Hace un tiempo, en pleno macrismo y cuando el panorama político a futuro era oscuro, escribimos acá que a Cristina ya no teníamos derecho a pedirle nada, desde aquel fatídico 27 de octubre de 2010 en que perdió a Néstor. Su rol político -resignificado por esa tragedia personal y familiar- estaba más que cumplido.
Y sin embargo ella, con el enorme sentido de la responsabilidad institucional que la caracterizó siempre, entendió que debía dar más: fue por la reelección, la obtuvo, gobernó en medio de un montón de dificultades un país y una sociedad que no son para nada fáciles de gobernar; y entregó el poder con absoluta normalidad y conduciendo con firmeza el timón hasta el último día de su mandato, cuando la derecha política, económica y mediática hizo todo lo posible para que lo hiciera en medio de una crisis terminal, y precipitadamente; para justificar luego un ajuste brutal.
Un mérito que parece haberse olvidado con el paso de los años, y que sin embargo se acrecienta si se la compara a ella y su gobierno, con lo que vino después. De allí que también hemos dicho acá varias veces que si nos preguntan que gobierno querríamos, la respuesta es muy sencilla: uno como el que haría Cristina, dadas las circunstancias. Pero Cristina hay una sola, claro.
Esa Cristina que -pese a que, como dijimos, ya nadie podía exigirle que haga nada- dejó a un lado la persecución política de que fueron objeto ella y su familia, para dar un paso al frente y comenzar a vertebrar una salida política del macrismo, primero en el 2017 con la creación de "Unidad Ciudadana" y su candidatura a senadora, y luego en el 2019 con la creación del "Frente de Todos" y su paso al costado, para propiciar la candidatura de Alberto Fernández.
En el primer caso, Cristina -que vio claro el macrismo cuando aun no había comenzado- dio testimonio cuando otros se escondían, o pensaban que había derecha para rato en el país y se organizaban en consecuencia, haciendo "oposición razonable", y "aportando gobernabilidad". Y en el segundo se despojó por completo de ambiciones personales (si es que aun las tiene, porque ha sido en política todo lo que alguien puede ser), quitando una excusa posible -aunque no admisible- para construir la unidad opositora. Otro gesto suyo que -visto en perspectiva- parece no haber sido comprendido en toda su magnitud, por quienes fueron sus beneficiarios.
Cuando dejaba el gobierno en aquel acto multitudinario del 9 de diciembre de 2015, ante una Plaza de Mayo repleta, Cristina dijo -ante la inquietud de la gente por lo que venía- que iba a pasar lo que nosotros quisiéramos (y permitiéramos) que pase, y su predicción fue exacta: el nuevo experimento neoliberal avanzó hasta donde pudo, sin que la sociedad argentina o parte de ella reaccionaran para impedirle ir más allá. La piedra de toque fue la reforma previsional.
Esa sentencia de Cristina, que pone la responsabilidad de la construcción del futuro político en el colectivo y no exclusivamente en sus liderazgos, sigue teniendo plena vigencia hoy, cuando volvimos al gobierno pero muchas veces sentimos que, además de no tener todo el poder (algo que ella también se ocupó de remarcar cada vez que puede), el presidente o los funcionarios parecen no tener conciencia clara del contenido concreto del mandato popular que recibieron en las urnas y -sobre todo- parecen no haber comprendido el gesto de Cristina al resignar su candidatura.
La misma Cristina que, ahora mismo, sigue iluminando el camino cada vez que habla u opina: desde señalar claramente desde el propio rol institucional lo que todos palpamos (que hay "funcionarios que no funcionan"), hasta delinear un claro programa político y económico para el gobierno del FDT, al reclamar alinear precios, salarios, tarifas y tipo de cambio para crecer con inclusión.
Sin embargo, Cristina no es Chacho Alvarez, es decir alguien que renuncia a su responsabilidad institucionalidad desde una visión de pura testimonialidad personalista, para salvar la ropa aunque todo se derrumbe. Lo que sí nos está diciendo -una vez más, porque ya lo dijo antes- es que el asunto está ahora y de una buena vez, en nuestras manos: "va a pasar lo que ustedes quieran que pase".
Con Cristina y su relación con gran parte de la sociedad argentina sucede que su estatura política y el volumen de su liderazgo -que crece y se resignifica en el contexto- dan paso a la dimensión del cariño, algo que en el peronismo no debería tener que explicarse.
Y es desde esa dimensión que a Cristina -como dijimos antes- ya no le podemos pedir nada, sino darle. Incluyendo los deseos de un feliz cumpleaños, y que tenga una buena vida por delante, haciendo lo que tenga ganas, lo que le guste y lo que sienta que tiene que hacer. Se lo ha ganado con creces.
3 comentarios:
Muy bueno. Ojalá algún compañero se lo reenvíe y Cristina pueda leerlo.
El Colo.
Su capacidad de liderazgo es excepcional, lás tima que no siempre se rodea de personas a su altura moral e intelectual, como es el caso de AF, un nuevo Caballo de Troya del empresariado.
Amor
CK
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