Por Raúl Degrossi
Terminamos hoy con esta serie de entradas sobre las semejanzas que advertimos entre el peronismo y el kirchnerismo; acá y acá pueden ver las dos anteriores (seguimos con la enumeración que había allí):
7. La creencia en el
importancia de contribuir a consolidar una burguesía nacional como parte
esencial de la coalición policlasista:
En ambos casos, esa creencia no
estuvo jamás exenta de la dosis de pragmatismo necesario para reconocer los
límites de esa burguesía como clase con conciencia plena de su rol; y de la
decisión de suplirla o complementarla con la acción directa del Estado en la
economía cuando resultaba imprescindible para las metas trazadas.
El impulso del primer peronismo a
la industria pesada en su Segundo Plan Quinquenal, y la reciente decisión del
gobierno de avanzar en el control de YPF luego del fracaso del experimento
Eskenazi son (siempre con la diferencia de escala de la perspectiva histórica)
dos ejemplos claros en ese sentido.
Como anverso de lo dicho respecto del sindicalismo,
tampoco el peronismo o el kirchnrismo se asumieron nunca como expresiones
políticas anti-empresa; por el contrario: la apuesta a una economía
autocentrada en un poderoso mercado interno de consumo, les brinda a éstas en
los dos casos, un amplio margen de crecimiento y expansión; pero tampoco se
avala el comportamiento rapaz, o por lo menos se intenta ponerle coto y
promover diferentes estrategias e instrumentos para una distribución progresiva
del ingreso (paritarias, subsidio a las tarifas de los servicios públicos y los
consumos populares).
8. La decisión de avanzar
sobre la renta agraria diferencial para promover la diversificación productiva,
y sus efectos en la mayor integración de la sociedad:
En ambos casos además se trata de
captarla para contribuir a financiar el Estado sobre bases más equitativas, con
la clara intencionalidad política de introducir cambios al modelo tradicional
de acumulación; de un modo que reflejara progresivamente en la estructura
económica los intereses de la coalición social y política en que se sustentan.
La diferencia de envergadura y
capacidad de arbitrio sobre el juego de las fuerzas productivas de los instrumentos
escogidos en cada caso (el IAPI en el primer peronismo, las retenciones en el
kirchnerismo) responde a la particularidad de cada coyuntura histórica (por
ejemplo niveles previos de consolidación del poder político y del consecuente
grado posible o políticamente tolerable de intervención estatal en la
economía), pero no altera ninguna de las dos premisas.
9. El rechazo por parte de
las instituciones y cánones de la cultura formalmente dominante, y el
nacimiento de un consecuente espíritu disruptivo frente a ésta:
En tanto fenómenos políticos
emergentes “inesperados”, el peronismo clásico y el kirchnerismo experimentaron
el rechazo por parte del aparato formal de la cultura dominante en su tiempo
(la academia, la gran prensa), al tiempo que ese mismo aparato ensayaba uno y
otro intento de comprensión del fenómeno, con desparejo rigor intelectual en
ambos casos y -salvo honrosísimas excepciones que no hacen más que confirmar la
regla- con la utilización del bagaje conceptual tradicional; con el que intentaron
-también una y otra vez- encasillarlos en los cánones conocidos, y confinarlos
a las regiones del subdesarrollo político.
Esa actitud despertó el lógico
rechazo en ambas etapas históricas, unidas por un arco que se inicia en el
“Alpargatas sí, libros no” de las jornadas del 45’, para cerrarse en el “Clarín
miente” de las jornadas del conflicto por la resolución 125, o de la discusión
de la ley de medios.
Y ese rechazo se tradujo en ambos
casos -como también era lógico- en un fortísimo elemento afirmador de la propia
identidad política, así como en la generación de espacios propios de
comunicación del lenguaje político (de la tiza y el carbón y las pintadas en
las paredes, a los blogs y la cyber militancia), en una estética propia (en la
que el kirchnerismo se apropia muchas veces de los íconos de la simbología del
peronismo clásico, para reinterpretarlos en clave actual) y en la misma forma
de expresión política, mediante la apropiación del espacio público.
Claro que muchos de los elementos
señalados están presentes -en mayor o menor medida- en otras tradiciones
políticas argentinas, pero probablemente en ninguna expliquen tanto su
perduración en el tiempo como en el peronismo; tradición a la que sin dudas el
kirchnerismo como fenómeno político tributa.
10. La comprensión del rol
político que juegan los medios en la formación de la opinión pública, y en el
intento de fijar la agenda de los gobiernos:
Por su contemporaneidad con la
aparición de los grandes medios de masas en un caso (el peronismo clásico) y su
fenomenal expansión tecnológica y de plataformas en el otro (el kirchnerismo),
ambos procesos políticos prestaron especial atención al punto, porque
advirtieron en los medios actores con intención clara y definida de incidir en
la disputa política, probablemente primero vehículos de transmisión de una
ideología concreta (la que construyó la Argentina tradicional) en los 40’ y
50’, y más tarde como conglomerados de intereses empresariales que accionan en
autodefensa ante lo que perciben como amenazas emergentes del sistema político;
en los tiempos modernos.
Perón fue quizás el primer
político argentino en advertir la importancia de la radio como vehículo de
comunicación política, y con certeza impulsó el desarrollo de la televisión
desde el Estado, en base a la misma percepción. Los Kirchner -tras minimizar
quizás su importancia por un tiempo- comprendieron amargamente a partir del
conflicto con las patronales del campo el rol político de los medios, y los
límites a los que estaban dispuestos a llegar en defensa de sus intereses.
Que la comprensión se tradujera
en un intento de férreo control estatal de los medios en la experiencia del
peronismo clásico, y, a la inversa, en el impulso de su democratización en los
tiempos kirchneristas (coexistiendo con el apoyo a la conformación de medios
afines) tiene que ver con la concreta configuración del mapa mediático en uno y
otro proceso, y con la diferente maduración de la disputa cultural en la
sociedad argentina y su modo de expresarse en el ágora mediática, en cada
época.
Sin pretender que la descripción
que he venido haciendo en éstas entradas agote el análisis del asunto, entiendo
que los elementos señalados demuestran que hay profundas similitudes entre el
peronismo original de los 40’ y los 50’ y el kirchnerismo; que van más allá del
repaso puntual de las medidas de gobierno tomadas en uno y otro proceso; y que
tienen que ver con las características de la construcción política.
Lo que no implica que sean
iguales, o que para adherir al kirchnerismo haya que ser indefectiblemente
peronista, y profesar incluso la liturgia propia de esa gran tradición política
argentina.
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