Macri prometía en campaña que iba a mantener
lo bueno del kirchnerismo y a terminar con lo malo, y que con él en el gobierno
todos íbamos a estar todos los días un poco mejor: la famosa “revolución de la
alegría”, que se contraponía con “la campaña del miedo”. Le dio buenos
resultados electorales entonces, pero ya instalado en la Casa Rosada, la
realidad se impuso por su propio peso: el despliegue su proyecto político y -sobre todo- económico fue todo lo malo que se suponía, y mucho más.
Vista en perspectiva hoy, la “campaña del miedo” parece tibia: cualquiera sea el indicador macro o micro económico o de medición de la situación social que se tome, el país ha retrocedido décadas en poco más de dos años y medio. No hace falta abundar al respecto, basta con leer los diarios todos los días, aun en medio de un espeso blindaje mediático a la gestión de “Cambiemos”.
Vista en perspectiva hoy, la “campaña del miedo” parece tibia: cualquiera sea el indicador macro o micro económico o de medición de la situación social que se tome, el país ha retrocedido décadas en poco más de dos años y medio. No hace falta abundar al respecto, basta con leer los diarios todos los días, aun en medio de un espeso blindaje mediático a la gestión de “Cambiemos”.
Precisamente cuando
las evidencias de la crisis fueron tan notorias que ya no podían negarse, el
gobierno comenzó a cambiar el discurso “optimista” de la campaña, apelando a
generar una épica de la malaria: como el “estamos mal pero vamos bien” del
menemismo, Macri recicló el viejo mito del neoliberalismo que reclama
sacrificios y privaciones presentes, para poder gozar de futuros prósperos que
además, son cada vez más lejanos, inciertos y brumosos. Y por supuesto,
desplaza hacia fuera las culpas de la situación creada por su gobierno y sus
políticas, en todas direcciones: la pesada herencia, “se robaron todo”, el
contexto internacional o algún maleficio de origen inexplicable que siempre
afecta las chances de los “gobiernos serios”.
Sin embargo tanto
despliegue tiene por objeto ocultar que aun en medio de una crisis gravísima
como la que atraviesa la Argentina, hay gente que la está pasando muy bien, o mejor
dicho: por la magnitud de la crisis, es que a algunos (pocos) les está yendo
muy bien, y no tanto porque sean inmensamente talentosos o grandes
emprendedores, sino porque el gobierno inclina la cancha para ellos, con las
decisiones que toma. Lejos está la realidad del discurso oficial que nos propine que "todos cedamos un poco en beneficio del conjunto".
He allí otra de las
grandes trampas del liberalismo económico, cuando nos habla de la apertura, la
desregulación, la disminución de la intervención del Estado y la correlativa
ampliación de la libertad de los mercados: el Estado siempre interviene,
regula, orienta y distribuye las cargas
y los beneficios, por acción o por omisión. La cuestión es en beneficio de
quienes, y en perjuicio de quienes otros.
Y en el modelo
puesto en marcha por “Cambiemos”, los perjudicados superan ampliamente en
número a los beneficiados, de allí que las tensiones sociales y políticas van
en constante aumento: pese a los pases mágicos de Durán Barba, la derecha sigue
sin resolver el dilema de desplegar un proyecto que favorece los intereses de
una ínfima minoría, logrando que sea legitimado, aceptado y tolerado por las
grandes mayorías; sin romper los bordes de una democracia formal. De allí que
los esté tensionando permanentemente, moviéndose constantemente en los límites
mismos del estado de derecho, con irrefrenable tendencia a salirse de ellos.
Si hubiera que
enumerar a los grandes ganadores del modelo, habría que empezar por los bancos:
el macrismo dispuso un combo de medidas desreguladoras del mercado financiero
(como la eliminación de los “techos” para las tasas que cobran, y de los
“pisos” para las que pagan a los depositantes), de resultas de las cuáles sus
ganancias crecieron en forma exponencial, un 93 % en términos nominales
interanuales según se supo esta semana.
Pero además de eso,
en un modelo de valorización financiera para la fuga de capitales, los bancos
tienen todo para ganar, interviniendo en las colocaciones de deuda del Estado
(nacional, provincial, municipal), en el desarrollo de productos financieros
alentados desde el Estado (como los préstamos hipotecarios indexados por UVAS)
y hasta en la suscripción de deuda y bonos del Estado, como las LEBACS o LETES.
El gobierno de Macri ha llegado al extremo de remunerarles los encajes, algo
insólito y sin precedentes en el mundo.
Seguirían luego los
sectores agroexportadores y del campo privilegiado, en los que además la
financiarización del negocio es creciente en un doble sentido: recogen capital
disponible para ser colocado en una inversión rentable, y generan excedentes colosales, que luego
son reciclados en la bicicleta financiera y la fuga de capitales.
Ese panorama
halagüeño para el mundo conocido semánticamente como “el campo” tiene su origen
en sus ventajas comparativas, tanto como en decisiones concretas y puntuales
del gobierno de Macri: la eliminación o reducción de las retenciones, la
supresión de toda forma de cupo o restricciones a las exportaciones , la mega
devaluación y, por supuesto, la total eliminación de la obligación de liquidar
en el país, las divisas provenientes del comercio exterior. Otra vez,
decisiones estatales concretas que le dan una ayudita a “la mano invisible del
mercado”.
Precisamente en
este punto (que como vemos, acaba de ser enfáticamente ratificado por
Etchevehere) nos queremos detener: con un modelo económico que no resolvió la
restricción externa de la economía argentina sino que, por el contrario, la ha
agravado drásticamente, el macrismo sigue empecinado en cegar la única fuente
de ingreso genuino de divisas al país, cerrado el grifo del endeudamiento
externo, y sin que la “lluvia de inversiones” siga sin siquiera aparecer en el
horizonte.
Al mismo tiempo y
corrido por las exigencias de las durísimas metas fiscales a que se auto-obligó
con el FMI, diseñó a las apuradas un esquema de retenciones “pesificadas” que
se van licuando con el ritmo de la devaluación; lo que no es sino una
invitación al sector par demorar ventas, retener cosecha y demorar aun más la
liquidación de divisas, para maximizar sus ganancias, esperando que el dólar
siga subiendo. Es tan fuerte la alianza del macrismo con uno de sus principales
apoyos, que tutelando sus intereses a ese extremo está poniendo en riesgo
la estabilidad del conjunto del sistema, colocándolo a las puertas de un
default, una crisis del sector externo o ambas cosas al mismo tiempo; y ni
siquiera ante esa perspectiva se plantea la posibilidad de volver sobre sus
propios pasos.
Cerrando el podio
de los grandes ganadores del modelo, aparecen las petroleras y generadoras de
energías, cuyas ganancias crecieron exponencialmente en estos 33 meses -para
variar- por un combo de decisiones estatales inspiradas no en la tutela del
interés público, sino en la de sus intereses sectoriales: la dolarización de
los precios de la generación en niveles que superan con creces el promedio
internacional, abundantes subsidios estatales(que siguen creciendo y
comprometen las propias metas fiscales del gobierno, como advertíamos acá), más
una licuación de los costos laborales, a través de convenios flexibilizadores
como el de Vaca Muerta.
A su vez y en tanto
exportadores, les caben las mismas generales de la ley que al “campo”: los han
favorecido la devaluación, la eliminación de las retenciones y de todo cupo a
las exportaciones, u obligación de abastecer previamente el mercado interno,
todas decisiones -para variar- del Estado conducido por Macri. Y al igual que
con el campo, el gobierno parece decidido a sostener los subsidios estatales al
sector, aun en medio de un brutal ajuste fiscal que genera tensiones sociales, y lo
coloca en situación de riesgo político y electoral.
Dicho esto,
volvamos para concluir al revés de la trama, que es el que padecemos a diario:
la ruptura de la cadena de pagos y el aumento de cheques rechazados por el
encarecimiento del financiamiento empresario por tasas astronómicas, la caída
en las ventas y la suba en los costos por las tarifas, los demenciales aumentos
de los combustibles, el gas y la luz, la inflación persistente y en alza en los
artículos básicos de consumo de la canasta familiar; y sus consecuencias:
deterioro del poder adquisitivo de los salarios, caída en picada del consumo,
pérdida de puestos de trabajo, mayor precarización laboral, destrucción de
capital de trabajo, incremento acelerado y exponencial de la pobreza.
No se trata -como
nos quiere hacer creer Macri- de fenómenos inevitables desatados por las
fuerzas de la naturaleza o eventos ajenos al control de su gobierno; sino de consecuencias lógicas y previsibles (tanto, que
fueron advertidas) de decisiones que tomó conciente y deliberadamente su administración. Porque aunque lo quiera ocultar, cuando decidió quienes iban a
ganar, estaba decidiendo también quienes íbamos a perder: nunca tan cierto(y en
más de un sentido) aquello de que en la vida hay que saber elegir.
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