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sábado, 4 de enero de 2025

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viernes, 3 de enero de 2025

PROTESTAS Y PROPUESTAS


El denominado "campo" está atravesando una situación particular, fruto de las políticas de un gobierno que en su mayoría militaron y votaron: dólar bajo (una de las principales anclas anti-inflacionarias del plan económico), precios internacionales a la baja, sostenimiento de las retenciones (claves para sostener el equilibrio fiscal que busca el gobierno), suba de los costos y sin perspectivas de cambios a la vista. Aun así, sus dirigentes (y muchos de los productores) se esmeran en decir que siguen apoyando al gobierno y esperan -confiados- que lleguen las soluciones. 

No muy distinto es lo que expresan los empresarios y comerciantes: algo así como "estamos mal pero vamos bien", o "confiamos en que la cosa va a mejorar". Y tampoco difiere demasiado de la opinión de los dirigentes de la CGT devenidos meteorólogos de la protesta social, aunque habrá que reconocer que cuando dicen que en la calle no hay clima para paros, no están faltando del todo a la verdad; porque más allá del descontento, no es que uno se encuentra a diario con pequeños 17 de octubre espontáneos reclamando la renuncia de Milei.

Todos podemos coincidir en que, con el paso de los años, hubo en la sociedad argentina una redefinición de lo tolerable o intolerable: basta comprobar que piensan muchos de los que nos decían que los irritaban las cadenas nacionales de Cristina, con las barbaridades que perpetra a diario Milei por los medios y las redes sociales. O en todo caso lo que hubo fue un cambio en los colores políticos de los gobiernos, lo que nos lleva al punto: para formular y echar a andar cualquier propuesta política opositora en éste contexto tan particular, es menester realizar un adecuado diagnóstico de la situación.

Se suele repetir como lugar común que Milei es el emergente o el resultado del desencanto democrático y la decepción de vastos sectores sociales con la perfomance de los últimos gobiernos, incluido el del FDT, pero eso puede ser cierto para parte de su electorado, en especial el que lo acompañó en la primera vuelta de las presidenciales del 2023. Al día de hoy, la fortaleza del experimento libertario se asienta no solo en la crisis de la oposición y la pasividad ciudadana ante el daño que genera, sino en la afirmación de un voto fuertemente identitario, que no exige resultados.

Lo que vale tanto para el voto gorila tradicional que jamás y bajo ninguna circunstancia acompañaría al peronismo (que le aportó a Milei una inyección decisiva para ganar el balotaje), como para los que no siéndolo -al menos no de forma explícita- se identifican con el estilo, los objetivos y -sobre todo- los enemigos elegidos por el presidente para sus embates, más allá de su condición social o situación objetiva. Ser certeros en ése diagnóstico es crucial para afinar el oído y la puntería, y apuntarle a la audiencia correcta

Porque es un error adoptar como casi única estrategia esperar simplemente que todo implosione consecuencia de su propia inviabilidad, suponiendo que nos van a venir a buscar para que arreglemos el entuerto, como ha sucedido otras veces: en la historia hay semejanzas, pero no mecanicismos automáticos. Eso sin contar que hay gente que ni siquiera ahogándose, nos vendría a buscar a nosotros, aunque con nosotros se haya comprado el yate desde el que cayeron al agua. 

En paralelo, la situación actual exige -en un contexto de irracionalidad y secuestro emocional de los votantes- un esfuerzo adicional para hacer comprender lo que a nosotros puede parecernos obvio: que hay políticas que dañaron cada vez que se ensayaron, pero con las que unos pocos se benefician, y por eso persisten en aplicarlas cada vez que pueden. Y frente a los divagues de Milei cuando habla de "la casta", hay que ponerles nombre y apellido, exponiendo su responsabilidad en todo esto: si han medrado y siguen medrando en su beneficio con todos los gobiernos, es en buena medida porque han permanecido en las sombras.

Tampoco las propuestas opositoras pueden ser "entender", ni "contener" a los que votaron y apoyan al gobierno, ni mucho menos parecérseles adaptándonos a ellos: ése gatopardismo ha sido el discurso de la derrota y la resignación que por años traficaron los "consultores" y "asesores de imagen", expresión teórica de la política y la democracia derrotados por el capitalismo y el mercado, delimitando el campo de disputa en su beneficio. Justamente ese cerco vino a romper el kirchnerismo, poniendo sobre la mesa otras cuestiones.

El "vamos por todo" que nunca fue nuestro, sí es de ellos, que lo intentan siempre,  puedan o no; o para ser más precisos, mientras puedan y los dejen. Por eso si las desigualdades e injusticias son cada vez más profundas y después de cada estropicio liberal arrancamos desde más abajo y la cuesta que hay que remontar es cada vez más difícil, nuestras propuestas no pueden ser "volver mejores", que traducido en los hechos signifique volver más tibios y componedores. Porque si llegáramos a volver -lo que está muy lejos de ser seguro e inevitable-  nos llevarán puestos, o quedaremos -como decía Cooke- reducidos a la impotencia. 

Para eso, es necesario construir el discurso y -sobre todo- la organización política a la altura de metas tan exigentes, algo que hoy parece imposible pero hay que intentarlo, o seguir como hasta ahora, vegetando en la intrascendencia de los puteríos de la interna, las candidaturas y los vedettismos personales. Hacer política en democracia es representar lo que hay en el presente como demanda social, pero también  lo que no hay, pero habrá, asumir y guiar, todo en su medida y armoniosamente: el primer peronismo es un buen ejemplo de eso, y el kirchnerismo del 2003 al 2015, también; y ambas experiencias fueron revalidadas ampliamente en las urnas, cosa que ellos pretenden que olvidemos, y a veces lo logran.

Lo que nos lleva a la interpelación por la vigencia del peronismo como identidad política: si es cierto que cambiaron las condiciones en que se gestó, no han cambiado los hechos que lo generaron: sigue habiendo -más que entonces, incluso- explotadores y explotados, y sigue vigente -más que nunca- la dicotomía entre construir un nación o resignarnos a ser una colonia. No hay que extraviarse en el camino confundiendo las cosas: adaptar metodologías, actualizar lenguajes, revisar propuestas, nunca puede significar resignar banderas y renunciar a la identidad, aunque -como ahora- vengan degollando.

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