Conocedor como pocos de que la política es
una disputa por la construcción de sentido social (al fin y al cabo, fue eso lo
que lo llevó al triunfo), el macrismo se dedicó desde el primer día de su
gestión al “revisionismo histórico”·de la experiencia kirchnerista en todos sus
planos; en especial el económico.
Desde la
“emergencia estadística” al “apagón”, pasando por la progresiva reformulación
de todos los indicadores oficiales, fue desplegando un plan tendiente a
demostrar que el kirchnerismo no había sido una “década ganada”, ni mucho
menos: a falta de una crisis real en la abrir su mandato, hubo de inventar una
para justificar las políticas que pensaba aplicar.
Claro que la fe en
esas políticas estuvo bastante por encima de su eficacia, si hemos de creerles
que las intenciones anunciadas (como llegar a la “pobreza cero”) eran reales, y
no meros slogans de un gobierno en campaña electoral permanente: el propio
Macri anunció que los niveles de pobreza que determinó su INDEC al cierre del
kirchnerismo (con el decisivo ocultamiento de un semestre donde el
levantamiento del “cepo” y la devaluación consiguiente impactaron de lleno)
eran el único punto de partida desde el cual aceptaría ser juzgado al terminar
su gestión; según lograra bajarla o no.
Lo cierto es que
más allá de lo que él diga, el voto siempre termina siendo una especie de
balance sobre la situación del país al momento de meter el sobre en la urna: si
está mejor o peor que la última vez que uno lo hizo, para elegir al/la que lo
gobierne.
Y desde esa
perspectiva, ahora nos dicen que ya podemos saber que Macri tendrá más meses de recesión que de crecimiento, y que con toda certeza dejará un PBI más chico que el que tenía el país cuando lo gobernaba Cristina.
Es decir, la
recesión será más larga y pronunciada, la caída del PBI mayor, y el PBI per
cápita será menor que el que había en el 2015; todo eso sin ponernos pesimistas
en extremo, ateniéndonos a “las proyecciones y consensos del mercado”, o dando
por buenos los números del INDEC.
No está de más
recordar en este punto que esos “consenso” arrancan siempre optimistas, para
seguir luego con incertidumbre, y empezar de a poco a dejar escapar el
pesimismo, o en rigor, las estimaciones más acercadas a la realidad; para salvar
la ropa y poder seguir participando de la torta de los contratos con el Estado,
o el favor de los medios.
Ni hablar de cómo
se ensombrecen las perspectivas si consideramos otros indicadores relevantes,
como la evolución del empleo (desempleo, despidos, precarización), el salario y
las jubilaciones, su poder adquisitivo, los niveles de protección social o la
distribución del ingreso.
O si ingresamos en
el terreno de las percepciones individuales, o las ponderaciones de la
situación objetiva de cada uno y su círculo social, familiar, de afectos; ahora
y de acá al momento de las elecciones.
Como sea, a poco
menos de un años de las elecciones y a nueva meses de las PASO (que pueden
llegar a funcionar en la práctica como una primera vuelta), se puede saber que
cuando votemos y aún después, cuando Macri se vaya, dejará un país peor que el
que recibió de Cristina.
Se podrá discutir cuanto peor, o en que será peor,
y cada uno tendrá su propia visión al respecto. Pero no hay dudas que será
peor, y eso no es un es un dato menor.
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