasileña (por el poder residual de Lula para ganar elecciones), exhumó el fantasma del golpe militar y nos recordó a todos (no solo a los brasileños) que para ellos la democracia es algo que nos permitieron, un "juguete" con el que entretenernos, mientras no los jodamos en sus intereses, mientras no se avance en determinados terrenos, mientras no nos metamos con determinadas cosas.

Y no es que los gobiernos de Lula o Dilma (sobre todo éste) hayan sido de los más irritantes para ellos en ese sentido, o los que más lejos fueron en producir transformaciones estructurales, ni mucho menos; pero no están dispuestos a conceder ni siquiera eso, y apelarán (porque ya apelaron) a cualquier medio para defender sus intereses y privilegios; incluso al riesgo de colocar la presidencia en manos de un Berlusconi de cabotaje ensamblado de apuro (Bolsonaro), que de llegar al gobierno no puede ser sino un títere en manos de los que verdaderamente mandan; y al riesgo más cercano de provocar un estallido social.

Pero la proscripción de Lula (más importante aun para la derecha que su propia cárcel) no solo tendrá efectos en Brasil: su candidatura y su casi seguro triunfo eran vistas por las fuerzas populares de la región como una señal de cambio de ciclo, y la posibilidad de abrir una nueva etapa en la que desplazar por las urnas del poder a las derechas que fueron recuperando posiciones; tanto como de retomar el camino de la integración regional sobre bases políticas firmes, en un mundo cada vez más complejo y hostil.

De allí que no extrañara que las mayores solidaridades y apoyos para Lula hayan provenido de quienes compartieron con él la "diplomacia presidencial" de la primera década del siglo, de la surgieron instituciones como la UNASUR o la CELAC, que hoy languidecen: Cristina, Correa, Mugica (entre quienes no están en el gobierno), Maduro o Evo Morales, cada uno a su turno, cerraron filas con el líder del PT con clara conciencia de lo que estaba en juego.

Por contraste, gobiernos lamentables como el nuestro (que fue el primero que se apresuró a reconocer al golpista Témer, a horas de haberse instalado en el Planalto), limitan la integración regional a una simple unión aduanera, que incluso se proponen desguazar llevando adelante el acuerdo de libre comercio entre la Unión Europea y el Mercosur; que si no se ha concretado aun ha sido más por las resistencias de los europeos, que por las incondicionales claudicaciones de las derechas latinoamericanas en el poder.

Pero lo más grave de todo es -sin dudas- el golpe mortal a la democracia asestado en Brasil, con impacto continental: los argentinos venimos asistiendo desde diciembre del 2015 a un proceso de degradación constante de nuestros valores democráticos, y del piso común trabajosamente construido desde 1983 para acá: no es necesario historiar los hitos del proceso, conocidos por todos. Sabemos de lo que se trata, por historia y por presente.

Ahora, el gigantesco espejo brasileño nos devuelve el rostro de un pasado que creíamos enterrado para siempre, pero que de una u otra forma se empeña en volver. De nosotros  (acá, en Brasil, en todo el contienente) dependerá que lo logre o no.  

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