Con los pasos determinados por el cronograma electoral, las fuerzas políticas completaron el rito de las candidaturas y el armado de las listas, con olvido (salvo honrosas excepciones) del contexto particular en que en éste caso tuvieron que hacerlo: con la presidenta del principal partido de la oposición y dos veces presidenta de los argentinos presa y proscripta. El silencio del oficialismo y el amplio campo del gorilismo se entiende (aunque refleje la debilidad de sus convicciones democráticas), el de buena parte del peronismo concernido en la situación de su principal líder y referencia política es más preocupante.
Olvidar la proscripción de Cristina es olvidar que, además de su gravedad como retroceso democrático, es un hecho significativo que no hace más que agudizar la crisis de representación de la que Milei es consecuencia, y que se manifiesta en los cada vez más elevados índices de ausentismo electoral.
Con Cristina fuera de la competencia, la política (y no solo el peronismo) pierden mucho de lo que debería caracterizarla, para recuperar la confianza de la sociedad: ideas, proyectos, trayectorias que la respalden, convicciones para defender esas ideas y -sobre todo- vocación por asumir el desafío de representar, más allá de toda consideración sobre la propia situación personal.
Este cierre de listas -con muestras de patetismo en más de un sentido- acentuó el deprimente espectáculo de la "famosocracia"(al que afortunadamente el peronismo pudo sustraerse, al menos en los principales distritos) y la hoguera de vanidades de las ambiciones personales, vicio éste al que -lamentablemente- las fuerzas que se dicen nacionales y populares no pudieron escaparle: sirva de ejemplo para corroborarlo el hecho de que en Santa Fe el PJ terminó de cerrar su lista cuando faltaban dos horas para el plazo legal, porque ninguno quería ceder posiciones.
En ese marco cabe preguntarse hasta que punto el modo en el que la política se comporta y se auto-percibe a sí misma y su rol social no termina validando el discurso anti casta de un Milei que enfrenta una elección en la que arriesga poco en términos de representación parlamentaria, y solo con ganar algunas bancas conseguiría blindar sus vetos para obstruir cualquier iniciativa opositora en el Congreso.
No perdemos de vista lo que se juega en éstas elecciones, y su importancia: dar un mensaje desde la sociedad a un gobierno cruel y despiadado, y generar volumen en el Congreso para frenarlo. Por eso no entramos ni vamos a entrar en exquisiteces de listas, nombres ni órdenes, lo que en éste contexto es irrelevante, y sería incurrir en lo mismo que criticamos.
La que sí parece perderlo de vista es la propia política, entretenida en los juegos de la silla y las vanidades personales, potenciadas por una arquitectura electoral pensada precisamente para eso, y a le medida de un poder económico cada vez más denso, y con mayor capacidad de instrumentar en su beneficio a una política cada vez más liviana.
La porosidad creciente de las estructuras partidarias (cáscaras vacías de las que es sencillo entrar y salir según las conveniencias del momento, sin consecuencias), la supresión de las PASO que refuerza el poder de las roscas y oligarquías al interior de las fuerzas políticas y la boleta única (un engendro cuyos efectos bien conocemos los santafesinos), constituyen un combo fatal en el proceso -imprescindible- de búsqueda de un sistema político capaz de alcanzar la densidad necesaria para ponerle límites al desenfreno del poder económico; para construir una democracia que tenga sentido y sea reapropiada por la sociedad como el sistema en el que puede conquistar derechos y concretar aspiraciones.
Y sin embargo de allí, de ese sistema político desvencijado y que vive mirándose el ombligo y sin tomar nota -muchas veces- del contexto y las demandas (aun no claramente explicitadas, pero ciertamente latentes) de la sociedad deberán venir las respuestas y la salida al laberinto, y deberán venir más pronto de lo que podemos imaginar. Allí radica la complejidad de la situación y la envergadura del desafío.
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