El día después de las elecciones de octubre, decíamos en ésta entrada: "...el resultado de las elecciones no agrega nada a la absoluta insustentabilidad intrínseca del modelo de valorización financiera y fuga en curso en términos económicos y sociales, pero si le aporta un fuerte espaldarazo de sustentabilidad política; que habrá que ver como lo administran los que mandan, más allá de Milei. Macri también tuvo su cuarto de hora electoral, y a las pocas semanas estaba pidiéndole la escupidera al FMI, como preludio del fracaso de su intento de reelección.".
En el caso del experimento libertario, hay que agregarle el elemento de la absoluta dependencia no ya de los flujos de capitales del exterior (lo que es inherente al modelo mismo), sino de las decisiones que toma otro gobierno (el de Trump) por el cual el de Milei fue intervenido; gobierno extranjero que tiene que lidiar con sus propios problemas, y atender sus propios intereses.
Menos de un mes después y cuando en "los mercados" todo parecía ser una fiesta por haber despejado el "riesgo kuka" en Argentina, se supo en las últimas horas del jueves (sugestivamente en la previa de un fin de semana extra large sin operaciones bancarias, bursátiles o cambiarias) que el pool de bancos yanquis encabezados nada menos que por el JP Morgan declinó prestarle 20.000 palos verdes a Caputo para poder pagar los vencimientos de deuda que se suceden a partir de enero del año que viene.
La razón de la negativa es fácil de entender para cualquiera, incluso hasta los votantes de las fuerzas del cielo: no hay garantías de que el país pueda honrar esa deuda porque le faltan dólares, algo que justamente reconoció el propio Caputo días antes, y que fue lo que motivó el pedido del préstamo. En éste caso y ante el riesgo de provocar un crack financiero en su propio país, ni Donald Trump ni su gobierno intercedieron ante los bancos para destrabar el préstamo a sus aliados/lacayos regionales; lo cual podría marcar que para la administración yanqui la puerta del cementerio para Milei podría estar más cerca de lo previsto, o para ser más precisos, que la ayuda tiene límites.
Cuando parecía -en la lectura del oficialismo, el círculo rojo y los medios hegemónicos- haber desaparecido la volatilidad económica retorna con toda su fuerza, y ello seguramente impactará en la volatilidad política y el destino de las reformas que Milei impulsa (por pedido del FMI, los EEUU y el círculo rojo y por convicción propia) en el Congreso: los que hasta el jueves buscaban su foto con Santilli o Adorni para comprometer su apoyo bien podrían subirse el precio, o desensillar hasta que aclare, o dicho de otro modo: por que le van a extender así nomás a Milei y Caputo un cheque en blanco que ni el JP Morgan quiso darles, y el que lo vio antes que todos fue Macri; que desde las elecciones no ha hecho más que intentar subirse su precio, y evitar que se le termine de desgranar el PRO.
El castillo de naipes financiero de Caputo es tan frágil que cualquiera que prestara atención lo podría ver: en menos de un mes pasó de afirmar que el dólar flotaba a decirles a los empresarios argentinos que era absurdo que le pidieran al gobierno pasar a un esquema de libre flotación cambiaria en éste contexto; y de sostener que iban a sobrar los dólares o que no era importante acumular reservas ni había que hacerlo a cualquier precio, a reconocer que no los tiene, al menos no en la cantidad suficiente para pagar los próximos vencimientos de deuda, sin ayudines de afuera: no se trataba entonces simplemente de hacer bajar el riesgo país, para habilitar la vuelta a los mercados voluntarios de deuda.
En fin, nada que no se supiera, pero el asunto es otro, y es que si éste gobierno y su modelo fracasan sería el tercero al hilo que defrauda las expectativas de los votantes, contando el de Macri (que al menos de la boca para afuera llegó prometiendo conservar lo bueno del kirchnerismo), y el de Alberto Fernández, que no hizo casi nada de lo que concitó la esperanza ciudadana en el "Frente de Todos".
Milei pasaría así de ser un resultado del desencanto democrático de vastos sectores de la ciudadanía, a ser un ejemplo del fenómeno que lo engendró, y otra apuesta fallida (y van) de nuestro círculo rojo, cuya miopía conceptual -al punto que apoya experiencias políticas que terminan afectando sus propios intereses- es una desgracia para el país. Con un agregado desesperanzador: la complicidad de buena parte del pueblo argentino, por acción (acompañando estos engendros electorales de la derecha), o por omisión, quedándose en su casa en lugar de ir a votar.
El ausentismo electoral es la otra cara de la moneda de las persecuciones y proscripciones políticas de opositores (centralmente de Cristina), y ambas contribuyen al vaciamiento de sentido de nuestras rutinas democráticas: si la democracia es solo cotillón electoral y cada vez más acotado, mientras la economía queda reducida a los malabares financieros para "calmar a los mercados" y ambos dominios quedan completamente escindidos entre sí (de modo que se intenta instalar la idea de que vote lo que vota la gente o incluso si decide no ir a votar, solo hay un rumbo económico posible, aunque sea desastroso), están dadas todas las condiciones para otra crisis, más profunda aun que la que transitamos.
En ese contexto la profundización del lawfare contra Cristina y el peronismo en general aun después de un triunfo electoral del gobierno tiene por objetivo preciso recrear las condiciones del 2001, del que dicen huir: obturar cualquier salida a la crisis por la vía política, en elecciones democráticas y de las que surja una legitimidad que pueda poner límites a la voracidad de todas las fracciones (nacionales y extranjeras) del capital, como pasó después del fracaso del gobierno de Macri.
Cuando la gente llega -como llegó en el 2001- al punto del hartazgo (y la decepción) en el que reclama que se vayan todos, se quedan ellos, los que siempre están y nunca van a elecciones, más fortalecidos frente a un poder político cada vez más débil, y con instituciones cada vez más desacreditadas. Sin embargo, por esa miopía conceptual que arrastra, nuestra élite económica parece no advertir los cambios de contexto, y los riesgos que para ellos mismos y sus intereses entraña que Milei y su gobierno le hayan cedido los comandos del país a Trump; riesgos que ya deja entrever el acuerdo comercial que se termina de negociar, y supone -de cerrarse definitivamente- compromisos que condicionan el desarrollo del país más allá incluso del estallido final de la burbuja financiera de Caputo.

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