LA FRASE

"VOLVÍ PARA OFRECERLE AL PRESIDENTE MI COLABORACIÓN PARA RESOLVER EL PROBLEMA DE LOS CANDIDATOS QUE PROPUSO PARA LA CORTE." (FABIÁN RODRÍGUEZ SIMÓN)

miércoles, 2 de octubre de 2019

LA VERDADERA GRIETA


No hacía falta que el INDEC difundiera las cifras de la pobreza en el país para que supiéramos que la situación en ese rubro empeoró drásticamente: sabido como es que se la mide por ingresos, no podía esperarse otra cosa considerando que los asalariados formales, jubilados, pensionados y beneficiarios de asignaciones familiares vienen perdiendo por goleada frente a una inflación persistente, aunque el gobierno insista en negar la realidad diciendo que estaba empezando a bajar.

Y eso que aun falta lo peor: las cifras del tercer trimestre, cuando la nueva corrida cambiaria y la consecuente aceleración de los índices inflacionarios (aun disimulada por los dibujos de Todesca) seguramente terminaron arrojando a más argentinos a la pobreza y la indigencia. Los números que ahora se oficializan (y sin que esto implique concederles credibilidad plena) junto con los de la evolución del empleo explican los resultados de las PASO mejor que cualquier encuesta previa, o análisis posterior. Porque resulta que, mal que le pese a Durán Barba, la economía pesa y la gente sigue votando con el bolsillo.

Pero más allá de los fríos números que se difunden, está la cuestión de todo lo que implica la pobreza: si se desgranan las cifras, se advierte que así como el desempleo golpea más en los jóvenes, la pobreza y la indigencia son más marcadas y graves entre los niños; lo cual habla de una dimensión intergeneracional del problema, que compromete gravemente el futuro del país. Un presente doloroso, y un futuro incierto.

Y siendo, como decíamos antes, que la pobreza en la Argentina se mide estrictamente por ingresos, inmediatamente fuera de la línea que determina que alguien caiga en ella, hay millones de argentinos que están en el borde, y que si la dinámica de la economía sigue como viene (y nada indica que vaya a mejorar), terminarán cayendo.

Si hubiéramos de creerle a los discursos políticos dominantes, que coinciden todos en manifestar su preocupación por la pobreza, no debería haber tema de agenda más importante que éste en plena campaña electoral, y sin embargo no es así; de modo que hay algo que no cierra en todo esto.

Después de criticar las mediciones del kirchnerismo y de provocar un “apagón estadístico” de seis meses para ocultar los efectos concretos de las políticas que descargó sobre el pueblo argentino, Macri dijo que precisamente era este tema, el de la pobreza, el único punto de partida desde el cual aceptaba ser juzgado por su desempeño como presidente y por los resultados de su gobierno.

Pues bien, medido con esa vara, su gobierno es horrible, el es un pésimo presidente y el kirchnerismo fue mucho mejor, sin ninguna duda y sin ningún complejo “autocrítico” de nuestra parte; porque tomando la medición que mejor les parezca, el resultado es siempre el mismo: nosotros dejamos un país con menos pobres que los que recibió Néstor el 25 de mayo del 2003, y Macri se irá habiendo agregado varios millones a esa dolorosa lista, en relación con los que había cuando asumió el gobierno.

Y eso lo pudo constatar cualquiera que quisiera hacerlo, en carne propia, o por historias de primera mano más o menos cercanas, sin necesidad de que se lo cuenten Todesca o el INDEC. Que algunos decidan hacerse los boludos e ignorarlo, es otra cuestión, que a la que queremos ir.

En ese bizarro tour de despedida del peor gobierno de nuestra historia democrática que han dado en llamar la gira del “Sí, se puede”: Macri ni siquiera viene mencionando en forma tangencial la pobreza, y todos los que van a apoyarlo no se lo exigen, ni lo interpelan por respuestas a ella, aun cuando quieren que creamos que en el 2015 lo votaron porque prometía la “pobreza cero”: una tomada de pelo tan gigantesca como pretender que votaron a Macri y lo volverían a hacer, porque les preocupa la corrupción.

Pero en el sostenido apoyo a Macri y todo lo que representa (por ejemplo más de cinco millones de nuevos pobres) de ese tercio siquiátrico de la población argentina del cual las marchas son apenas una visibilización, hay más que “olvido” de la pobreza, o perdón y apoyo a las políticas que no hacen sino aumentarla: hay una deliberada naturalización de la injusticia, la desigualdad y las diferencias sociales; tanto que es la oposición a toda política pública que tienda a reducirlas y que de un extraño modo perciben como una amenaza a ciertas jerarquías sociales que consideran detentar (si es real o no es otro asunto), el verdadero elemento fundante y cohesionador de su identificación política, y de sus opciones electorales.

Se trata de gente a la que no solo los pobres no les importan o los quieren ocultar de su vista como los borran de sus preocupaciones, sino que si pudieran, los eliminarían hasta en sentido físico. Basta bucear un poco en las redes sociales para percibir los discursos de odio que así lo expresan, o ver como festejan el stand up bizarro de Carrió que habla de los pobres casi como si fueran animales domésticos.

El núcleo duro del discurso gorila que hoy es el nudo argumental del relato macrista consiste en una serie de mistificaciones históricas, por la cual ellos se reservan el monopolio de los valores (la decencia, la transparencia, la sensibilidad social, el respeto por las instituciones, el esfuerzo y la cultura del trabajo), y nos dejan a nosotros la corrupción, el fomento de la vagancia, la ignorancia fomentada y el autoritarismo.

En tiempos de post verdad (aunque la cosa viene de lejos), diremos que es un discurso que prescinde de los hechos, porque no los necesita: poco importa y les importa si ha sido el peronismo el que más hizo en la Argentina por crear empleo, reducir la pobreza y la desigualdad o garantizar el acceso masivo a la educación pública en todos sus niveles; e incluso fue mucho más democrático y republicano, que lo que ellos jamás serán capaces de ser. O mejor dicho: sí importa, y por eso nos odian.

Nosotros no somos perfectos, claro, y tenemos muchos defectos, pero hay uno que seguro no tenemos: no nos molesta que la gente progrese y que la sociedad sea cada vez menos desigual e injusta. No solo no nos molesta, sino que trabajamos para que eso pase, y si nos apartamos de esa huella, no somos dignos de llamarnos peronistas.

Por eso la diferencia con cierta gente que hace de la preservación de la verdadera grieta (la de la injusticia social y la desigualdad) su identidad política, es abismal, y no puede ser salvada con apelaciones a la buena voluntad, o a deponer los enfrentamientos entre argentinos. Con gente que odia la movilidad social de la cual son resultado, con los que necesitan que haya cada vez más pobres para ser ellos cada vez más ricos, o con los que adopta su visión del mundo aunque sean unos secos notables, no nos separa una grieta: nos separa algo más profundo que la zanja de Alsina. Y ojalá que siga siendo así.

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