Varias veces hemos hablado acá de la
exasperante decrepitud intelectual de nuestra élite empresarial, de su escasa
(por no decir nula) vocación por el desarrollo nacional, su cultura parasitaria
, fugadora y rentística sin vocación innovadora ni actitud realmente burguesa
en el sentido de clase dinámica, capaz de impulsar avances incluso dentro de
los marcos del capitalismo. La última de ellas acá, a propósito del reciente
documento del Foro de Convergencia Empresarial, y muchos otros con más talento
que nosotros han descripto antes el fenómeno, una constante estructural de
nuestro derrotero histórico.
Una élite más por
peso económico y capacidad de lobby sobre el sistema institucional, que por
brillantez intelectual: por el contrario, abruma su escaso bagaje de ideas y
propuestas, siempre limitadas a dos o tres latiguillos que sobreviven a las
crisis y las coyunturas, y parecen ser válidas siempre: baja de impuestos,
achicamiento del Estado, reforma laboral flexibilizadora.
Ideas que resisten
toda evidencia empírica derivada de su aplicación concreta (como la actual
crisis), y que parecen solo cumplir la función de pliego mínimo de
coincidencias entre las distintas fracciones del capital, para barrer bajo la
alfombra las contradicciones que tienen entre sí, en lugar de discutir como
superarlas o integrarlas de un modo eficiente en un modelo productivo de
desarrollo.
Si hay un lugar
donde toda esa patología social queda expuesta con absoluta transparencia, es
el coloquio Anual de IDEA, convertido en una especie de ceremonia religiosa a
la cual la cúpula del empresariado asiste con el rigor de precepto bíblico,
para reafirmar su credo. Para peor este año, asumiendo ya desde el propio lema de la convocatoria el catecismo de autoayuda duranbarbista, para convertirse en el virtual lanzamiento de la campaña electoral del oficialismo.
Y donde faltan las
ideas (pese al nombre de los convocantes), sobreabundan los psicologismos
berretas: todo termina reducido a una cuestión de “expectativas”, “confianza”,
y mucha necesidad de “brindar señales claras para eliminar la incertidumbre
electoral”; es decir amputar el corazón mismo de la democracia, que por
definición es incertidumbre.
La idea de que este
país funcionaría bárbaro aplicando cierto núcleo de ideas (esas mismas que,
cada vez que se aplican hacen estragos, como está pasando ahora) si no se
entrometieran la política y las elecciones es tan idiota que no merece siquier
analizarse, pero es bien ilustrativo del nivel mental promedio de el núcleo
duro de nuestra élite empresarial.
Esa misma clase que
ahora quiere darse un baño purificador en el Jordán de la honestidad para
-cuadernos mediante- prometernos que no darán más coimas ni aportes en negro a
las campañas de los partidos, mientras están presionando al sistema político
para conseguir un segundo blanqueo de capitales, en apenas tres años.
O que se queja de
que la economía es un desastre, las tasas están por las nubes y la actividad
cae en picada mientras sube la inflación sin parar, pero al mismo tiempo piden
ratificar el rumbo porque es el correcto y son optimistas sobre el futuro, sin
ningún anclaje lógico con los datos concretos de la realidad.
Y así piden la
reelección de Macri y apuestan a ella, básicamente porque es uno de los suyos,
y exigen una reforma laboral para conseguir salarios aun más deprimidos, y
condiciones de trabajo aun más precarizadas; revelando así que desconocen
incluso las reglas básicas de funcionamiento de la economía capitalista; o sea
como funciona la demanda agregada, cuáles son sus principales componentes, y
cual es el peso específico que tienen en el crecimiento el mercado interno, los
salarios, el consumo y las exportaciones. Pedirles que entiendan como juega la
inversión sería demasiado, porque su cabeza está puesta en la veloz extracción
del mayor excedente posible, para valorizarlo financieramente y fugarlo.
Protestan por los “70 años de peronismo” y el único
peronismo que les resulta tolerable es el que se olvida de sí mismo para
adoptar su programa de Estado chico, sin capacidad de arbitraje, y fuerza
laboral hambreada y flexibilizada; sin advertir que el único que verdaderamente
comprendió como funcionaba la cosa fue el propio Perón (que ya entonces debió
suplir desde el Estado la ausencia y deserción de una verdadera clase
dirigente), desde aquel célebre discurso en la Bolsa de Comercio en 1944; en el
que los teóricos del marxismo solo vieron una muestra del carácter conciliador
de su doctrina. Tuit relacionado:
53 Coloquios de Idea:— Nicolás Tereschuk 🇦🇷 (@escriba) 19 de octubre de 2018
- Expositores: Hay problemas diversos, multicausales.
- Asistentes: Hagamos una reforma laboral, bajemos impuestos, basta de peronistas.
1 comentario:
La élite piensa que la única manera de que se llegue a una dominación y economía estable es logrando la sumisión política y económica de los trabajadores y las clases populares.
Porque esa sumisión les garantizaría (piensan ellos) una acumulación de capital más "normal", libre de las pujas distributivas y la incertidumbre.
Eso implicaría que los trabajadores se acostumbren a salarios más bajos y a un nivel de vida más chato, parecido al resto de los países de América Latina.
Cómo contrapartida habría más empleo.
Creo que, si ese plan tuviera éxito, volveríamos a una condición preperonista, con una exclusión social estructural muy elevada y relativamente estable.
El secreto del éxito de una dominación estable reside, justamente, en naturalizar política, económica y culturalmente la exclusión social, la que no sería percibida como tal sino como el lugar que deben ocupar los pobres.
Efectivamente, lo que arruinó estos planes desde hace más de 70 años es la concepción y práctica de JDP y la herencia organizativa que dejó.
El problema es que esa visión y esa práctica nunca pudo consolidar un Estado nacional que cristalizara el cumplimiento de los principios de un país con felicidad del pueblo y grandeza de la patria.
Y no lo pudo hacer, fundamentalmente, por la reacción oligárquica (de caracará global, no nacional) y, en menor medida, por errores en la implementación de las políticas necesarias para conseguir ese objetivo.
Oti.
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