Muchos argentinos fueron convencidos de que no se merecían vivir bien, fueron parte de una fiesta insostenible y llegó el momento de que la paguen. Y la idea de ser como Perú no les parece del todo mala porque creen que es natural que haya jerarquías sociales inmodificables.
— La Corriente K (@lacorrientek) August 5, 2025
En estos tiempos de incertidumbre y desaliento asistimos a diario con perplejidad a la comprobación de que el mundo tal cual lo conocimos (o percibimos e interpretamos) ya no existe, o está sometido a cambios de tal magnitud y velocidad que no alcanzamos a comprender cabalmente.
Y en ese proceso, ideas, valores, conceptos que siempre dimos por sentados o con los que crecimos y supusimos gozando de amplios consensos, están siendo puestos en entredicho, si no directamente ignorados o rechazados, no ya por los votantes de Milei sino por buena parte de la sociedad argentina. Ese contexto condiciona ciertamente la acción política y de allí su interés para el análisis, por lo que se nos ocurrió enumerar algunos para disparar la reflexión. El listado no indica precedencia:
* El consenso democrático, es decir el acuerdo social sobre el valor de la democracia como sistema para resolver los conflictos, contradicciones y problemas sociales. Hoy hasta la misma eficacia del voto para introducir cambios en la realidad está puesta en duda, como lo demuestra el cada vez más elevado índice de ausentismo electoral.
* El rechazo de la violencia en todas sus formas (física, verbal, simbólica, institucional) y el consenso sobre que no es el modo para zanjar las diferencias o resolver los conflictos. Avanzando sobre un terreno sembrado por la dictadura y por quienes aun hoy relativizan, niegan o justifican las violaciones sistemáticas a los derechos humanos y cuestionan las políticas de juzgamiento del genocidio (el experimento libertario eligió para acompañar a Milei a una apologista de la dictadura), la sociedad se deglutió el intento de asesinato contra Cristina, y no solo tolera sino que replica con alarmante frecuencia la estigmatización y el uso promiscuo de las categorías infamantes de la dictadura (zurdos, terroristas, subversivos) que baja desde el discurso oficial del gobierno.
* Vinculado a la anterior, ya está lejos de ser generalizado el rechazo a la crueldad humana y social en todas sus formas, y muchos ni siquiera guardan las formas de la corrección política, justamente porque se han quebrado los consensos sociales extendidos al respecto. Basta ver como se consuman crueldades y violencias contra colectivos vulnerables como jubilados o discapacitados, casi sin reacciones sociales, cuando no son justificadas.
* La valorización con orgullo de la condición de trabajador, y los derechos que esa condición conlleva. Mientras los derechos laborales son asimilados a privilegios (permeando así el discurso que es música para los oídos del capital) y muchos se auto-perciben empresarios o emprendedores, la aspiración o ideal de la movilidad social ascendente como una característica singular de la sociedad argentina (superando incluso la polémica sobre si es mérito individual o realización colectiva o con ayuda del contexto) ha dado paso a la idea de salvarse cada uno como pueda, creyendo que tiene la receta mágica que lo pone a cubierto de las inclemencias económicas, políticas o sociales.
* El rol del Estado como garante del bien común y representante del interés general, responsable como tal de armonizar los intereses sociales en pugna en busca del equilibrio y de formas mayores de justicia en la asignación de los bienes y las cargas en la sociedad. Va ínsito en ello la progresiva disolución de la idea amplia de la justicia como reducción de las desigualdades, y no simplemente como una retaliación del delito.
* El rechazo a las diferencias sociales y jerarquías pretendidamente naturales y que no son más que el fruto de relaciones concretas de poder, y la rebeldía contra todas las formas de injusticia. Hoy nos proponen ser Perú (con una minoría que goza de la plenitud de los derechos, y grandes mayorías sometidas, excluidas y pauperizadas), y a muchos argentinos no solo no les hace ruido, sino que les parece un destino aceptable.
* La idea de nación como destino común compartido más allá de las diferencias, antes incluso de la discusión sobre buscar un destino independiente definido por nosotros mismos, o simplemente apendicular, en la esfera de influencia de alguna potencia extranjera; con sus consecuencias en el modelo social y productivo a desarrollar. Hoy día la dimensión de lo nacional pareciera directamente no existir ni ser registrada para buena parte de la sociedad, que parece no percibir que la cuestión está vinculada a su propio desarrollo personal, familiar o comunitario; salvo quizás en modo auto-denigratorio, para compararnos con otros países, siempre en términos desfavorables para nosotros.
* Vinculado a lo anterior, no solo está quebrada la noción de orgullo nacional y nuestra autoestima como pueblo, sino que son atacadas -por motivos ideológicos, confesos o no- aquellas manifestaciones que deberían servir para afirmarlos, como los logros de nuestros científicos o las creaciones artísticas argentinas que tienen éxito en el mundo y despiertan elogios.
Por supuesto que no desconocemos cuanto influye en éste penoso panorama la persistencia inmodificable del gorilismo como realidad cultural, identidad política y hasta configuración psicológica de buena parte de la sociedad argentina; un dato sin el cual todo análisis de la realidad nacional será incorrecto y falaz.
Se trata en síntesis de revisar no para resignar banderas, principios ni objetivos de la acción política, ni para hacer seguidismo acrítico del humor social o el "clima de época"; sino para entender -como viene pidiendo Cristina- el terreno en el que se pisa y sobre el que ésa acción se desarrolla. Y para construir un programa político a partir de la afirmación de esos valores y el desarrollo de la praxis política necesaria para recuperarlos y reconectarlos con el sentido común social.
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