Para esta altura del partido electoral (a
días de las PASO) el gobierno esperaba que la economía mostrara algunos
indicadores de recuperación, o que los ansiolíticos “populistas” que intentó
dispensar como en las legislativas del 2017 dieran resultados, pero no sucedió:
la inflación sigue en niveles altos, aumentaron muy fuerte la pobreza y la
indigencia, siguen los despidos y cierres de empresas, y el derrumbe de la
actividad productiva en general; y para peor, en la semana previa a que los
argentinos votemos por primera vez este año en elecciones nacionales, el dólar se dispara.
También para esta
altura (en los días inmediatamente previos al comicio) todos -oficialistas y
opositores- esperaban que la maquinaria duranbarbista sacara algún conejo de la
galera para revertir las expectativas y los números que marcan la mayoría de
las encuestas, y volviera a sorprender cambiando los ejes de la campaña.
Tampoco sucedió: el inicio del tramo decisivo de la campaña sorprende al
macrismo con un mensaje deshilvanado, contradictorio, dando bandazos y palos de
ciego, sin terminar de acertar el blanco.
Así por ejemplo la
campaña comenzó con la exteriorización de la intención del gobierno de suprimir
las PASO por costosas (bandera que abrazaron con fervor los empresarios más
poderosos del país, que lo apoyan explícitamente), termina con el mismo
gobierno y su red de comunicadores adictos llamando a la participación el domingo, para que los indecisos de ir a
votar vayan; creyendo que de ese modo mejoran sus chances.
Una serie de
continuos derrapes cambiando el foco de los cañonazos porque tenían la pólvora
mojada (como el presunto marxismo de Kicillof, o intentar resaltar las
contradicciones de Alberto Fernández con su pasado), terminaron con el bizarro
llamado del presidente en las redes sociales a sus votantes para que lo voten
sin miedo ni vergüenza, y además convenciendo a otros de que lo hagan, sin dar
argumentos ni explicaciones.
Insólito (o no
tanto): así como la “revolución de la alegría” vino a terminar en gente
crispada planteando la elección como una disyuntiva entre la continuidad y la
ruptura de la democracia, la “campaña vietnamita” que iba a girar en torno a
mensajes microsegmentados para cada auditorio, o el presidente que golpeaba el
asfalto para convencer con la evidencia incontrastable de las obras ejecutadas
por su gobierno, termina nen una apelación no ya a las emociones por encima de
los fundamentos lógicos del votante, sino a la pura y simple irracionalidad: votáme porque yo te lo digo, y listo.
Es tan profundo el
derrape conceptual de un macrismo extraviado en su hoja de ruta electoral, que
el propio llamado de Macri termina admitiendo casi explícitamente que votarlo
es un acto vergonzante, y que no existen argumentos valederos para hacerlo, por
lo que termina siendo una decisión inexplicable. Lo dice él, no nosotros.
Y si se llama a
prescindir de los argumentos es porque no los hay (lo cual dice todo sobre la
gestión de gobierno), y si pide que no se den explicaciones del voto, es porque tampoco
existen: esto último en todo caso es perfectamente coherente con el estilo
impreso a la gestión de un gobierno desastroso, reacio a dar cuenta de sus
propios desaguisados.
Por otro lado, la
principal oposición exhibe una campaña mucho mejor articulada que la del 2015
para la misma instancia, y que termina mejor de lo que empezó: la diversidad de
sectores que confluyeron en el “Frente de Todos”, presentada al inicio como una
debilidad para transmitir un mensaje unívoco y coherente, terminó siendo una
fortaleza para llegar con mensajes de tonos distintos, a públicos distintos.
Comenzando por
Cristina (el principal activo electoral del FDT), que con las presentaciones de
su libro por todo el país galvanizó el entusiasmo del voto kirchnerista, lo que
se tradujo en una ola militante durante la campaña, y en el deseo redoblado de
fiscalizar el domingo; lo cual es a su vez esencial para abortar el fraude
informativo que pergeña el gobierno.
Siguiendo por
Alberto Fernández, que se fue construyendo como candidato con el paso de las
semanas; comprendiendo que ya no estaba colocado en el rol de operador en el
que debe interactuar con los actores institucionales, sino en el de alguien que
debe interpelar a los ciudadanos comunes, para que lo voten. Encontró el tono
(distinto al de Cristina), el discurso, los temas; y puso al gobierno a hablar
de lo que no quería, como la economía, las LELIQ’s y las jubilaciones.
Y terminando por
Kicillof, el principal fenómeno emergente de la política argentina desde el
2015 para acá, y al que habrá que prestarle atención en el futuro: con el piso
de de votos de partida que le daba su indentificación con el kirchnerismo y con
Cristina, fue construyendo su candidatura desde abajo y por el territorio, a la
usanza tradicional; con un perfil que puede incluso atraer a quienes no votaban
al kirchnerismo. Tanto éxito tuvo, que si las encuestas se confirman, va a
destronar a Vidal, la principal pieza electoral del armado macrista; que al
igual que Macri encaró completamente desencajada y sin poder centrar el foco,
el tramo final de la campaña.
Pero hasta acá lo que tiene que ver con la campaña, que es solo una parte (y no la principal) de las razones que determinan el voto. Fracasado como
proyecto económico y social (en términos de los intereses de las grandes
mayorías nacionales, claro está), el macrismo parece haber entrado en una fase
de default político de la que los desvaríos comunicacionales de las últimas semanas no son sino la expresión visible: mientras por un lado se esfuerza por alistar en orden de batalla a todos sus apoyos políticos y económicos visibles del país y el exterior, por el otro ha perdido hace tiempo la capacidad de interpelar a la sociedad para sostener el caudal de votos que lo llevaron al poder, y su mensaje está obsesivamente centrado en retener al núcleo duro, señal que de que van perdiendo.
Un default político que, claro está, debe ser refrendado en el plano electoral: ninguna
elección está ganada hasta que no se abren las urnas, y se cuentan los votos. Y
en tiempos macristas de Smartmatic y fraude informativo, hasta que no se
conozca el escrutinio definitivo.
Porque a días de la
elección se sigue discutiendo el mecanismo de escrutinio provisorio en un marco
de absoluta desconfianza de las fuerzas opositoras por la transparencia y
confiabilidad del proceso, como no se registra desde la restauración
democrática en 1983; y todo porque el gobierno sabe que pierde, e intenta
desesperadamente manipular la información sobre los resultados, y si le fuera
posible, los resultados mismos; para retrasar cuanto pueda lo inevitable.
Resta entonces
comenzar a asestarles los golpes decisivos, comenzando por el domingo; en una
elección marcada por la polarización política y social como no se veía otra
-quizás- desde 1946; como tampoco se veía desde entonces, desde los tiempos de
“Braden o Perón”, una injerencia tan abierta y descarada de los Estados Unidos
en nuestras disputas políticas. El desafío es demostrarles entonces que la cosa
va a terminar igual que terminó en esa oportunidad. Tuits relacionados:
Jodéme que la elección viene polarizada, no existe más la ancha avenida del medio y es negocio polarizar porque en ese marco podés ganar con el 45 % sin importar la diferencia. Todos los días se aprende algo, @Lupo55— La Corriente K (@lacorrientek) August 5, 2019
Pierden. Lo dice cada cosa que hacen y dicen. Están sacados porque pierden. Y feo.— La Corriente K (@lacorrientek) August 5, 2019
Se escribe "No es necesario dar argumentos ni explicaciones", y se lee "No me los pidan, porque no los pienso dar".— La Corriente K (@lacorrientek) August 5, 2019
De los creadores de "Los Kukas son todas focas aplaudidoras con el cerebro lavado" llega "Votemos a Mauricio sin argumentos ni explicaciones".— La Corriente K (@lacorrientek) August 5, 2019
- "Cómo presidente sólo aceptaré ser juzgado por si logré reducir la pobreza"— La Corriente K (@lacorrientek) August 5, 2019
- "Durante su mandato creó cuatro millones y medio de nuevos pobres"
- "Vótenme sin argumentos ni explicaciones"
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