LA FRASE

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miércoles, 29 de julio de 2020

DESCUBREN QUE EL AGUA MOJA


Leemos en Infobraden declaraciones de Mauricio Claver, que no es un cantante de boleros ni un galán de telenovelas, sino el principal asesor de Trump para América Latina, por las que nos enteramos de una extraordinaria novedad, que ya sabíamos hace dos años: el gobierno de los EEUU incidió decisivamente en el FMI para vencer la resistencia de los países europeos y concederle a Macri (porque ahora confirmamos que el préstamo fue a él, no a la Argentina) un crédito récord por 57.000 millones de dólares; que hubieran trepado a 65.000 si Alberto Fernández no hubiera tomado la sensatísima decisión de no hacer uso de la posibilidad de ampliarlo hasta esa cifra, mediante otro tramo.

Nos cuenta el señor Claver que la administración Trump tomó esa decisión política crucial por motivos estratégicos, porque consideraba a Macri un socio clave en la región para el despliegue de los objetivos de política exterior de los Estados Unidos, como por ejemplo el hostigamiento al gobierno de Maduro en Venezuela, y una barrera de contención contra los "populismos", lo que incluía por supuesto frenar un nuevo retorno del peronismo al poder en la Argentina. De Macri se podrán decir muchas cosas, menos que no fue agradecido: hace pocos días aun abogaba por una intervención militar contra Venezuela, incluso desde dentro del propio país.

También alineó durante su presidencia a las Fuerzas Armadas argentinas con los objetivos, la doctrina y las hipótesis de conflicto de las "nuevas amenazas" promovidas por el Comando Sur del ejército norteamericano, decisión afortunadamente revertida hace poco por el gobierno nacional; retomando la buena senda de la doctrina de la defensa nacional para la cual nuestras FFAA fueron creadas, y rol que les asigna la Constitución.

Pero volviendo a Claver y sus "exclusivas revelaciones", no hay nada demasiado nuevo bajo el sol: se trata de una vuelta de tuerca sobre el viejo bradenismo que, desde 1945 y el "Libro Azul" para acá (es decir, desde que el peronismo apareció en la escena política nacional) se viene practicando, bajo diferentes formatos. En otros tiempos fueron las intervenciones militares interrumpiendo los procesos democráticos, o las "relaciones carnales" en beneficio exclusivo de una sola de las partes de la relación, y adivinen cual.

Los dichos del funcionario yanqui terminan por hacer explícito que el acuerdo de mega-préstamo del gobierno de Macri con el FMI en 2018 nació flojito de papeles: aprobado con fórceps en el buró del Fondo y mediante una fuerte presión de su accionista principal, violando los propios estatutos de Bretton Woods en tanto los recursos prestados se destinaron a financiar la fuga de capitales, sin intervención del Congreso argentino y vulnerando toda la normativa interna del país en cuanto a las intervenciones previas a la firma del acuerdo (como la del Banco Central), constando todo ellos en una causa que se ventila en la justicia federal.

Pero además la confirmación de Claver de que la lectura política que se hizo por entonces cuando se decía que el FMI y el gobierno de EEUU a través del Departamento del Tesoro se habían convertido en los principales aportantes de campaña de Macri (incluso bastante más que Vicentín), era la correcta: así como los recursos del Fondo no alcanzaron para que la maltrecha economía macrista remontara vuelo (tampoco era ése su propósito, sino facilitar una salida ordenada de los capitales golondrinas que vieron derrumbarse el castillo de naipes del modelo de valorización financiera aplicado por el macrismo), todo el peso de tanto apoyo externo para el entonces oficialismo no alcanzó para evitar una derrota cantada, atento a su espantoso gobierno.

Y acá nos queremos detener, para valorar la magnitud histórica y política del triunfo del "Frente de Todos", y de la decisión estratégica de Cristina de correrse al segundo término de la fórmula para terminar de cerrar la unidad opositora: aquella victoria electoral llegó como un bálsamo para las fuerzas populares de la región en un contexto muy difícil, provocado por el golpe parlamentario en Brasil, la prisión de Lula y el triunfo de Bolsonaro, el acoso abierto a Venezuela, y el "law fare" a Correa en Ecuador (hoy proscripción abierta); cuadro agravado severamente luego por el golpe de Estado que terminó con el gobierno de Evo Morales en Bolivia.

En todos esos desgraciados sucesos, hay un factor en común, acorde a las peores tradiciones políticas regionales: la intervención más o menos abierta y desembozada de los Estados Unidos, su gobierno, sus agencias estatales y sus grupos financieros poderosos (como lo acaba de reconocer con descarnado cinismo Ellon Musk) en la desestabilización de todos aquellos procesos populares que perciben o intuyen que pueden conducir las cosas en un sentido distinto al de sus intereses estratégicos. De donde se pueden sacar dos conclusiones, ya conocidas: la intervención de la principal potencia mundial en los asuntos regionales es un factor de discordia e inestabilidad política, que además no reditúa beneficios electorales, como bien sabemos acá, desde 1946.

Contra todo y todos entonces, la Argentina pudo darse una salida política en clave electoral de la debacle macrista, interrumpir los sueños de hegemonía de la derecha en el poder, y conseguir que regresara un gobierno de las fuerzas nacionales y populares. No es poco, no fue poco, pero para poder cosechar los frutos de la victoria se requiere una línea de consistencia política coherente con lo que la gente votó, que -entre otras cosas- fue mantener una relación no subordinada a las directivas estratégicas de los Estados Unidos: el antinorteamericanismo es un sentimiento muy arraigado en vasta franjas de la sociedad argentina, desde hace décadas.

Uno puede comprender ciertas razones de pragmatismo político en el manejo de la política exterior cuando el país enfrenta una compleja renegociación de la deuda con sus acreedores externos; del mismo modo que debe señalar que de nada valdría haber derrotado en las urnas al macrismo y a la apuesta electoral de los EEUU para el país, para luego no extraer de ello las conclusiones correctas. Por ejemplo, a la hora de encarar la renegociación de la deuda con el FMI (el paso siguiente al posible acuerdo con los acreedores privados), teniendo en vista y haciéndoles ver el contexto en el que esa deuda fue contraída, como por ejemplo lo hizo el propio AF cuando era candidato. O tomando en cuenta el hecho, a la hora de definir sobre que sectores debe recaer el peso de poner los recursos para pagar la deuda.

En ese sentido, poco ayudan algunos movimientos como los de Gustavo Béliz, nuestro Malcorra que usa su cargo en el gobierno para un fallido salto al BID (tal como lo señala la nota, el candidato que apoyan los EEUU y lleva todas las de ganar es el propio Claver), o sostiene en público que los Estados Unidos están más comprometidos que nunca con el desarrollo en América Latina a través del programa "América Crece", la nueva versión de la "Alianza para el Progreso" o, más acá en el tiempo, del fallido ALCA: un nuevo intento por crear en el continente un mercado cautivo para  las empresas estadounidenses, y contener de ese modo el crecimiento de la influencia de China y Rusia en la región, a través de financiamiento para inversiones. La disputa por la conducción del BID se inscribe precisamente en ese marco.

Y del mismo modo, es ilusorio suponer por un lado que en su relación con otros países (lo que nos incluye) los Estados Unidos mirarán otro imperativo que su propio interés, o que puede abrirse alguna expectativa de cambio en la relación, si como marcan las encuestas, los demócratas retoman el gobierno con un posible triunfo de Joe Biden sobre Donald Trump: Larry Fink, el CEO de  BlackRock (el principal fondo de inversión que rechaza la propuesta de canje de deuda del gobierno argentino) podría en ese caso llegar a ser Secretario del Tesoro, institucionalizando así la influencia que él y los intereses que representa, tienen en el gobierno de EEUU, y la Reserva Federal.

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