Por Raúl Degrossi
Leyendo éste post de Mendieta (que cómo siempre da en la tecla) coincido en que se suele sobrevalorar la importancia de las elecciones legislativas de éste año no tanto en función de su incidencia en el balance de poder institucional, como por su proyección en los posicionamientos de los candidatos y las estructuras políticas de cara a las presidenciales del 2015.
Lo que no es sino una muestra más de la constante del (chato) nivel del debate político nacional desde hace un tiempo, donde se discute "quien" puede suceder a Cristina, más que "para qué"; aunque no haya que ser ingenuos: en la omisión del "para qué" hay una intención deliberada de escamotear ciertas directrices de política que -se intuye- no contarían con demasiado favor popular; o por qué no, un modo de no admitir (desde la oposición) que muchas políticas del kirchnerismo permanecerían intocadas, sea porque es complejo desmontarlas, o porque en el fondo, ellos no harían algo demasiado distinto; más allá de las críticas.
Incluso en la discusión del kirchnerismo, y en la crítica al gobierno nacional, se pone el acento en las formas, los modos, los métodos, los estilos: al menos en la esfera de la política formal, la que expresan los dirigentes que ocupan roles institucionales y tienen aspiraciones electorales, poco se dice sobre las políticas alternativas concretas que esos mismos dirigentes desarrollarían, de llegar al gobierno.
Lo que no implica que esas políticas alternativas no se puedan entrever a partir del currículum de casa uno, o de las acciones que despliegan si les toca gestionar; como es el caso de Macri, De La Sota o Scioli.
El debate político centrado en el "quién" pivotea sobre al menos tres certezas: hoy por hoy es inviable una reforma constitucional que habilite a Cristina a competir por otro mandato, hay una profunda crisis de representación política del electorado no kirchnerista (visibilizada en los cacerolazos) y las definiciones políticas verdaderamente trascendentes se dan hacia el interior del peronismo; ese gigante invertebrado y por momentos gelatinoso, que puede volcar su peso decisivo hacia uno u otro horizonte político, y programa de gobierno: lo que pasó en la década menemista exime de mayores precisiones al respecto.
Sobre esas tres certezas pivotea el blanqueo público que hizo Scioli de sus aspiraciones presidenciales, intentando convertirse en el candidato "atrapa todo": el voto de los que concuerdan con las políticas del kirchnerismo (o al menos algunas de las más relevantes) pero discrepan con sus modales, el de los que se oponen de plano al proyecto político iniciado en el 2003 pero no encuentran hasta aquí alternativas de gobernabilidad en la oposición, el de los peronistas que ven al kirchnerismo como una especie de cuerpo extraño que más temprano que tarde deberán extirpar, y así.
En el caso de Scioli el "quien" no deja de ser importante, porque el gobernador de Buenos Aires despierta prevenciones encontradas: por un lado unos le reprochan su tibieza (en tanto no protagoniza públicamente una suerte de pronunciamiento de Urquiza contra el kirchnerismo), sin percibir que eso iría en contra del estilo con que se manejó en política toda su vida el ex motonauta, y que además hasta hoy, es parte de la coalición que gobierna el país.
Para los kirchneristas (en especial para el núcleo duro de los adherentes y votantes de Cristina) las prevenciones contra Scioli tienen que ver con lo que se presume que haría en caso de ser presidente (en base a su trayectoria y su gestión como gobernador), pero sobre todo con las certezas sobre lo que no haría: abordar los temas estructurales pendientes de la agenda trazada por Néstor y Cristina, confrontando con quien haya que confrontar, si fuera preciso.
Claro que Scioli no se preocupa -al menos por ahora- por disuadir esas prevenciones fiel a su idea de un kirchnerismo light, de bajas calorías y buenos modales; y porque espera que su paciencia lo compense siendo el elegido para la sucesión, ante la imposibilidad de la re-reelección de Cristina.
Adviértase que, en el fondo, nadie analiza en serio al resto de la oposición y sus perspectivas de cara al 2015, porque hay un sobreentendido respecto a que ese conglomerado de figuras (que se amplía periódicamente con alguna nueva incorporación) es parte de un cotillón irrelevante, y que la discusión política de verdad (y sobre todo la lucha real por el poder) se da hacia el interior del peronismo; donde pese a todos los anuncios y deseos de buena parte del complejo mediático, siguen sin alumbrar liderazgos alternativos al de Cristina.
Sucede que, tras años de conformar a los gobernadores del PJ como una especie de cuarto poder del Estado nacional, el kirchnerismo reconstruyó a partir de Néstor la autoridad presidencial (el rasgo más claramente autóctono de nuestra organización constitucional), ejerciéndola de un modo típicamente peronista; de resultas de lo cual la convirtió en la principal herramienta de consolidación de un liderazgo político (hacia dentro y fuera del peronismo); y en el motor del proceso de reconstrucción de la capacidad de intervención del Estado.
Decía yo al principio que el problema de la sucesión de Cristina (sin descartar que pueda darse la re-reelección, en absoluto) es más un asunto de "para que", que de "quien"; porque tanto en las ilusorias construcciones presidenciales de la oposición no peronista, como en la búsqueda de un liderazgo alternativo al de Cristina dentro del peronismo (lo que intenta hacer entre otros Scioli, a su ritmo y con su estilo), subyace la idea común del retorno al "país normal"; donde la política reconocía ciertos límites, en especial en su relación con los poderes no institucionales: en un esfuerzo de síntesis de cosas más complejas, podríamos decir que ése es el verdadero "tema en el que nos tenemos que poner de acuerdo todos los argentinos".
Para Cristina las elecciones de éste año son importantes no tanto en términos de la continuidad de su mandato (como dice Mendieta, nada hace prever un resultado catastrófico en contra que modifique sustancialmente la composición del Congreso), como de contar con los elementos a la mano para intentar la reforma constitucional (con dificultades objetivas para lograrlo, tanto en el Senado como para conseguir apoyos en la oposición), o en su caso, contar con un razonable control del proceso de su sucesión: algo que no es poco para un proyecto político que llevará para el 2015 doce años consecutivos en el poder.
Pero -una vez más-el "quien" la suceda determinará el "para que": los principales temas estructurales pendientes que el país tiene (sólo por citar algunos: la inflación, la concentración económica, el empleo en negro, mejorar los sistemas de transporte y de salud, el acceso a la vivienda) y su sentido de resolución dependerán del modo en que se produzca la sucesión política de Cristina.
Claro que no hay que olvidar que hasta entonces ella tiene la responsabilidad de gobernar, y del modo como los encare en estos tres años que restan de mandato dependerá a su vez la construcción del escenario en que se dirima la sucesión presidencial, con o sin reforma y re-reelección.
Las certezas que (para bien o para mal, para los que lo apoyan y los que lo critican) viene arrojando el kirchnerismo desde el 2003 para acá hace que, tratándose de Cristina, el "quien" gobierna remita necesariamente al "para qué", porque existe al menos como posibilidad la alternativa cierta de que se encaren los temas pendientes con un sentido de progresividad y (sin hacer locuras, ni incurrir en infantilismos), poniendo lo que haya que poner en el camino.
Más allá del kirchnerismo, y del liderazgo de Cristina, a ese respecto sólo hay interrogantes o más bien, certezas sobre lo que no se puede esperar.
Del mismo modo el liderazgo de Cristina es -hoy por hoy- la mejor garantía para conducir al peronismo (percibido desde adentro y desde afuera como la fuerza política que garantiza la gobernabilidad) en el mismo sentido del proceso que se viene desarrollando hace 10 años; evitando nuevos bandazos ideológicos y de políticas de gobierno, como sucedió en el menemismo.
Pero ese liderazgo se revalida a diario en la gestión de gobierno, (con todos los riesgos que eso implica, y de los que la oposición o los que esperan su turno en el peronismo están exentos), y habrá que pensar como se reformula su rol si Cristina no puede competir por otro mandato; pero puede incidir en quien la suceda.
Como también habrá que ver (aunque falte mucho para eso) en que medida se hace carne en el sentido común de la mayoría de la gente el hecho de que sea Cristina la que mejor garantice la gobernabilidad del país, junto con la posibilidad de encarar las transformaciones pendientes.
Porque en ese caso la problemática de la reforma y la posibilidad de re-reelección ya no serán solamente un problema del kirchnerismo, porque no encuentra un candidato o candidata alternativos.
Lo que no es sino una muestra más de la constante del (chato) nivel del debate político nacional desde hace un tiempo, donde se discute "quien" puede suceder a Cristina, más que "para qué"; aunque no haya que ser ingenuos: en la omisión del "para qué" hay una intención deliberada de escamotear ciertas directrices de política que -se intuye- no contarían con demasiado favor popular; o por qué no, un modo de no admitir (desde la oposición) que muchas políticas del kirchnerismo permanecerían intocadas, sea porque es complejo desmontarlas, o porque en el fondo, ellos no harían algo demasiado distinto; más allá de las críticas.
Incluso en la discusión del kirchnerismo, y en la crítica al gobierno nacional, se pone el acento en las formas, los modos, los métodos, los estilos: al menos en la esfera de la política formal, la que expresan los dirigentes que ocupan roles institucionales y tienen aspiraciones electorales, poco se dice sobre las políticas alternativas concretas que esos mismos dirigentes desarrollarían, de llegar al gobierno.
Lo que no implica que esas políticas alternativas no se puedan entrever a partir del currículum de casa uno, o de las acciones que despliegan si les toca gestionar; como es el caso de Macri, De La Sota o Scioli.
El debate político centrado en el "quién" pivotea sobre al menos tres certezas: hoy por hoy es inviable una reforma constitucional que habilite a Cristina a competir por otro mandato, hay una profunda crisis de representación política del electorado no kirchnerista (visibilizada en los cacerolazos) y las definiciones políticas verdaderamente trascendentes se dan hacia el interior del peronismo; ese gigante invertebrado y por momentos gelatinoso, que puede volcar su peso decisivo hacia uno u otro horizonte político, y programa de gobierno: lo que pasó en la década menemista exime de mayores precisiones al respecto.
Sobre esas tres certezas pivotea el blanqueo público que hizo Scioli de sus aspiraciones presidenciales, intentando convertirse en el candidato "atrapa todo": el voto de los que concuerdan con las políticas del kirchnerismo (o al menos algunas de las más relevantes) pero discrepan con sus modales, el de los que se oponen de plano al proyecto político iniciado en el 2003 pero no encuentran hasta aquí alternativas de gobernabilidad en la oposición, el de los peronistas que ven al kirchnerismo como una especie de cuerpo extraño que más temprano que tarde deberán extirpar, y así.
En el caso de Scioli el "quien" no deja de ser importante, porque el gobernador de Buenos Aires despierta prevenciones encontradas: por un lado unos le reprochan su tibieza (en tanto no protagoniza públicamente una suerte de pronunciamiento de Urquiza contra el kirchnerismo), sin percibir que eso iría en contra del estilo con que se manejó en política toda su vida el ex motonauta, y que además hasta hoy, es parte de la coalición que gobierna el país.
Para los kirchneristas (en especial para el núcleo duro de los adherentes y votantes de Cristina) las prevenciones contra Scioli tienen que ver con lo que se presume que haría en caso de ser presidente (en base a su trayectoria y su gestión como gobernador), pero sobre todo con las certezas sobre lo que no haría: abordar los temas estructurales pendientes de la agenda trazada por Néstor y Cristina, confrontando con quien haya que confrontar, si fuera preciso.
Claro que Scioli no se preocupa -al menos por ahora- por disuadir esas prevenciones fiel a su idea de un kirchnerismo light, de bajas calorías y buenos modales; y porque espera que su paciencia lo compense siendo el elegido para la sucesión, ante la imposibilidad de la re-reelección de Cristina.
Adviértase que, en el fondo, nadie analiza en serio al resto de la oposición y sus perspectivas de cara al 2015, porque hay un sobreentendido respecto a que ese conglomerado de figuras (que se amplía periódicamente con alguna nueva incorporación) es parte de un cotillón irrelevante, y que la discusión política de verdad (y sobre todo la lucha real por el poder) se da hacia el interior del peronismo; donde pese a todos los anuncios y deseos de buena parte del complejo mediático, siguen sin alumbrar liderazgos alternativos al de Cristina.
Sucede que, tras años de conformar a los gobernadores del PJ como una especie de cuarto poder del Estado nacional, el kirchnerismo reconstruyó a partir de Néstor la autoridad presidencial (el rasgo más claramente autóctono de nuestra organización constitucional), ejerciéndola de un modo típicamente peronista; de resultas de lo cual la convirtió en la principal herramienta de consolidación de un liderazgo político (hacia dentro y fuera del peronismo); y en el motor del proceso de reconstrucción de la capacidad de intervención del Estado.
Decía yo al principio que el problema de la sucesión de Cristina (sin descartar que pueda darse la re-reelección, en absoluto) es más un asunto de "para que", que de "quien"; porque tanto en las ilusorias construcciones presidenciales de la oposición no peronista, como en la búsqueda de un liderazgo alternativo al de Cristina dentro del peronismo (lo que intenta hacer entre otros Scioli, a su ritmo y con su estilo), subyace la idea común del retorno al "país normal"; donde la política reconocía ciertos límites, en especial en su relación con los poderes no institucionales: en un esfuerzo de síntesis de cosas más complejas, podríamos decir que ése es el verdadero "tema en el que nos tenemos que poner de acuerdo todos los argentinos".
Para Cristina las elecciones de éste año son importantes no tanto en términos de la continuidad de su mandato (como dice Mendieta, nada hace prever un resultado catastrófico en contra que modifique sustancialmente la composición del Congreso), como de contar con los elementos a la mano para intentar la reforma constitucional (con dificultades objetivas para lograrlo, tanto en el Senado como para conseguir apoyos en la oposición), o en su caso, contar con un razonable control del proceso de su sucesión: algo que no es poco para un proyecto político que llevará para el 2015 doce años consecutivos en el poder.
Pero -una vez más-el "quien" la suceda determinará el "para que": los principales temas estructurales pendientes que el país tiene (sólo por citar algunos: la inflación, la concentración económica, el empleo en negro, mejorar los sistemas de transporte y de salud, el acceso a la vivienda) y su sentido de resolución dependerán del modo en que se produzca la sucesión política de Cristina.
Claro que no hay que olvidar que hasta entonces ella tiene la responsabilidad de gobernar, y del modo como los encare en estos tres años que restan de mandato dependerá a su vez la construcción del escenario en que se dirima la sucesión presidencial, con o sin reforma y re-reelección.
Las certezas que (para bien o para mal, para los que lo apoyan y los que lo critican) viene arrojando el kirchnerismo desde el 2003 para acá hace que, tratándose de Cristina, el "quien" gobierna remita necesariamente al "para qué", porque existe al menos como posibilidad la alternativa cierta de que se encaren los temas pendientes con un sentido de progresividad y (sin hacer locuras, ni incurrir en infantilismos), poniendo lo que haya que poner en el camino.
Más allá del kirchnerismo, y del liderazgo de Cristina, a ese respecto sólo hay interrogantes o más bien, certezas sobre lo que no se puede esperar.
Del mismo modo el liderazgo de Cristina es -hoy por hoy- la mejor garantía para conducir al peronismo (percibido desde adentro y desde afuera como la fuerza política que garantiza la gobernabilidad) en el mismo sentido del proceso que se viene desarrollando hace 10 años; evitando nuevos bandazos ideológicos y de políticas de gobierno, como sucedió en el menemismo.
Pero ese liderazgo se revalida a diario en la gestión de gobierno, (con todos los riesgos que eso implica, y de los que la oposición o los que esperan su turno en el peronismo están exentos), y habrá que pensar como se reformula su rol si Cristina no puede competir por otro mandato; pero puede incidir en quien la suceda.
Como también habrá que ver (aunque falte mucho para eso) en que medida se hace carne en el sentido común de la mayoría de la gente el hecho de que sea Cristina la que mejor garantice la gobernabilidad del país, junto con la posibilidad de encarar las transformaciones pendientes.
Porque en ese caso la problemática de la reforma y la posibilidad de re-reelección ya no serán solamente un problema del kirchnerismo, porque no encuentra un candidato o candidata alternativos.
4 comentarios:
Degrossi: Ud. siempre me ahorra tiempo(Elabas Ave)
Por favor, De Grossi, nombrá dos diferencias de política ente Scioli y Cristina. Hablando de cosas importantes (AUH, política de medios, relación con los empresarios y el campo, utilización de la propaganda oficial, relación con el PJ y los sindicatos...) Te lo digo de onda uds buscan el pelo en el huevo porque enfrente no se armó todavía nada serio (electoralmente hablando). El día que eso suceda, si es que sucede, van a ir corriendo a sobarle el brazo de hule a Daniel o a lustrarle la dentadura a massita. Si querés apostamos una botella de buen vino. O me vas a decir que sos principista.
Ni se armó ni se armará amigo, hasta los opositores están esperando para salir corriendo al brazo de Scioli, ¿o usted cree que alguien toma en serio a Binner, Macri o los radicales?
Lo de la botella de vino nos da una pista de que puede ser el mismo del comentario en el siguiente post.
Binner está esperando que termine la 2ª Guerra Mundial para armar una propuesta ganadora contra los K.
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