Por Raúl Degrossi
Los cacerolazos (reales y virtuales) se multiplican, por ahora en Buenos Aires y módica concurrencia, en paralelo (y en sintonía) con un nuevo lock out de la Mesa de Enlace que se extendió nada menos que por diez días, mientras la CTA opositora lanzó un paro nacional en el que Michelli afirma haber movilizado medio millón de trabajadores; y el hijo más belicoso (y menos intelectual) de Moyano amenaza por enésima vez con lanzar un paro nacional y paros sorpresivos del transporte si los camioneros no logran un 30 % de aumento en la paritaria, no se sube el mínimo no imponible de Ganancias y no se universalizan las asignaciones familiares.
La oposición saca pecho en el Congreso con el rechazo del pliego de Reposo, y los radicales y el FAP apoyan el paro de la CTA, mientras la conducción de la UCR con Barletta a la cabeza se reúne con Moyano; un par de días antes que el propio secretario general (hasta hoy al menos) de la CGT juegue al fútbol con Scioli, y su hijo (el mismo, el quilombero) diga que, si se postula en el 2015 a la presidencia, lo van a acompañar. El propio Moyano adelanta dos actos masivos para reclamar en la Plaza de Mayo y el Congreso por las demandas de la CGT
Así explicada la agenda política y social de los últimos días (agigantada por los medios hegemónicos, hasta no dejar que la perfore otro dato de la realidad) el país pareciera recrear el clima del 2009, post conflicto de la 125 y con un gobierno acorralado y al defensiva; más una crisis económica internacional que se empieza a sentir.
Y sin embargo, aun si se posa la lupa en los propios hechos de la agenda dominante que se han enumerado, se pueden ver más cosas, o las mismas de otro modo; como que el lock out agrario fue un fracaso rotundo admitido por los propios organizadores, que no lograron ni por asomo concitar la adhesión de la gente promedio que los acompañó en el 2008, y que los cacerolazos (además de su escasa repercusión) expusieron en público a una derecha social cerril y antidemocrática, de lenguajes -y sobre todo modos- destemplados, de la que ninguna fuerza política con representación visible (salvo algún periférico del PRO) quiso hacerse cargo como capital electoral actual o a futuro (todo un dato), y que justamente expresa en su protesta ese vacío de representación.
Mientras tanto en el medio de la puja por el control de la CGT, Moyano busca demostrar fuerza con un puñado de reclamos (asignaciones familiares, Ganancias) que no expresan sino a la mitad de los trabajadores formalizados o -lo que es lo mismo- una tercera parte de la fuerza laboral total; y la paritaria de camioneros (cuyo cierre tiene más complejidad política que sindical) luce como la excepción en un panorama donde casi todos los grandes medios ya han cerrado sus acuerdos salariales.
Con la protesta de la CTA sucede algo parecido: es motorizada por empleados públicos (en su mayoría nacionales) a partir de la pérdida de algunos beneficios (como plus anuales o similares) a los que la mayoría de los trabajadores no tienen acceso, y por ende no puede sumar apoyos sociales más que dentro del sector afectado, sumado a que las dificultades financieras que tienen hoy las provincias para pagar salarios obliguen a los propios trabajadores estatales a recalificar sus demandas más urgentes.
Lo que a su vez impacta directamente en el fracaso del lock out agrario: la dirigencia de la Mesa de Enlace no puede pretender que la acompañe en su intención (inveterada y consuetudinaria) de no pagar impuestos, la gente común, que sí lo tiene que hacer, para cerrar los agujeros de los fiscos provinciales.
Esa derecha social que se expresa en los cacerolazos reclama para sí (con lógica pueril) la representación del 46 % que no votó a Cristina, pero tal idea tiene la misma endeblez que la construcción mediática (y los intentos de articulación real) de una sóla "oposición" al kirchnerismo con posterioridad al conflicto con las patronales agrarias por las retenciones mólviles: hay ciertamente en los caceroleros muchos votantes de Carrió y Duhalde, y con seguridad algunos de Alfonsín y Binner, pero ¿es lógico que se incluya también a los de Altamira, o a los que en algún momento pensaron en Pino Solanas presidente?
La diferencia no es sólo aritmética sino conceptual: el tránsito de la protesta social a la representación política no es directo ni sencillo, mucho menos automático, y justamente allí radica la debilidad de la oposición al kirchnerismo: se recalienta la temperatura de su apuesta desde la lógica del interés sectorial o corporativo, mientras el sistema de representación política alterno al oficialismo nacional sigue congelado, fracturado, en el mismo estado catatónico que lo dejó el resultado electoral del 23 de octubre; y sin muchos signos de reanimación.
El propio Macri (que no participó de la derrota, al menos directamente) y su lanzamiento presidencial son el mejor ejemplo, y sólo el estrépito que generan los cacerolazos o la polémica por los controles al dólar (más la visible protección mediática de que goza) pudieron disimular su evidente recule en el entuerto de los subtes porteños; donde progresivamente fue dejando de lado su actitud de sentarse a esperar el telefonazo de Cristina, que ya le estaba generando costos.
Por otra parte, en la mayoría de los análisis circundantes se obvia un detalle: las elecciones del año próximo están a no menos de catorce meses vista (por ende una estrategia de desgaste del gobierno nacional debe sostenerse todo ese tiempo con consistencia), y el kirchnerismo arriesga en el 2013 el escaso capital logrado en las legislativas del 2009. Por ponerlo en número, sólo 33 diputados propios sobre un total de 123 que renueva la Cánara; mientras el radicalismo por caso deberá poner en juego 25 de sus 43 bancas.
Eso implica que, aun admitiendo que el gobierno pierda votos frente al 54 % de Cristina por el efecto de la crisis, la cuesta que deben remontar los opositores es aun más dura, medida desde su debacle de octubre.
Mientras tanto el gobierno lidia con la crisis y con sus propios errores (como el caso Reposo, o las fallas de comunicación para explicar las razones de las trabas a la compra de dólares), pero manteniendo el control de la agenda y -sobre todo- poniendo el acento en evitar que la crisis destruya empleo, y hasta donde se pueda, mantener los niveles de consumo que son el motor de funcionamiento de la economía: se discutirán los porcentajes, pero las paritarias funcionan, del mismo modo que los ajustes semestrales de la movilidad previsional y el despliegue de la AUH y (aun contra todos los pronósticos apocalípticos de ajuste griego), hasta los cuestionados subsidios a las tarifas de los servicios públicos.
Incluso salió del entuerto Reposo respondiendo a la mejor lógica kirchnerista: por arriba, proponiendo a una candidata a la cual a la oposición y los medios que le marcan agenda les resultará más difícil cuestionar.
Es allí donde las mismas razones que construyeron el 54 % de Cristina siguen vigentes: en la capacidad del kirchnerismo de hacerse cargo pero en serio, de las preocupaciones que forman parte de la agenda cotidiana del hombre común (que está bastante lejos del dólar o el caso Ciccone), y de administrar los efectos de la crisis internacional que ya golpean con todas las herramientas a su alcance, y sin autolimitaciones fruto de dogmatismos, lo que incluye desde las trabas a las importaciones hasta el financiamiento de la construcción de viviendas con fondeo de la Anses.
Todo lo cual indica que, si se escucha por debajo del ruido circundante, el tantas veces proclamado capítulo del declive definitivo del kirchnerismo está todavía bastante lejos de escribirse; aunque la lectura cotidiana de los diarios hegemónicos sugiera lo contrario.
1 comentario:
Mientras que la opo habla boludeces el equipo K se pone las pilas y saca la reactivación económica de la galera con los préstamos hippotecarios, y los sueños se hacen reallidad....
Cristina A.
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