Pero como toda metáfora efectista, su propósito principal es ocultar una falacia, que en éste caso es sencilla de demostrar, pero no tanto de desvanecer del imaginario colectivo. Hace poco Cristina -en una de sus últimas apariciones públicas- lo hizo explicando como se descompone el gasto público, que se supone sería el bosque a talar por la motosierra libertaria: más de un 50 % es la seguridad social, es decir las jubilaciones, pensiones y asignaciones familiares; y otro 20 % largo son los subsidios a las tarifas de la energía y los demás servicios públicos.
De modo que no se puede hacer un recorte brutal como el que propone Milei (que en su delirio llegó a cuantificarlo en 15 puntos del PBI, apelando a otra falacia, en éste caso de autoridad: tirar cualquier verdura pero dando una cifra que deje la idea de que sabe de lo que habla) sin provocar una hecatombe social; que es en realidad lo que buscan: eliminando todo piso de protección pública se incrementaría la pobreza, creando un enorme ejército de reserva de pobres más pobres aún (y en más cantidad) que los ya muchos que hay hoy, que a su vez ayudarían al capital a abaratar más aun los salarios que está dispuesto a pagar.
El propio gasto en la seguridad social (cuya sustentabilidad viene siendo discutida hace tiempo) sufre el mismo problema: por más que se eliminen todas las jubilaciones que se denominan de privilegio (por ejemplo las de los jueces o diplomáticos, que jamás pudieron tocarse), la reducción del gasto sería ínfima, casi irrelevante; y lo mismo pasaría con el gasto de la política, que se supone es el objetivo central del plan motosierra: eliminemos el Congreso nacional y todas las legislaturas provinciales, suprimamos todos los ministerios, la coparticipación provincial, regalemos las provincias y cerremos los municipios (¿o acaso Milei es el único con licencia para delirar?), y seguiríamos teniendo los mismos problemas que hoy, pero mucho más graves.
Además de, claro, volver al país de Videla (tochi, Vicky Villarruel, te descubrimos), en el que -oh sorpresa- también había Estado y gasto público, tanto que nos dejó una deuda externa siete veces superior a la que los dictadores heredaron de Isabel Perón. Pero era distinto: no van a comprar gastar en armas (que no sirvieron cuando tuvimos una guerra de verdad) o en el Mundial 78', a gastar en universalizar los beneficios de la seguridad social, o invertir el 6 % del PBI en educación.
Estos 40 años de democracia -que a Milei le parecen el problema, en otro de sus fallidos memorables- tuvieron una tendencia constante, que nos ha llevado al punto en el que estamos: el retroceso de los poderes políticos elegidos por el pueblo frente a las demandas corporativas del poder económico, lo que se tradujo a su vez en retroceso para los derechos, los salarios, los consumos y el nivel de vida de la mayoría de la población.
No son el estatismo ni el gasto público lo que produjeron eso, como se comprueba sencillamente corroborando que los mejores años de esos 40 medidos en indicadores de desarrollo humano (y de crecimiento económico sostenido) fueron aquellos en los que se intentó revertir la tendencia. Y digámoslo sin vergüenza, señores: fueron los de los gobiernos de Néstor y Cristina.
La política, con todas sus traiciones y desvíos, con sus Insaurraldes y sus Menem, con sus comportamientos de casta -que los tiene, para qué negarlos- sigue siendo la única herramienta con la que cuentan los pueblos, en democracia y con su voto, para defender y ampliar sus derechos y para mejorar su vida, porque es la que puede frenar al mercado, ponerle límites, asumir aquello que éste abandona (y que Milei propone resolver con un darwinismo social) porque no genera ganancias, como la discapacidad, la enfermedad, el analfabetismo, la vejez.
Deliberadamente no incluimos en el listado ni la pobreza ni la desigualdad ni la asimetría en las relaciones laborales (que Milei propone resolver eliminando toda legislación protectoria del trabajador), porque esas no son contingencias de la vida sino efectos deseados y buscados por el capital, para maximizar sus ganancias.
Y el "plan motosierra", con su sencillez primitiva (y hasta acá efectiva, como se dijo) y su brutalidad -en todas las acepciones posibles del término- no está pensado para resolver los problemas de la gente común, sino los del capital y los negocios: quieren gastar menos para pagar menos impuestos, sí, pero lo que más quieren es que los dejen libres como zorros, en medio del gallinero. E imagínense ustedes quienes vendríamos a ser las gallinas.
Dejamos ex profeso para el final una reflexión: dijimos hace un tiempo que la función primordial de Milei y el experimento político y social que él expresa era correr los límites del debate político lo más a la derecha posible, de modo que figuras y políticas de derecha explícita (como Patricia Bullrich o Larreta) lucieran razonables.
Pues bien, eliminen la metáfora de la motosierra y las metáforas libidinosas del orate libertario, y verán que en el modelo de país que impulsa la derecha -en todas sus variantes- hay más coincidencias entre ellos, que las que están dispuestas a admitir, salvo que uno sea un inimputable absoluto en términos morales y discursivos, como Macri.
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