Pasó cuando arreciaron los cacerolazos
contra el tarifazo en todo el país, y
volvió a pasar cuando se conoció el fallo de la Corte: la respuesta del aparato
político del gobierno a las noticias adversas fue salir a “timbrear” en todo
el país; tal como lo hacían en campaña.
Más allá de que el
de Macri parece ser un gobierno “en campaña permanente”, cabe preguntarse cual
es la idea que se busca transmitir con la movida, que muy claro está es todo
menos espontánea: sabido es que los lugares a donde el presidente y los
funcionarios se mueven son rigurosamente seleccionados por el aparato
comunicacional del gobierno, buscando “ambientes protegidos” para evitar correr
riesgos.
¿O acaso alguien
puede suponer que un presidente que empezará a desplazarse en autos blindados
para repeler supuestas agresiones o que no puede protagonizar actos públicos
sin un impresionante dispositivo de seguridad se expondría sin más a ir casa
por casa tocando timbres, sin saber quién y como lo recibirán? Si hasta en el "timbreo" se prendió Corral, que no se digna recibir a nadie ni aunque le armen un acampe en la puerta del despacho en la municipalidad.
También en la
pasada campaña electoral los “timbreos” estaban organizados según el mismo
modelo, a través del procesamiento de la información que arrojaban las redes
sociales, en una puesta en escena muy estudiada y –por cierto- eficaz: contra
el modelo de comunicación política tradicional y vertical del kirchnerismo (las
cadenas nacionales, la interlocución elaborada de CFK, dirigida a un auditorio
politizado y convencido), lograron transmitir la idea opuesta: políticos
hablando de tú a tú con gente común del llano, sin mediaciones y dispuestos a
escuchar.
Repetida ahora en
la gestión, la metodología apunta a crear sentido social en torno a un gobierno
“en contacto con la gente”, sin la mediación de las estructuras políticas, y
bajándole el precio a los medios tradicionales en cuanto a su capacidad de
influir en la percepción política de los ciudadanos.
En ese esquema, lo importante no son las personas
concretas contactadas por las “timbreadas” o lo que puedan aportar entre sus
conocidos en el boca a boca, sino lo que los medios y las redes sociales
reproducen: aun aquél al que el presidente o sus funcionarios no hayan ido a
visitar a su casa debe quedar convencido de que sería perfectamente capaz de
hacerlo, lo que los diferencia de
los “políticos tradicionales que no escuchan la gente”.
Este último es un
punto crucial: los “timbreos” buscan mostrarnos a un gobierno que escucha y está atento
a las demandas sociales, para plantear sus políticas y para rectificarlas si
hiciera falta.
Visto desde allí el
gobierno “real” de Macri, queda claro que se trata simplemente de un conjunto
de mentiras, hábilmente orquestado: el gobierno realmente existente se sustenta
en el crudo ejercicio de la “real politik”, canjeando todo el tiempo plata,
favores, figuritas o carpetazos (según haga falta palo o zanahoria para lograr
los objetivos) con gobernadores, intendentes, sindicalistas, legisladores o
referentes de la oposición.
Lo que no excluye que promueva reformas (como la boleta única
electrónica) que van en el sentido de desarticular las estructuras partidarias
tradicionales, buscando equiparar por vía de esas ingenierías “institucionales”
la desventaja que tiene el PRO en términos de desarrollo territorial, tanto en
relación a sus aliados de la UCR, como a sus presuntos opositores del PJ.
Del mismo modo que
para el gobierno que cree “en el contacto directo con la gente a través de las
redes sociales y las nuevas formas de la comunicación” el apoyo de los medios
hegemónicos es políticamente crucial, para poner en la agenda pública todo el
tiempo la “pesada herencia recibida” y la “corrupción k”; que suelen ser el
mejor recurso para disimular los fracasos de gestión, o los costados más duros
de las políticas que se despliegan desde el gobierno. A las pruebas nos remitimos: al "timbreo" del sábado le sucedieron el programa de Lanata del domingo, y la tapa de Clarín del lunes.
Tal disimulo es
necesario porque la mayor de las mentiras que subyace en todo esto de los
“timbreos” es aquello de la capacidad de escucha del gobierno (chistes sobre
Ciro James, Palacios y ahora Stiuso y la AFI, abstenerse), y su predisposición
a rectificar políticas cuando encuentran resistencia: si algo enseña la saga
del tarifazo es que el gobierno es plenamente conciente de los efectos nocivos
que tienen sus políticas para determinados sectores de la sociedad; e insiste
en llevarlas adelante por determinación personal y decisiva del propio Macri en
todos los casos.
Avanzan sobre un
terreno que suponen fértil y favorable (el de la dispersión opositora) y el
famoso “prueba y error” en rigor debería ser calificado como “si pasa, pasa”:
se lanza una política, se mide la resistencia que genera y si no se la puede
superar, se retrocede un paso, esperando el momento oportuno para volver a
avanzar dos o tres, en la misma dirección original. Se verá en breve, pero todo
indica que eso es lo que pasará con el tarifazo cuando lleguen las audiencias
públicas.
Políticas que
además y como regla general, vienen sistemáticamente a poner en acto los
intereses de los sectores más poderosos de la sociedad, en desmedro de los más
débiles, a los que se les reservan “paliativos” supuestamente compensatorios
que llegan siempre más tarde (cuando llegan) y en dosis homeopáticos. Ayer mismo el presidente "timbreador" volví a echarles la culpa a los trabajadores de los "palos en la rueda", por el ausentismo y los juicios laborales.
Lo que deja claro
que el gobierno es fiel a sus verdaderos apoyos, que son mucho más sólidos y
concretos que la volátil adhesión social constada supuestamente “al azar” en
los timbrazos, o el “la comprensión y el acompañamiento” a su gobiernos que
dice detectar a lo largo y a lo ancho del país un presidente que hace actos
relámpagos para rehuir el contacto con cualquier forma de protesta.
Así como es
razonable insistir en una estrategia cuando esta ha dado resultados antes,
también es prudente cambiarla cuando las circunstancias son distintas, algo que
no parece registrar el macrismo: en campaña bastaba con instalar la idea de que
era necesario un cambio, y disipar temores sobre lo terrible que podría venir
si ganaba Macri; algo en lo que fueron eficaces en determinados sectores,
porque otros los votaron precisamente por lo que sabían y esperaban que iban a
hacer, llegados al gobierno.
Ya en el gobierno y con el desgaste que supone la gestión
del Estado (drásticamente acelerado por el sentido, la dirección y los
resultados que vienen teniendo las políticas oficiales), la cosa es más
compleja; de allí que el aparato comunicacional y político del macrismo deba
redoblar sus esfuerzos para vender espejitos de colores, incurriendo en
ridículos como por ejemplo sostener que a “la gente” poco o nada le preocupa el
tarifazo: el mismo tipo de subestimación con el que insistieron en imponerlo,
hasta que se toparon con el fallo de la Corte.
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