Las protestas
masivas contra el tarifazo que se extendieron en la noche del jueves por toda
la geografía del país tuvieron algunos puntos en común: fueron organizadas pero
inorgánicas al mismo tiempo (en tanto los sectores con identificación política
clara acompañaron la movida ciudadana, sin protagonizarla) y focalizadas en el
rechazo al aumento de las tarifas; aunque quizás ese haya sido el disparador de
una situación compleja que venía sumando presión.
Se movilizaron
sectores urbanos con predominio de clase media, incluyendo muchos votantes de
Macri: en lugares donde “Cambiemos” ganó en forma contundente en el balotaje el
“ruidazo” fue masivo y contundente. Una reacción por encima y por afuera del
sistema político, que tuvo mayor repercusión greográfica y social que la movida
de las centrales sindicales contra los despidos, unos meses atrás.
El gobierno -al
menos hasta acá- no acusó recibo, y no parece dispuesto a recapitular en su
estrategia de insistir en el ya inviable (en términos sociales) tarifazos, aun
“morigerado” con un guiño de la Corte, hacia la cual también se dirigió la
protesta del jueves. El blindaje mediático de que goza alcanzó niveles de
obscenidad en la corbertura del “ruidazo”, con lo que a corto plazo terminará
siendo contraproducente.
Bien dice acá OscarCuervo que las protestas contra el tarifazo marcaron el final de la
luna de miel de la sociedad con Macri, incluyendo a parte de sus propios
votantes; y la contundencia de la movida podría estar indicando además que los
argumentos de la “pesada herencia” o la corrupción kirchnerista podrían tener
más eficacia para afectar a Cristina, que para darle al gobierno chance para
insistir con el ajuste.
Así parecen haberlo
olfateado tanto sectores del oficialismo (como la UCR) para guardar discreta
distancia del gobierno del cual son parte y hasta deslizar alguna crítica, como
de la “oposición responsable” (Massa, Pichetto, Bossio); para intentar
capitalizar el descontento social. Hoy es difícil predecir si lo lograrán, no
solo porque hasta acá han sido claves para sostener al gobierno de Macri, sino
porque la crisis económica junto con la espectacularización mediática de la
corrupción puede decantar en un clima de profunda anti-política en clave 2001;
y para colmo en la semana De La Rúa y Cavallo salieron a respaldar al gobierno.
No es sencillo
conectar las protestas del jueves contra el tarifazo con otras protestas que se
han venido desarrollando por el salario o los despidos, y es probable que
muchos de los “protestantes” no estén dispuestos a que se crucen por prejuicios
arraigados contra el sindicalismo; pero allí es donde debe aparecer la
política, para articular demandas que están íntimamente conectada y para
traducirlas electoralmente en un rechazo contundente al proyecto de Macri. De
lo contrario todas corren el riesgo de esterilizarse a corto plazo.
Mientras tanto la
economía no arranca (antes bien parece profundizar su caída), hasta los
“propios” empiezan a reconocer que empeorará y que la mejora ya no es tan
cierta ni segura; y sin extendernos en puntualidades, podemos decir que no hay
fundamentos visibles para hablar de mejoras, porque el plan no cierra por
ningún lado.
El rumbo del
gobierno está tan marcado (lo estuvo desde el principio, para el que lo
quisiera ver) como su desorientación: Macri mintió sobre el ajuste en campaña
(de lo contrario carecería de sentido que se hablara de “campaña del miedo”
cuando se advertía lo que hoy está efectivamente pasando), y lo hizo porque no
pagaba electoralmente ajustar. Las protestas dejaron en claro que ahora, en el
gobierno, no hay margen social para hacerlo.
Pero el plan que
lanzó su gobierno no funciona (desde su propia lógica) sin profundizar el
ajuste, y sin recorte sustancial de los subsidios no hay ajuste posible: los
otros gastos del Estado que se puedan retocar en busca de los “equilibrios”
deseados (como la obra pública o los giros a las provincias) no solo
profundizarán la recesión y la caída de la economía, sino que incrementarán el
conflicto social. Ni que decir que además insistir con la idea del ajuste (como
subyace en el acuerdo con la Corte para estirar hasta diciembre el “ajuste
recortado”, y volver a aumentar las tarifas en 2017) provocará los mismos
resultados, antes y más agravados.
No parece que haya en el gobierno cerebros
políticos que sepan leer correctamente esta situación, como tampoco “el mejor
equipo de los últimos 50 años” parece abundar en baqueanos capaces de ordenar
una gestión muy mediocre; y los “cerebros comunicacionales” expertos en las
guerrillas de la redes sociales no alcanzan ya por
sí solos para este tramo de la realidad, mucho más duro y crudo que la campaña
electoral.
Lo juegan a Macri
en persona ante la opinión pública casi como único capital político del
gobierno con el riesgo que eso entraña porque no tiene fusibles, y para peor,
Macri despilfarra a diario ese capital diciendo boludeces con distinta
repercusión: si parafrasear al Bambino Veira en la Bolsa de Comercio puede
pasar desapercibido para la mayoría, las metáforas sobre remeras y patas
encienden los ánimos, y arrimaron no pocos adherentes a las protestas.
Pero con todo eso
no alcanza para formar una oposición al gobierno, y ése sigue siendo el
principal activo político de Macri: la división del peronismo, el rol
distractivo de las denunciadoras seriales como Carrió, Ocaña y Stolbizer (ésta
última un activo compartido por Massa y el gobierno), el oportunismo de Massa y
sus límites concretos a la hora de votar en el Congreso y sostener la rosca con
el gobierno de Vidal en Buenos Aires.
Por el lado del
kirchnerismo y la situación de Cristina, el constante acoso judicial no es
tanto para meterla presa (algo que en éste momento le sumaría al gobierno otro
problema), como para mantenerla callada, aislada y ocupada en devolver
pelotazos más que en articular políticamente, mientras se la desacredita para
opinar o por si pretendiera erigirse en referencia de la oposición.
Los que protestaron
el jueves (como los que lo hacían en los cacerolazos contra CFK) son como los
personajes de Pirandello que buscaban un autor: aunque no lo planteen hoy como
demanda acuciante y se abra paso el discurso anti-político, en algún momento
buscarán al que los exprese, política y electoralmente.
El kirchnerismo
minimizó en su momento los cacerolazos, pero éstos no erosionaron su capacidad
de gobernar, ni de imponer la agenda política hasta el final del mandato de
Cristina. En todo caso lo afectaron electoralmente pero de un modo encapsulado,
porque en su gran mayoría eran protestas protagonizadas por quienes ya
adversaban a su gobierno, y no votaban al FPV.
Aquí y ahora la situación es diferente, y tiene
otras consecuencias: el tarifazo erosiona la imagen del gobierno de Macri tanto
como su base electoral, construida el año pasado en etapas sucesivas
(PASO, primera y segunda vuelta) que dan cuenta de grados de adhesión a largo plazo que van (esquemáticamente) de mayor a meno, y con preponderancia de los apoyos siempre
volátiles de las clases medias. Si el panorama descripto no cambia el país se
encamina más temprano que tarde a una crisis económica y social profunda, sin
posibilidad de alternancia o recambio político a la vista.
Y si eso ocurre, todas las fragilidades del sistema
quedarán desnudas si desde la política no se encuentra una salida que no pueden
proveer los CEO's para salir del atolladero en donde los (y nos) metió su
talibanismo neoliberal, su nula cintura política y sensibilidad social y su
mediocre (por no decir mala) capacidad de gestión de la cosa pública; tanto
como su voracidad por satisfacer las demandas de los sectores de los cuáles
provienen, y a los que seguramente volverán tras su paso por el gobierno.
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