LA FRASE

"ESTADOS UNIDOS ES UN PAÍS LIBRE, ALLÁ UN TIPO DE PIEL NARANJA PUEDE SER PRESIDENTE DOS VECES, NO COMO ACÁ, QUE YO NI PUDE SER GOBERNADOR." (MIGUEL DEL SEL)

miércoles, 11 de septiembre de 2013

PIÑERA ADHIERE A LA TEORÍA DE LA NACIÓN: A ALLENDE NO LO DERROCARON CON BALAS DE PLOMO


Tal cual ven en la imagen de apertura el presidente de Chile, un par de días antes de cumplirse los 40 años del golpe de Estado que derrocó a Allende (que se cumplen hoy) parece suscribir plenamente la teoría que hace poco ensayara La Nación en un editorial ya célebre, sobre el golpe del 55' contra Perón:  Allende habría caído víctima de sus propios errores, más que fruto de una conspiración urdida pacientemente por una derecha criminal, desde el mismo día en que ganó las elecciones presidenciales. 

Obsérvese que Piñera (en lo que algunos podrían interpretar como un guiño a la derecha pinochetista, luego de haber exigido antes que los medios hicieran su autocrítica por haber apoyado el golpe de Pinochet) ni siquiera condena explícitamente la interrupción del orden constitucional: simplemente deplora las violaciones sistemáticas contra los derechos humanos cometidas por la dictadura chilena; claro que con la distancia que 40 años, la corrección política y la muerte del ex dictador (y senador vitalicio hasta allí) imponen.

Lo condenable son las violaciones a los derechos humanos, y no toma del poder democrátrico por la fuerza (bombardeo de La Moneda y muerte del presidente incluidos), como si una cosa se pudiera disociar de la otra; y como si los que estaban dispuestos a dar un paso -en aquéllos años de plomo- iban a dudar en dar el otro.  

Sirvan las palabras de Piñera (en perfecta comunión ideológica con el editorial de la tribuna de doctrina mitrista) para calibrar las verdaderas credenciales democráticas de la derecha en América Latina: al justificar los golpes del pasado (porque eso es lo que hace Piñera: si Allende quebrantaba normas, el propio sistema constitucional contenía los remedios), nos están diciendo que -llegadas las circunstancias, y si fuera necesario- lo volverían a hacer. 

Probablemente (no seguramente) sin repetir los horrores del pasado, porque ya no se pueden ocultar -en todo caso tratan de minimizarlos, o restarles trascendencia en orden a las responsabilidades penales, en nombre de la "reconciliación"-; o porque la brutalidad de aquellos centuriones de la muerte hoy no es de buen tono.

Pero en buena medida el drama de las democracia del continente es que las élites no pudieron soportar la competencia democrática con reglas de juego leales, y aceptar someterse a sus resultados.

Si logran articular alternativas electorales potables (como pasó en Chile, y sucede en otros países), y pueden acceder al poder por la vía legal, mejor.

Si no, intentarán el entrismo ideológico y el tráfico de proyectos de contrabando en las fuerzas políticas que ganen las elecciones (como pasó acá en el menemismo), o condicionarán a los gobiernos apelando al fantasma de los mercados, el golpe económico o los medios hegemónicos.

Pero nunca se arrepienten, aunque exijan autocrítica, diálogo, consenso y respeto por las instituciones republicanas.

Son lo que son, está en su naturaleza y no pueden evitarlo; más tarde o más temprano termina aflorando.

Como en el editorial de La Nación, o en el discurso de Piñera.

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