Que el campo está
entre los principales ganadores del modelo económico macrista (junto con los
bancos no caben dudas. Les eliminaron todas las trabas para exportar, les
devaluaron la moneda, les eliminaron o rebajaron retenciones, les devolvieron
el Renatre. Hasta el blanqueo y el “rediseño” del Procrear (orientado hacia la
inversión inmobiliaria y no hacia la construcción de viviendas) parecen
sonreírles.
Claro que eso no
implica que dejen de llorar miseria (siguiendo su costumbre histórica) ni que
todos hayan ganado por igual, o que dentro del sector no haya perdedores: ahí
andan los tamberos reclamando, y otro tanto pasa con las famosas “economías
regionales”: vino, pera, manzana, tabaco, algodón.
Pasa que no todas
son buenas: la recesión mundial y de nuestros principales mercados golpea a las
exportaciones (demostrando que el problema era mucho más complejo que retocar
el tipo de cambio o sacar retenciones), el tarifazo, la devaluación que trae
aparejada una burbuja financiera e inmobiliaria que termina influyendo en el
precio de los campos y en los valores de los arriendos.
Lo curioso es ver
como reaccionar dirigentes y productores del sector ante un gobierno “del
palo”, y con un ministro que virtualmente lo pusieron ellos; pero que por lo
visto hasta acá, parece condenado a replicar el fallido experimento de los
“agrodiputados”, desde el Ejecutivo. Para peor, en un contexto general de
conflictos de intereses ostensibles y groseros en el gobierno de los CEOS:
mientras falta la manteca y los tamnberos reclaman por el precio de la leche
cruda, el secretario de Comercio y los dos “coordinadores del gabinete
económico” embolsan ganancias como exportadores de queso.
Todas las
asimetrías existentes en el sector (en la escala y volumen de la producción, en
la distribución de rentabilidades en las cadenas de valor) tienden a
profundizarse aceleradamente, como lógica consecuencia de la instauración de un
régimen de “mano invisible del mercado”, con retiro del Estado de la escena y
de toda forma de regulación.
En ese contexto, no debería sorprender tanto la
respuesta del ministro Buryaile (antes que todo, empresario él mismo) al
problema de la escasez de manteca, como la ingenuidad de los productores y
algunos dirigentes agropecuarios que todavía creen que -más tarde o
más temprano- y con las mismas reglas de juego, las cosas cambiarán para mejor.
Hoy rigen las
famosas “reglas de juego claras” que por años le reclamaron al kirchnerismo, y
resulta que eran la ley del mercado, o sea la de la selva; y ya se sabe lo que
pasa en la selva cuando no hay nadie que intervenga en los conflictos entre
chicos y grandes.
Todos los problemas
del sector se resuelven con más intervención del Estado y no con menos, en todo
caso con una intervención más inteligente y precisa; y con mas decisión de ir a
fondo contra ciertos núcleos de intereses, como las cadenas de supermercados o
los grandes grupos exportadores.
En la enumeración
de las quejas o la descripción de los problemas todos (o casi todos, para ser
más precisos) en el “campo”·visible y audible parecen estar de acuerdo; sin
embargo a la hora de proponer soluciones se bifurcan los caminos: es entonces
cuando se mezclan la bronca por la situación y la decepción con “su” gobierno
(el que mayoritariamente votaron), con el talibanismo ideológico pro mercado
(reacio por principio a toda intervención o regulación pública) y la cerril
negativa a considerar siquiera que pudieron haberse equivocado a la hora de
meter el voto en la urna.
Ahí están sino el
ejemplo de la cadena láctea, donde las propias entidades de la Mesa de Enlace
están pidiéndole al Estado que arme un fideicomiso para transferir ganancias
del supermercadismo a los tamberos, o sea exactamente el mismo esquema que el
gobierno de Macri acaba de desarmar en el caso del aceite, disparando el precio
del producto en las góndolas de los supermercados.
O el de la
eliminación de las retenciones al maíz, que todos pedían antes y de la que
todos se quejan ahora porque disparó los costos de producir aves y cerdos, o
engordar al ganado vacuno con feedlot; aunque nadie se anima tampoco a pedir
que sean reimplantadas.
Si no fuera porque con todos estos desaguisados nos
terminan cagando a nosotros como consumidores, estaría para sentarse tranquilos
a verlos pelearse entre ellos, con un baldecito de pochoclo como si miráramos
una peli.
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