Decíamos hace poco acá (enlace al post anterior) que “Hay una ambiciosa pretensión del oficialismo de autonomizar la elección de la marcha de la economía antes (llamando a votar sobre el eje de la “grieta” política, y no por el bolsillo), y después: proponiendo implícitamente que “al ajuste hay que hacerlo sí o sí, cualquiera sea el resultado”. Esa es la otra trampa que buscó eludir Cristina evitando las PASO dentro del PJ para que luego le colaran en las listas potenciales “colaboracionistas” con el gobierno; y eso es lo que advirtió hace unos días Mario Brodersohn en un artículo de opinión: el ajuste que reclama la ortodoxia “para restablecer los equilibrios” es de una magnitud tal que para absorber la previsible reacción social que generará, es imprescindible que el gobierno alcance alguna forma de acuerdo (coalición, cohabitación, integración) con al menos una parte de la oposición con responsabilidades institucionales, para compartir los costos.”.
También hemos dicho antes que hubo buena parte del peronismo “institucional”
(senadores, gobernadores, la CGT) que había acompañado a regañadientes el ciclo
kirchnerista -en tanto era exitoso en términos electorales, y les permitía
retener posiciones de poder- como un mal inevitable, del que la derrota
electoral de 2015 a
manos de “Cambiemos” lo vino a rescatar.
Ese peronismo militante del
“oficialismo perpetuo” que podríamos corporizar en Pichetto abrazó de entrada
la idea del radical Sanz de generar una “Moncloa” criolla: el gran pacto
político que inaugurara un nuevo ciclo de gobernabilidad; compartiendo los
costos del ajuste que se postulaba como inevitable, para que se restablecieran
“los equilibrios perdidos”.
Algo parecido hizo Cafiero en
1988, cuando tras triunfar en la crucial elección de la provincia de Buenos
Aires puso su peso político en apoyo del ajuste que ensayó Alfonsín con el Plan
Primavera de Sourruille para intentar reflotar un barco que se hundía; y la
movida le terminó costando perder la interna con Menem. A éste y sus promesas
de “salariazo y revolución productiva” les salió al paso a su vez el poder
económico tras la crisis disciplinadora del 89’ ; y el resto es historia conocida.
Tras la megacrisis del 2001
(provocada en buena medida porque De La Rúa se ofreció a sostener con
respirador artificial la convertibilidad, haciendo menemismo prolijo), los
cinco presidentes en una semana y los cinco candidatos que oscilaban oscilando
entre el 14 y el 25 % de los votos en las presidenciales del 2003, apareció
Kirchner; que puso el palo en la rueda, ensayando un modelo de gobernabilidad
distinto, con los resultados conocidos. Que no estuvo exento de intentos de
acuerdos que ampliaran su base de sustentación política: transversalidad,
concertación plural, retorno al control pleno del peronismo como base fundamental de apoyo.
Hasta acá ese pacto formal entre
el gobierno y buena parte de la oposición no se instrumentó oficialmente, sobre
todo porque Macri (por consejo de Durán Barba) se opuso, y no justamente -como lo
quiere vender la propaganda oficial- por su reticencia a las presiones del
“círculo rojo”: la abrumadora velocidad con que son atendidos los pedidos de
Clarín (y la aprobación de la fusión entre Telecom y Cablevisión no será
seguramente la excepción) es solo un botón de muestra de ello.
La negativa obedece a otras
razones, perfectamente comprensibles: tanto menos institucionalizados estén los
acuerdos, más flexibilidad tendrá el gobierno para violarlos, cada vez que lo
crea oportuno. Por otro lado la modalidad de acordar con Massa y los sectores
“dialoguistas” del PJ no le ha funcionado mal hasta acá a Macri: no solo se
aseguró sus votos para aprobar proyectos cruciales, sino que ha podido lograr que no le tumben ni un o solo de todos sus DNU, incluyendo el del soterramiento
del Sarmiento, o el del cese del reintegro a las exportaciones por los puertos
patagónicos.
Al igual que Macri en aquel viaje
compartido a Davos, Pichetto se entusiasmó con Massa como prospecto de futuro
líder del peronismo depurado de la excrecencia kirchnerista; tanto como ahora
se entusiasma con Randazzo, porque en definitivas lo que busca es siempre lo
mismo: el “peronismo no kirchnerista” que resulte taquillero electoralmente;
tanto como para ganarle a Cristina (que es el principal elemento no asimilable)
para jubilarla definitivamente, como para así poder por fin convencer a Macri (que por lo expuesto al principio, no necesita ser convencido) de terminar por fin de articular
formalmente la Moncloa criolla.
Un pacto que en éste contexto no
puede ser otra cosa que el ajuste: laboral, fiscal, previsional, industrial y
de estructura productiva, como se esboza en ésta nota de Burgueño en Ambito Financiero hace unos días, sin terminar de decirlo con todas las letras, porque
espanta votos: flexibilización laboral, recorte de derechos, despidos, más torniquete
salarial, disminución del piso de protección social, más tarifazos.
La tentativa de los Pichetto (si
se pluraliza se describe con mayor precisión la movida, pues excede al rionegrino) supera incluso el
intento y las motivaciones del propio Randazzo, por más nobles que pudieran ser
éstas, y aun dando por cierto que lo sean: la jugada es de tal magnitud que lo
supera por razones estrictamente atinentes a su envergadura política real (que
por primera vez será puesta a prueba en las urnas); pues se trata nada mas ni
nada menos que sumar la pata peronista a una amplia coalición de gobierno, que
ensanche los límites de la que ganó las elecciones del 2015.
Buena parte de los gobernadores
del PJ (no todos) se prenden en la movida, porque creen en la teoría del
“derrame político”: si el gobierno es revalidado en las urnas se iniciará una
era de “pax macrista” que -suponen- generará las condiciones para el despegue de
la economía, que siempre es algo bueno para los oficialismos.
No advierten que de ese modo -más
tarde o más temprano- están comprando la soga que los terminará ahorcando,
porque mientras pactan con el gobierno listas de candidatos “amigables” para la
Rosada en las legislativas de éste año, Macri hace bajar a sus territorios a
los funcionarios (Cano, Martínez, Ayala) para testearlos como aspirantes a las
gobernaciones de sus respectivas provincias.
Algo parecido a todo esto (por no
decir igual) era el “Plan A” que condujo a la unificación de la CGT, acaso
porque muchos de sus dirigentes nunca imaginaron (lo cual no habla muy bien que
digamos de su perspicacia política) que el ataque contra el empleo y el salario
por parte del gobierno de Macri no iría tan a fondo, y no llegaría tan rápido y
con tanta decisión y persistencia.
La crisis de ese paradigma es lo
que provocó la crisis del triunvirato (que está muerto y sepultado, solo resta
ponerle fecha al certificado de defunción), y el surgimiento hacia el interior
de la CGT de las expresiones más combativas como la Corriente Federal de los
Trabajadores, que no casualmente fue la única que se abrió paso para encontrar
lugar en las listas electorales, pero en “Unidad Ciudadana”.
Y es perfectamente lógico que así
sea: para “moncloístas” al gobierno y al peronismo interesado en pactar les
sobran candidatos, y no necesitan sindicalistas, que además son piantavotos;
claro que no precisan bien por que: entre otras razones, justamente por las
mismas por las que ningún prospecto de “post kichnerista” mueve el amperímetro
al interior del peronismo, porque no representan los intereses que están
obligados a representar, sino los opuestos.
En tiempos de disolución de
identidades, pertenencias y tradiciones políticas, miles de argentinos se
“peronizaron” de la mano del kirchnerismo, de modo que para ellos hablar de
peronismo ya no los remite exclusivamente al menemato (si es que por edad
conservan registro histórico de lo que fue), o no pueden entender y distinguir
que se trate de algo distinto al kirchnerismo. Si hasta Randazzo lo decía, en
sus tiempos: se puede ser kirchnerista sin ser peronista, pero lo complejo es
decirse peronista sin reivindicar al kirchnerismo.
Estas cuestiones parecen verdades
de Perogrullo, pero si no se atienden no se entiende lo obvio: la vigencia
política de Cristina, la mayoría kirchnerista que persiste en la base social
del peronismo, y su lógica consecuencia: el sucesivo fracaso de uno y otro
intento de construir el “peronismo post kirchnerista” con potencialidad
electoral.
Y más allá de eso, la
inestabilidad del sistema en tanto subsiste un elemento (social y político)
difícil de integrar: esto es precisamente lo que “los mercados” intuyen, y de
allí el miedo a un retorno del kirchnerismo que va más allá incluso de sus
posibilidades reales y actuales de volver.
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