Dijo el Ministro de Trabajo Claudio Moroni que " el mejor salario es el que se puede pagar"? No comparto esa idea.El mejor salario es el que supera largo el costo de vida y cumple con el derecho a participar en la ganancia de las empresas.*art 14 bis CN
— Héctor Pedro Recalde (@HPRecalde) April 30, 2022
Hace siete años los trabajadores formales de más altos salarios, representados por sus sindicatos y la CGT, la reclamaban a un gobierno popular que "el salario no es ganancia", y hasta hubo varios paros generales por eso. Hoy, el ministro de Trabajo del gobierno actual (es decir, el que encabeza uno de los ministerios que nos enorgullecemos en haber recuperado del macrismo) dice que "salario digno es el que se puede pagar", y que pese a la alta inflación, él no ve problemas con los salarios.
Evidentemente, en el medio pasaron unas cuantas cosas, como dijo uno, que precisamente pasó en el medio. Tanto es así que la economía crece y se recupera de las dos pandemias (el macrismo y el COVID), pero los salarios pierden frente a la inflación, y llevamos13 meses seguidos creando empleo en el sector privado, pero casi siete años de retroceso salarial.
Y de una economía con problemas -hace siete años- que discutía eliminar Ganancias para los trabajadores en relación de dependencia, pasamos a otra en la que el fenómeno del "trabajador pobre" (es decir aquellos que, aun teniendo empleo formal y ajustes por paritarias, no alcanzan a llegar a fin de mes) es cada vez más frecuente, mal que le pese a otro ministro (Kulfas), que en éste panorama minimiza el problema, y se desentiende de su solución.
Que la economía crezca a una velocidad mayor que aquella a la que se recupera el empleo puede ser una consecuencia del modelo de desarrollo escogido, pero que recuperándose ambos los salarios sigan retrocediendo en su capacidad adquisitiva es resultado de una puja distributiva, en la que los trabajadores vienen perdiendo hace rato; frente a la pasividad sindical, y de un gobierno al que en su mayoría votaron. Un gobierno al que le sucede lo que le sucede a Kulfas: parece contentarse en señalar los números favorables de la macroeconomía (como lo acaba de hacer el presidente en la asamblea de la CAME), y manifestarse preocupado por la inflación, sin acertar a articular medidas concretas para enfrentarla.
Si hubiera que hacer el ejercicio teórico de reducir a una sola y única causa la derrota electoral del FDT el año pasado, no dudaríamos en decir que hay que buscarla por el lado de ésta cuestión; que si sigue sin ser atendida será la principal -casi determinante- causa de otra derrota el año que viene. Y si hubiera que hacer el mismo ejercicio para formular un programa electoral que la evite, la conclusión sería la misma: sin recomponer el poder adquisitivo de los salarios, no hay -de nuestra parte- alternativa que ofrecer en las urnas, con mínimas chances competitivas; así de sencillo.
Después de un gobierno de los patrones, que hizo de los trabajadores sus enemigos y de sus derechos, la causa principal de los problemas del país, vino otro que lo sucedió precisamente como consecuencia del repudio de esos trabajadores a esa visión, pero que no ha estado hasta acá, claramente, a la altura del mandato popular recibido en éste preciso aspecto.
Y la derecha que ganó esas elecciones anuncia -en todos los tonos, y en todas sus variantes- que si vuelve al poder, hará lo mismo, más rápido y más a fondo. Hace pocos días esa derecha movilizó en un "tractorazo" a Buenos Aires para pedir que les devuelvan el país anterior al peronismo, es decir, sin trabajadores integrados, con derechos y salarios dignos. El mal llamado "campo" es en ese sentido emblemático: si juzgáramos por los millonarios protestones de bolsillos llenos, "productores" son solo ellos, que son rentistas; y obtienen su riqueza sin emplear -al parecer- un solo peón que ponga su fuerza laboral a su servicio. Al menos que conste para los registros del sistema de seguridad social.
Cierto es que el mundo ha cambiado, y con él el mundo del trabajo, pero en algo sigue exactamente igual, tal lo cual lo describiera un alemán nacido en Tréveris hace un par de siglos atrás: unos ponen su fuerza de trabajo a disposición de otros generando plusvalía, y esos otros la aprovechan, tratando de pagar lo mínimo posible a cambio de ello. Sin embargo, vivimos tiempos en los que todos -de un lado y otro de la grieta- hablan de producir más, sin que la mayoría diga quienes son los que realmente producen (justos esos que hoy celebran su día), y con pocos hablando de como se distribuye esa riqueza que se genera, para que -en palabras de Cristina- no se la terminen llevando cuatro vivos, los mismos de siempre.
Tiempos de despiste conceptual de las fuerzas nacionales y populares, en aquello que debería ser el tópico principal de su hoja de ruta: las razones que crearon el peronismo hace más de 75 años siguen tan vigentes hoy, como el 17 de octubre de 1945. Y pese a ello, nos perdemos en discursos "productivistas" que, más temprano que tarde, nos llevan a formular "teorías del derrame", aun desde una visión heterodoxa; o plantear discusiones sobre la productividad aisladas (ex profeso) del contexto del resultado concreto de la puja distributiva, si es que no las queremos llamar lucha de clases.
O a apostar a recetas "ofertistas" apelando como casi única herramienta para la creación de empleo a la eliminación o reducción de las contribuciones a la seguridad social, concediendo al enemigo -aun sin decirlo- que los sueldos altos o los derechos laborales son un obstáculo para ello, cuando en rigor son imprescindibles a ese fin: sin trabajadores dignificados y bien pagos no hay consumo ni demanda, y sin ella la economía no puede crecer, y mucho menos distribuir riqueza.
Fruto de estos desvíos conceptuales es que los escenarios de la discusión tripartita en los que se ensayan acuerdos o pactos sociales, terminan convertidos en tertulias vacías de contenido; y así el Consejo del Salario solo sirve para que éste se sostenga bien mínimo, nada vital y poco móvil; o el "Consejo Económico Social" en lugar de discutir -por ejemplo- la participación de los trabajadores en las ganancias de las empresas (que ellos contribuyen a generar) como reza la manda constitucional, o la reducción de la jornada semanal de labor, para generar nuevos empleos, se avoque a discutir "la regulación de las redes sociales", el sexo de los ángeles, o las calendas griegas.
A no sorprenderse después si el discurso tosco y brutal de la derecha anti-política gana adeptos, incluso entre los trabajadores. El fenómeno no es nuevo, ni acá ni en ninguna parte: la política no tolera el vacío, y lo que unos dejan de representar, lo terminan representando otros.
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