LA FRASE

"VOLVÍ PARA OFRECERLE AL PRESIDENTE MI COLABORACIÓN PARA RESOLVER EL PROBLEMA DE LOS CANDIDATOS QUE PROPUSO PARA LA CORTE." (FABIÁN RODRÍGUEZ SIMÓN)

sábado, 20 de octubre de 2018

NI DE REBOTE SE LES CAE UNA IDEA


Varias veces hemos hablado acá de la exasperante decrepitud intelectual de nuestra élite empresarial, de su escasa (por no decir nula) vocación por el desarrollo nacional, su cultura parasitaria , fugadora y rentística sin vocación innovadora ni actitud realmente burguesa en el sentido de clase dinámica, capaz de impulsar avances incluso dentro de los marcos del capitalismo. La última de ellas acá, a propósito del reciente documento del Foro de Convergencia Empresarial, y muchos otros con más talento que nosotros han descripto antes el fenómeno, una constante estructural de nuestro derrotero histórico.

Una élite más por peso económico y capacidad de lobby sobre el sistema institucional, que por brillantez intelectual: por el contrario, abruma su escaso bagaje de ideas y propuestas, siempre limitadas a dos o tres latiguillos que sobreviven a las crisis y las coyunturas, y parecen ser válidas siempre: baja de impuestos, achicamiento del Estado, reforma laboral flexibilizadora.

Ideas que resisten toda evidencia empírica derivada de su aplicación concreta (como la actual crisis), y que parecen solo cumplir la función de pliego mínimo de coincidencias entre las distintas fracciones del capital, para barrer bajo la alfombra las contradicciones que tienen entre sí, en lugar de discutir como superarlas o integrarlas de un modo eficiente en un modelo productivo de desarrollo.

Si hay un lugar donde toda esa patología social queda expuesta con absoluta transparencia, es el coloquio Anual de IDEA, convertido en una especie de ceremonia religiosa a la cual la cúpula del empresariado asiste con el rigor de precepto bíblico, para reafirmar su credo. Para peor este año, asumiendo ya desde el propio lema de la convocatoria el catecismo de autoayuda duranbarbista, para convertirse en el virtual lanzamiento de la campaña electoral del oficialismo. 

Y donde faltan las ideas (pese al nombre de los convocantes), sobreabundan los psicologismos berretas: todo termina reducido a una cuestión de “expectativas”, “confianza”, y mucha necesidad de “brindar señales claras para eliminar la incertidumbre electoral”; es decir amputar el corazón mismo de la democracia, que por definición es incertidumbre.

La idea de que este país funcionaría bárbaro aplicando cierto núcleo de ideas (esas mismas que, cada vez que se aplican hacen estragos, como está pasando ahora) si no se entrometieran la política y las elecciones es tan idiota que no merece siquier analizarse, pero es bien ilustrativo del nivel mental promedio de el núcleo duro de nuestra élite empresarial.

Esa misma clase que ahora quiere darse un baño purificador en el Jordán de la honestidad para -cuadernos mediante- prometernos que no darán más coimas ni aportes en negro a las campañas de los partidos, mientras están presionando al sistema político para conseguir un segundo blanqueo de capitales, en apenas tres años.

O que se queja de que la economía es un desastre, las tasas están por las nubes y la actividad cae en picada mientras sube la inflación sin parar, pero al mismo tiempo piden ratificar el rumbo porque es el correcto y son optimistas sobre el futuro, sin ningún anclaje lógico con los datos concretos de la realidad.

Y así piden la reelección de Macri y apuestan a ella, básicamente porque es uno de los suyos, y exigen una reforma laboral para conseguir salarios aun más deprimidos, y condiciones de trabajo aun más precarizadas; revelando así que desconocen incluso las reglas básicas de funcionamiento de la economía capitalista; o sea como funciona la demanda agregada, cuáles son sus principales componentes, y cual es el peso específico que tienen en el crecimiento el mercado interno, los salarios, el consumo y las exportaciones. Pedirles que entiendan como juega la inversión sería demasiado, porque su cabeza está puesta en la veloz extracción del mayor excedente posible, para valorizarlo financieramente y fugarlo.

Protestan por los “70 años de peronismo” y el único peronismo que les resulta tolerable es el que se olvida de sí mismo para adoptar su programa de Estado chico, sin capacidad de arbitraje, y fuerza laboral hambreada y flexibilizada; sin advertir que el único que verdaderamente comprendió como funcionaba la cosa fue el propio Perón (que ya entonces debió suplir desde el Estado la ausencia y deserción de una verdadera clase dirigente), desde aquel célebre discurso en la Bolsa de Comercio en 1944; en el que los teóricos del marxismo solo vieron una muestra del carácter conciliador de su doctrina. Tuit relacionado:

1 comentario:

octavio e. dijo...

La élite piensa que la única manera de que se llegue a una dominación y economía estable es logrando la sumisión política y económica de los trabajadores y las clases populares.

Porque esa sumisión les garantizaría (piensan ellos) una acumulación de capital más "normal", libre de las pujas distributivas y la incertidumbre.

Eso implicaría que los trabajadores se acostumbren a salarios más bajos y a un nivel de vida más chato, parecido al resto de los países de América Latina.

Cómo contrapartida habría más empleo.

Creo que, si ese plan tuviera éxito, volveríamos a una condición preperonista, con una exclusión social estructural muy elevada y relativamente estable.

El secreto del éxito de una dominación estable reside, justamente, en naturalizar política, económica y culturalmente la exclusión social, la que no sería percibida como tal sino como el lugar que deben ocupar los pobres.

Efectivamente, lo que arruinó estos planes desde hace más de 70 años es la concepción y práctica de JDP y la herencia organizativa que dejó.

El problema es que esa visión y esa práctica nunca pudo consolidar un Estado nacional que cristalizara el cumplimiento de los principios de un país con felicidad del pueblo y grandeza de la patria.

Y no lo pudo hacer, fundamentalmente, por la reacción oligárquica (de caracará global, no nacional) y, en menor medida, por errores en la implementación de las políticas necesarias para conseguir ese objetivo.

Oti.