El gobierno obtuvo un claro y contundente triunfo en las elecciones de ayer a lo largo y a lo ancho del país, del que ellos mismos deben ser los primeros sorprendidos: recordemos que hasta el día mismo del comicio disputaban con la justicia electoral el modo de difundir los resultados, para tratar de mostrarlos del que más favorable les resultaba, y disimular posibles derrotas. Aunque se pasaron por ya saben donde lo que decidió la Cámara Nacional Electoral, el artilugio no les resultó necesario, o pasó desapercibido en el contexto de los cómputos finales. Como sorprendido debe estar también el círculo rojo, que se había apurado a armar la rueda de auxilio de LLA (Provincias Unidas), que debutó con un fracaso estrepitoso.
Y aunque alguna vez se haya discutido al respecto en nuestra historia política, las victorias sí dan derechos, y Milei seguramente los ejercerá: las consecuencias inmediatas de lo que ayer votaron los argentinos se harán sentir en breve, en políticas concretas, que por otro lado ya fueron anunciadas: reforma laboral flexibilizadora, reforma previsional con la posible vuelta de las AFJP o algún sistema similar, reforma tributaria favorable a las fracciones más concentradas del capital y profundización del alineamiento internacional incondicional con los Estados Unidos e Israel. O al menos, esa será la intención del gobierno, con números más auspiciosos en el Congreso para conseguir imponer su agenda, y habrá que ver con que grado de resistencia social: los números de ayer no ayudan al optimismo en ese aspecto.
Y la reflexión no es menor: el resultado de las elecciones no agrega nada a la absoluta insustentabilidad intrínseca del modelo de valorización financiera y fuga en curso en términos económicos y sociales, pero si le aporta un fuerte espaldarazo de sustentabilidad política; que habrá que ver como lo administran los que mandan, más allá de Milei. Macri también tuvo su cuarto de hora electoral, y a las pocas semanas estaba pidiéndole la escupidera al FMI, como preludio del fracaso de su intento de reelección.
Nadie puede alegar ignorancia ni desconocimiento ni mucho menos engaño sobre lo que estaba en juego el domingo: esta debe haber sido la campaña electoral más clarificadora de todas en más de un sentido, y todas las cartas estuvieron arriba de la mesa todo el tiempo, así como la grosera intromisión extranjera (yanqui) en nuestros asuntos internos, indicándonos por quien teníamos que votar. Y un buen número de argentinos decidió hacerles caso. Tan claro todo como la crueldad explícita del gobierno y los resultados concretos de sus políticas que a esta altura nadie puede ignorar, y que muchos parecen compartir: basta de análisis complejos, complacientes y exculpatorios con las decisiones ciudadanas que se toman en ese contexto, sin medir las consecuencias.
Aunque el gobierno prometa cambios de estilo o posibles aperturas dialoguistas, no cederá en un punto central, ahora revalidado en las urnas: su programa económico, social y político para reformular la Argentina en un sentido regresivo, colonial, injusto y excluyente. De hecho puesto en esa tarea le será -a partir de ahora- mas fácil conseguir aliados, y no más difícil: aunque falten los números finos de la composición de las Cámaras del Congreso a partir de diciembre, es seguro que el resultado electoral -como mínimo- enviará al cajón los temas pendientes de la agenda opositora actual (derogación del DNU 70, reforma del régimen de control de los DNUS, cumplimiento de las leyes votadas, vetadas e insistidas, investigar los hechos de corrupción del gobierno); para algunos de los cuales ya era complejo sumar voluntades antes de que hablaran las urnas.
Todo parece indicar que Milei ha logrado con creces no solo conseguir el tercio de bancas necesarias para blindar cualquier veto presidencial a iniciativas legislativas que no sean de su agrado, sino que está más cerca de lo que nunca estuvo de poder imponer su agenda propia en el Congreso: los que no se le pararon de manos antes, cuando se desconocía su cotización real (como los legisladores que responden a "Provincias Unidas"), no lo harán ahora, cuando se sabe con certeza que -medidos en votos- son muy baratos. Menos con todo el círculo rojo local y el propio gobierno de los EEUU manejando directamente las riendas del gobierno de LLA.
El otro dato relevante de la elección es que más de 12 millones de argentinos decidieron directamente no ir a votar, expresando de de ese modo que no creen que la política tenga que ver o influya en sus vidas cotidianas, o peor aún, que pueda aportar la solución a los problemas que los aquejan. Y porque siempre se puede estar peor, la elección bonaerense demostraría -comparada con los comicios provinciales de septiembre- que si creció en algo la participación, el beneficiado fue Milei, no el peronismo.
Lo que significa que entre las muchas dificultades que tenemos que vencer para volver a ser una opción concreta de poder, está claro que la principal es que tenemos un techo electoral que nos cuesta cada vez más romper, porque no logramos interpelar a los desencantados con los resultados de la democracia. Antes de discutir liderazgos, conducciones, candidaturas y estrategias electorales hay que empezar a discutir un proyecto, y el modo de que éste seduzca, en especial a esos sectores.
Si no se atiende a ese punto crucial, no tiene demasiado sentido desgarrarse en autocríticas lacerantes, pases de facturas internos, análisis de estrategias o alquimias electorales e incluso cuestiones de candidatos, aunque está claro que hay trayectorias concluidas, y figuras gastadas: reducir el problema a estas cuestiones, es empequeñecer el análisis y asegurarse de errarle al vizcachazo. Aunque si se hace necesario recordar las condiciones democráticamente anómalas en las que el peronismo tuvo que afrontar esta elección: con su líder y máxima autoridad partidaria presa y proscripta, y -esto ya por errores propios- sin poder siquiera armar no ya una estrategia unificada, sino una lista única con la misma denominación, en todo el país.
Tampoco vale -y por más que cundan el pesimismo y el desencanto con el modo en el que votaron los argentinos- simplemente sentarse a esperar que todo estalle, sin hacer nada: sería una deserción de nuestros deberes democráticos, y retacearle a nuestro dañado sistema de representación el concurso del principal punto de acumulación (que desvencijado y todo) le queda a las fuerzas sociales, económicas, políticas y culturales que aun resisten la definitiva enajenación colonial del país.
Con los resultados del domingo (que quizás en otro momento sigamos analizando, lo mismo que en particular en Santa Fe) estamos como estábamos cuando Macri ganó las legislativas del 2017, pero sin la certeza -nunca la hay del todo en política- de volver a construir otro 2019; precisamente -entre otras cosas- por lo que vino después de aquel. Lo que no podemos ni debemos dejar de hacer, es volver a intentarlo. Tuits relacionados:
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