Por Sandra Viñas
“Frívola y casquivana, guante de seda en mano de hierro…”
Waldo Ansaldi
Propongo este breve ensayo como un ejercicio de reflexión en vista a los movimientos generados en el tablero político santafesino, producto del proceso que se desarrolla por estos días, en el escenario electoral.
Los procesos electorales son una clara manifestación de organización del poder. Por un lado el grupo político o elite que se instala en el sistema de gobierno y pretende perpetuarse y por otro lado el poder de las organizaciones políticas que tiene claras intenciones de desplazar a la elite gobernante y ocupar espacios institucionales. Entiendo y me parece adecuado avanzar en el análisis de los movimientos endógenos que se dan en estos procesos en relación a los que ejercen el poder en el Estado y quienes pretenden alcanzar este objetivo. A riesgo de “aburrir” al lector propongo algunas categorías conceptuales y un poco de teoría política para luego avanzar en algunas conclusiones.
El concepto “elite”, surgió en el campo de la Ciencia Política, desde una perspectiva “realista” de análisis de la política (también denominada “neomaquiavelista”). Los nombres referentes son los italianos Gaetano Mosca y Wilfredo Pareto[1],“padres fundadores” de la teoría de las elites en el cambio del siglo XIX al XX con estudios como “Elementos de ciencia política” (de Mosca) o “Tratado de sociología general” y “El ascenso y la caída de las elites” (de Pareto). Estos trabajos marcaron un contrapunto con el marxismo, al postular que la clave para explicar y entender el cambio y el equilibrio social se encuentra en las elites. Mosca postuló que en toda sociedad con cierto grado de desarrollo y complejidad, la dirección política se halla en manos de una minoría organizada. A ésta la denominó clase política. Si bien tendió a utilizar la noción “política” en un sentido relativamente amplio (incluyendo la dirección administrativa, militar, religiosa, económica y moral) sus planteos se distanciaron del marxismo, debido a que la dirección política incluía la gravitación económica pero no se derivaba o supeditaba necesariamente a esta. A su turno, Pareto fue quien utilizó sistemáticamente el concepto “elite”. Continuando algunos argumentos de Mosca sobre las tendencias de formación de las “clases políticas” (las democráticas o abiertas y las aristocráticas o de cierre), Pareto formuló una teoría sobre la circulación de las elites, abriendo así una senda para un estudio de corte más político. Remarcó la alternancia de momentos de innovación o apertura (el “instinto de combinación”) con momentos de consolidación o clausura (la “preservación de los agregados”): mientras los primeros aseguraban un grado de renovación necesario para que las elites no se anquilosaran, los ciclos de preservación, predominantes en los momentos de consolidación de una elite en el poder, podían dar lugar a un cierre excesivo que le quitaba legitimidad y la precipitaba en la crisis.
Una de las mayores potencialidades del concepto “elite”, paradójicamente si se quiere, es la de haber estado revestido de distintas connotaciones. En las formulaciones clásicas de Mosca[2] y de Pareto, la elite es una minoría rectora del conjunto de la sociedad. En este plano es similar en sus implicancias a la idea marxista de clase dominante, en tanto se postula la existencia de un elenco organizado, bien delimitado, en la cúspide de la sociedad (si bien a diferencia de la tradición marxista, recordemos, se plantea que las bases de la dominación social son de naturaleza principalmente política, no económica). No obstante, también se ha utilizado la idea de elites en plural (algo que hunde sus raíces en la obra de Pareto). Esto es, que existen tantas elites como dimensiones en la sociedad: elites políticas, económicas, intelectuales, etc. De este modo, puede existir mayor o menor grado de afinidad entre ellas así como bases y capitales singulares, específicos, para cada una, de lo cual se deriva que el conflicto y no sólo la coincidencia puede signar a las relaciones recíprocas entre los sectores que ocupan lugares y posiciones gravitantes en la conducción de la sociedad.
Esta noción de elites, en plural y no en singular, se consolidó en distintas vertientes del estudio elitista de la política (por ejemplo en el “pluralismo” norteamericano) así como influyó en estudios de corte más sociológico que indagaron en la composición y estructuración de las elites en las sociedades occidentales contemporáneas (anclados en distintos enfoques, desde el estructural funcionalismo hasta el constructivismo sociológico). Finalmente, y esto es fundamental para nuestra elección, la voz “elite” (y “elites”), la atención a los matices existentes entre quienes controlan la política, se destacan en el mundo de las ideas o animan la economía, ha ganado consenso historiográfico, siendo las perspectivas elegidas por investigaciones señeras en la renovación del estudio histórico de los sectores encumbrados.
Siguiendo con estos aportes teóricos podemos concluir que para los autores mencionados existiría diferencias entre los hombres dadas sus capacidades, habilidades y aptitudes para gobernar. A esto debemos agregar que, dado el carácter de democracia representativa existente en nuestra sociedad resulta imposible que “todos los hombres participen del mismo modo en el mismo lugar y tiempo para ejercer el poder” al modo del Ágora griego. Resulta complejo, por no decir imposible, el gobierno de “todos “ los ciudadanos. En consecuencia nuestra democracia reviste el carácter de representativa y todo grupo dirigente estará en condiciones de asumir la responsabilidad de conducir un proceso político en particular. Si a esto observamos que estamos frente a fuertes cambios sociales que requieren de nuevas estrategias para llevar a cabo medidas acordes a estos cambios, estos “nuevos dirigentes” deberán mostrar a la sociedad que tienen capacidades, aptitudes y talentos que requiere toda sociedad cambiante. Un nuevo grupo con idoneidad y voluntad de gobernar debe surgir a la hora de aceptar los desafíos que toda transformación presente a un dirigente político. Como ya explicamos, en toda sociedad ha existido y existe una clase dominante, que no depende de la diferenciación económica, sino de sus ideas y estrategias para dirigir.
Es Pareto quien plantea que, la falta de estímulos, es para la elite una posibilidad concreta de desaparición o discontinuidad generalmente provocada por cambios sociales. Dadas estas condiciones es cuando se produce una “circulación de elite” en términos políticos.
Dado que una elite no perdura por siempre, cambia, en particular, favorecida por el sistema político imperante en un Estado. La libre circulación de elites es imposible cuando el dominio político tiende a conservarse en manos de un grupo que no acepta una competencia absolutamente libre. En este sentido la democracia facilita este tipo de “movilidad social”. Las elites cerradas, se privan del estimulo de la competencia y degeneran rápidamente. Pareto considera que es necesario el consenso para lograr un cambio, que obviamente depende de la renovación de su elite.
Esto se explica en el marco de un cambio que necesariamente se produce en el escenario político de una sociedad. Pero particularmente algunos elementos de este modelo teórico muchas veces puede verse reflejado en las algunas instituciones de nuestra Democracia: los partidos políticos.
Los Partidos políticos, constitucionalmente consagrados para representar a los ciudadanos en elecciones libres y competitivas, requieren que sus dirigentes representen los reales intereses de una sociedad que se transforma en términos relativamente mas dinámicos que en otro momento histórico.
Para esto no solo deben modernizarse en términos de estructuras participativas, sino que es necesario que sus elites se renueven. De nada sirve tener orgánicamente consagrado a un partido como una institución moderna si sus dirigentes siguen pensando como antaño para una sociedad que se ha transformado profundamente. Distante estamos de la sociedad de masas que dieron origen a los partidos más importantes de nuestro país, con lo cual difícilmente, esos modelos de partidos encajen y den respuesta a las inquietudes y necesidades de los ciudadanos del siglo XXI.
Algunos grupos políticos en nuestra provincia tienen la virtud y habilidad, para renovar sus energías y crecer manteniendo sus ideales y sus principios. Sus valores fundacionales se mantienen gracias a la reproducción entre sus integrantes. Es por esto que, para estar a la altura de los cambios que se generan y visualizan en nuestra realidad cotidiana es necesario que “nuevos hombres y mujeres” tengan la posibilidad de asumir el compromiso y el desafío de transformar la realidad compleja que nos circunda. A quien le quepa el sayo que se lo ponga.
Para esto es necesario que quienes tengan la certeza y seguridad de haber cumplido con una etapa, den un paso generoso al costado, y dejen la mejor herencia de haber cumplido con la tarea que en un momento se les encomendó. El ejemplo de un dirigente vale mucho más que algunas modestas palabras que se escriben con la intención de reflexionar críticamente sobre nuestros procedimientos y acciones políticas.
Seguramente el lector al momento de recorrer estas líneas fue ubicando en su análisis a diferentes personajes, dirigentes y grupos políticos que habitan nuestra común aldea. Esa es la idea. Pensar en la necesidad de identificar a quienes pertenecen a sectores que tienen agotada su capacidad de conducir procesos y espacios institucionales y a la vez, imaginar a quienes están en condiciones de asumir la responsabilidad de hacerse cargo, llevar adelante y ejecutar las acciones necesarias para llevar a buen puerto a nuestra Provincia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario