Por Raúl Degrossi
Salvo las discusiones sobre que jugadores tienen que estar en la selección y quien tiene que ser el técnico, no debe haber otra cosa que genere tantas miradas distintas como dos momentos de la política: los resultados de las elecciones, y la conformación de las listas. Miradas distintas de los que la protagonizan desde adentro, y de los que observamos desde afuera.
Y esta vez no fue la excepción, empezando por la elección de Amado Boudou como el vice de Cristina, con lo cual pasó algo inverosímil: los medios salieron a preguntarle su opinión a los dirigentes opositores, como si les correspondiera decir algo al respecto. Un reflejo pavloviano de la política argentina de los últimos tiempos, del que parecen no poder escapar.
Antes del anuncio, todos acordaban más o menos en un par de cosas: Cristina estaba en posición de elegir al que se le cantara porque disfruta de un liderazgo e intención de voto incontrastables, y porque es un derecho personalísimo del primer término de la fórmula. Al mismo tiempo señalaban que buscaría por todos los medios evitar repetir el fiasco Cobos, y que ninguno de los candidatos en danza que fuera elegido, le agregaba o quitaba votos.
Sin embargo esas obviedades -sumadas a la de que, en estas cosas, es imposible conformar a todos- parecieron olvidarse, y no solo en los medios o los opositores, sino en las filas propias. En lo personal, me hubiera gustado otro perfil -Abal Medina por ejemplo-, y hasta especulaba que por ahí venía la cosa, pero no se trataba de mis gustos personales, sino de los de Cristina.
Pero acá en Santa Fe por ejemplo, hay quienes hasta ayer juraban que el elegido sería Reutemann (y no precisamente gente allegada al senador ), y seguramente después del anuncio de Cristina, fruncirán el ceño enojados por su decisión.
Y ojo con criticar al dedo presidencial: a ver si en los otros armados de listas floreció el asambleísmo popular, o la próxima vez alguien propone elegir al vice como cuando se le pone el nombre a un cachorro de león en el zoológico: con una urna donde los chicos dejan papelitos con el que les gusta más. O de lo contrario, dejemos de decir que Cristina conduce, porque cuando ejerce un atributo propio de la conducción, aparecen las críticas.
Otro tanto se puede decir de las listas legislativas: algunos piensan que hay que privilegiar los pergaminos militantes y la trayectoria de los candidatos, otros creen que su potencialidad para captar votos, y muchos opinan que lo decisivo es el compromiso y la lealtad con un proyecto político. Yo creo que es la suma de las tres cosas, todas en su medida y armoniosamente como decía Perón.
En que medida esas pautas se cumplieron en el armado oficialista no lo sé, conozco -más o menos- el caso de Santa Fe, y me genera mis serias dudas al respecto porque creo que la lista contempla a gente que no reúne ninguna de las tres condiciones; pero al andar conoceremos al rengo como dicen, y aceptar que hay un conductor (conductora en este caso) que toma estas definiciones, implica asumir el riesgo de que se equivoque.
Y hablando de traiciones y lealtades: las dos caras de la moneda están presentes en la politica desde que existe, y en este caso las hubo en el peronismo y en el progresismo, en los ortodoxos del pejotismo y en los creyentes de la transversalidad: Victoria Donda, Silvia Vázquez, Agustín Rossi o Felipe Solá son ejemplos claros de eso; de modo que en esta materia no existen fórmulas infalibles que garanticen un éxito inevitable.
Boudou viene del CEMA, es cierto; tanto como que Jazmín Hortensio Quijano era un radical alvearista, y Vicente Solano Lima un conservador popular, furiosamente anti peronista en los tiempos del propio Perón. No creo que nadie haya podido dudar de su lealtad para desempeñar los roles que les tocó.
Decía al principio que en estos temas hay múltiples miradas, y es un error pensar que una sola es la correcta: muchos se apresuraron a señalar el retroceso de la CGT y Moyano en las listas, y uno podría pensar que aciertan; pero eso sería olvidar que por ejemplo Facundo (el hijo menor del secretario general de la central obrera, y un cuadro político sumamente interesante) integrará la lista bonaerense, o que el propio Amado Boudou era -hasta hace apenas un mes- el candidato del sindicalismo peronista para la jefatura de gobierno de la ciudad de Buenos Aires.
También es absurdo leer el reparto con el criterio de los tercios del peronismo tradicional (como lo insinuó en algún momento el propio Moyano), algo que no se cumplió nunca más desde que murió Perón, y no se advierte por que esta vez habría de ser la excepción.
Daría la sensación que el dedo de Cristina llegó más a fondo en aquellos distritos donde el peronismo viene de fuertes derrotas en cadena y con enormes problemas de organización y despliegue territorial (en 2007 y 2009 en Santa Fe, antes incluso en el caso de la CABA); y respetó más las estructuras establecidas en aquellos donde estas están más consolidadas, como sucedió en las provincias del norte y en la propia Buenos Aires: Aníbal Fernández y Julián Domínguez son funcionarios del Ejecutivo, pero también militantes políticos con presencia territorial.
Pero volviendo a la elección de Boudou como vice, me quiero detener en la justificación que dio Cristina al anunciarlo, y vincularlo con el otro hecho impactante del cierre de listas: la nominación de Gabriel Mariotto como vice de Scioli en Buenos Aires.
Dijo Cristina que la medida más trascendente de su gobierno había sido la estatización de los fondos administrados por las AFJP, y coincido absolutamente con eso; no solo por haber evitado en aquel momento una colosal fuga de capitales y sentar las bases para poder establecer la movilidad jubilatoria y la asignación universal por hijo, sino también por insertar a la Anses como un actor relevante en el mercado del crédito orientado a la inversión y la obra pública, y permitirle al Estado tener presencia e ingerencia en las empresas más importantes del país.
Y esa medida trascendental fue gestada y ejecutada por Amado Boudou, el ex CEMA.
Gabriel Mariotto fue la cara visible de la lucha por lograr la sanción de la ley de medios, y por aplicarla para democratizar definitivamente la palabra y la comunicación audiovisual en la Argentina, la otra medida relevante del gobierno de Cristina, y la que -junto a la desaparición de las AFJP- pisó los callos más grandes del poder verdadero.
Una medida dirigida a los intereses de Techint (como quedó demostrado en la discusión por los directores de Siderar), la otra un disparo al corazón del emporio montado por Clarín; los dos socios mayoritarios de la AEA.
Símbolos fuertes de la decisión de mantener el rumbo central del kirchnerismo: la autonomía de la política frente a las corporaciones, como lo dijo explícitamente la propia Cristina en el acto de ayer.
Símbolos que habrá que recordar cada vez que cualquiera de nosotros dude sobre los candidatos elegidos en todas las listas, en todos los distritos, porque en definitiva de eso se trata la cosa, diputado más o senador menos.
Y otro reflexión que considero muy importante: sin descartar la importancia de los cargos legislativos, para los que apostamos al triunfo de Cristina en agosto y en octubre, tan importante como el armado de las listas de los que van al Congreso, será saber como se conforma el futuro gabinete, porque nuestro desafío será gobernar.
Los demás no tienen ese problema, por eso en estos días se estarán pasando el doble de facturas que nosotros por el cierre de las listas.
2 comentarios:
Cristina conduce y los demás militamos
Dice por ahí "reflejo pavloviano".
¿Pavlov era el del experimento del perro y la comida?
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