LA FRASE

"AHORA TODOS SE CUELGAN DE MIS TETAS Y LE PIDEN A CRISTINA QUE MUESTRE SU TÍTULO DE ABOGADA." (FERNANDO SABSAY)

martes, 9 de julio de 2024

COMPORTAMIENTO Y CRISIS DE LA CLASE EMPRESARIA

 

Leíamos al siempre interesante Ricardo Aronskind en ésta nota de El Cohete a la Luna (cuya lectura íntegra recomendamos): "Por ahora, la gran conversación sobre cómo seguir se está dando exclusivamente en el campo de la derecha: las grandes corporaciones, los organismos financieros internacionales, los emisarios de los países centrales, los liderazgos de los partidos gobernantes (La Libertad Avanza y el macrismo) y sus aliados (UCR y pichettismo), sus economistas y sus difusores mediáticos.".

"Les pasa lo que les viene pasando desde el golpe cívico-militar de 1976: se ponen de acuerdo fácilmente cuando se trata de despojar de conquistas a los sectores populares (salarios, jubilaciones, derechos adquiridos), o cuando se trata de capturar o generar negocios a costa del desmantelamiento del Estado, sus capacidades regulatorias y sus empresas. Las complicaciones empiezan cuando están solos consigo mismos en el gobierno, con todo el tablero de mando a su disposición, para hacer básicamente lo que quieren con el país.".

"¿Cuál debería ser la configuración permanente de los negocios en la Argentina? ¿Qué precios, qué rentas, debería tener cada sector? ¿Cómo y en base a qué criterios se define eso? ¿Combustible barato o caro? ¿Alimentos baratos o caros? ¿Tarifas baratas o caras? ¿Dólar barato o caro? ¿Salarios miserables o razonables? ¿Impuestos como en el primer mundo o como el cuarto? Las capas sociales que se apropian los ingresos más altos del país, por ejemplo, están unánimemente a favor del “equilibrio fiscal”, pero no están dispuestas a aportar un peso para que esa meta se logre. Los recursos tienen que salir de “los otros”.".

"Es interesante observar que, en la Argentina actual, todos los intereses empresariales –locales y extranjeros– parecen estar de acuerdo en otro punto más: rechazar la idea de someterse voluntariamente a un diseño más general, que compatibilice las distintas aspiraciones y que sea al mismo tiempo consistente y sostenible en el tiempo.".

"Justamente ese diseño, básicamente favorable a sus intereses pero dándoles proyección en el tiempo, sólo puede implementarse y ordenarse desde del Estado. Paradójicamente, los grandes intereses corporativos se han entusiasmado con un personaje que apunta –por ignorancia y alienación ideológica– a generar un profundo deterioro de las instituciones públicas, que son las que deberían sostener y encauzar las grandes líneas de acumulación del capital en el país. Esa característica caótica de los grandes intereses corporativos, de preferencia por el tironeo y el manotazo más que por una articulación económica racional, es uno de los principales obstáculos para que la Argentina capitalista se pueda estabilizar, así sea por un tiempo.".

"Los desacuerdos que estallan entre el gobierno con diversos sectores, llámense bancos, agroexportadores, industriales, proveedores de servicios públicos o acreedores externos, no pueden resolverse exclusivamente atacando a los asalariados y los sectores medios. Simplemente, no alcanza y no cierra económicamente. Tarde y mal algunos empresarios se dan cuenta de que sus propios negocios están estrechamente asociados a una cierta distribución del ingreso y a un cierto grado de regulación estatal, que por cuestiones puramente ideológicas y clasistas prefieren rechazar.".

Es tan cierto lo que describe Aronskind, que lo hemos leído antes, escrito por otros, con iguales o similares palabras: por Dardo Cúneo en su célebre obra de la que tomamos prestado el título del post, por Aldo Ferrer cuando enumeraba los elementos constitutivos de lo que llamaba la "densidad nacional" (entre ellos, una élite empresarial y económica con visión nacional y de desarrollo del país), entre muchos otros.

También podemos reconocer en el cuadro que bien pinta Aronskind el tristemente célebre "empate catastrófico" entre los proyectos en pugna por imponerse en el país desde hace décadas, sin que ninguno de ellos consiga consolidar una hegemonía permanente y estable, con el resultado de crisis recurrentes, y un piso cada vez más bajo de desarrollo económico, integración social y autonomía soberana del país, desde el que recomenzar. Y el actual ciclo no es la excepción, sino la profundización de la regla, con ribetes ridículos.

Por supuesto que no se puede pedirle todo a la élite económica, ni esperar de ellos lo que no están dispuestos a dar: precisamente allí radica uno de los déficits conceptuales de la política argentina, que está en el origen de todas las concesiones y claudicaciones conciliatorias que, lejos de conseguir su objetivo de aplacar a los dioses del mercado, solo consiguieron exacerbarlos hasta que su lucha por los despojos del país nos termina llevando puestos a todos, una y otra vez.

De hecho, asistimos (y nada menos que el día en que conmemoramos la declaración de independencia) a una farsesca representación de la rendición incondicional de buena parte de la política frente a los poderes corporativos, disfrazada como un gran acuerdo nacional, con perdón (o no) de Lanusse. El pomposamente llamado "Pacto de Mayo" que se termina firmando en julio no es más que el refrendo por parte del sistema institucional de las añejas ideas del Consenso de Washington, que ya se ensayaron el país con los resultados conocidos.

Tan obtusa es nuestra presunta élite empresarial (ese unicornio azul que el propio peronismo buscó por década para ensayar el pacto social) que no solo no reaccionó en bloque en su autodefensa frente a la amenaza del RIGI contenida en la ley bases (que permite entre otras cosas a los inversores extranjeros fagocitarse empresas nacionales a precio de ganga), sino que reclama replicar la entrega a la escala y la medida de cada sector interno, reclamando su lugar al sol en la granja feliz colonial, a las autoridades del virreynato.

Una vez más, la pelota está del campo de la política, que debe cumplir el rol para el cual existe: representar los intereses generales (o por lo menos los de las grandes mayorías) para los que, en democracia, votamos. Sin hacerlos al costado (junto con el sentido mismo del voto) en nombre de "lo que piden los mercados", como si estos fueran la única voz que debe y merece ser oída. Buscar en nuestra historia el registro de lo que pasó cada vez que se hizo eso es, sencillamente, encontrarse con el racconto de nuestras recurrentes crisis: una cosa sigue a la otra, como la sombra al cuerpo.

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