Ricardo Aronskind, el mismo que escribió este muy interesante artículo en la última edición de "El cohete a la luna" a la que corresponde la imagen de apertura, reflexionaba tiempo atrás sobre las características de los procesos en los que en el país gobernó la derecha (sea a través de dictaduras militares, o gobiernos electos), y formulaba una especie de ley histórica, que podríamos resumir así: los estropicios sociales, económicos y productivos que generan son cada vez más profundos, y los tiempos y la profundidad de la recuperación a partir de ellos en los gobiernos que los suceden, son cada vez más trabajosos y limitados.
Pensemos desde esa óptica nuestro derrotero histórico desde 1955 -con el derrocamiento de Perón- para acá, y podremos concluir sin esfuerzo que acierta en el análisis: las fracturas sociales y la desigualdad son cada vez mayores, tanto como la fragmentación política, el deterioro de las instituciones democráticas en términos de potencialidad transformadora y reparadora de las injusticias, y la posibilidad de la construcción de mayorías sólidas que permitan avanzar en un sendero de transformaciones.
De resultas de ese proceso, la política, disciplinada por las sucesivas crisis, se "suaviza" hacia un presunto centro lejano de los extremos, las coaliciones políticas que enfrentan a la derecha en elecciones deben hacer lugar a su interior a fracciones conciliadoras, y el discurso "contemporizador" siempre termina ganando terreno para sofrenar avances, al amparo de teorizaciones como la de las "correlaciones de fuerzas" como algo congelado y estático, que no se puede modificar desde la acción política. El actual gobierno del "Frente de Todos" es un buen ejemplo de ello.
En la nota Aronskind plantea precisamente un análisis de la coyuntura desde ese ángulo, explicando como las mayorías electorales que lo apoyaron son los grandes ausentes en la discusión pública, tapadas por el aturdidor discurso de los medios y los representantes empresariales y políticos de la derecha, que proponen soluciones como si no hubieran gobernado. O se remontan al pasado (los "70 años de peronismo") o nos prometen un futuro venturoso, para solo aterrizar en el presente en modo conjetural: "nosotros hubiéramos gestionado mejor...tal cosa".
Por otro lado, ese proceso histórico que describía en su momento Aronskind genera núcleos de interés cada vez más fuertes y consolidados, y por ende más difíciles de enfrentar desde la política y las regulaciones del Estado, a menos que se cuente con la decisión y el respaldo social para hacerlo. O que se lo convoque, que es otro tema. Esa puja desigual e un círculo vicioso porque mientras uno de los polos del conflicto es cada vez más poderoso, el otro no resulta necesariamente más débil, sino que se percibe como tal, y obra (mejor dicho no lo hace) en consecuencia.
Y el resultado de la puja no es neutral, ni de mero interés académico: medido en la misma perspectiva histórica de la que hablábamos antes, se traduce en menos derechos, menor nivel de vida, peores indicadores sociales, menor cohesión social, más desigualdad e injusticia, menores capacidades estatales de regulación y arbitrio frente a las lógicas corporativas, achicamiento de los márgenes de autonomía de la política, y de la densidad soberana del país, en todas las dimensiones de ésta.
A la inversa, si el kirchnerismo (en tanto modalidad predominante en el peronismo desde 2003) conserva centralidad política y volumen electoral, es porque significó un proceso en sentido contrario, con las limitaciones conocidas. La forma entonces de romper con ese círculo vicioso sería -si se nos permite la simplificación- más y mejor kirchnerismo, no menos. "Volver mejores", prometimos.
En el mismo sentido que plantea Aronskind en su artículo, nos preguntábamos acá en enero a quien escuchaba el gobierno; y en abril planteábamos en ésta otra entrada la necesidad de dar el debate interno; más que salir a replicar los graznidos de una oposición espantosa, cuya hoja de ruta se limita a pararse sobre los muertos de la pandemia, o actuar como vulgares visitadores médicos de un laboratorio extranjero.
Allá por el 2019 en la Argentina las fuerzas nacional-populares (en sentido amplio) fueron capaces de vertebrar una coalición electoral que desplazara por las urnas a la derecha que encarnaba un nuevo experimento neoliberal; pero ya en el gobierno, no han sido capaces de marcar diferencias profundas -en lo estructural- con el rumbo que éste llevaba. Los núcleos concentrados del poder económico operan -como bien señala Aronskind- para que eso sea así, y ofrecen por todo proyecto estratégico de país, aprovechar un nuevo ciclo alcista de los precios de los commodities que el país exporta.
Por supuesto que existe la pandemia y sin ella no se puede entender el panorama (esa sustracción es precisamente la mentira fundante del discurso opositor), pero como también señala Aronskind, ya antes de ella el gobierno se había autoimpuesto ciertos límites conceptuales (como no avanzar en mayores regulaciones del comercio exterior, o en un esquema distinto de retenciones), que no se condecían con el sentido del voto mayoritario expresado en las urnas.
Con la misma pandemia de fondo, a nuestros costados y en la región el continente se conmueve, en Colombia o en Chile (dos países modelos del neoliberalismo, puestos siempre como ejemplo), en un proceso que no es lineal porque tiene avances (como en Bolivia, tras el golpe) pero también retrocesos (el triunfo de Lasso en Ecuador), y otras situaciones que habrá que ver como decantan, como en Perú y Brasil.
Y la Argentina "pionera" en desalojar a la derecha del gobierno en aquel 2019 hoy discute por qué no le compramos vacunas a Pfizer, o se apresura por cerrar acuerdos con el FMI y el Club de París, cuya cercanía hace "volar a los mercados", al margen de la economía real; donde la recuperación heterogénea de la actividad no se nota en el empleo, los salarios y el consumo, y la inflación en alimentos y bebidas sigue siendo un serio problema; sin que se avizoren en lo inmediato medidas concretas y eficaces para contenerla.
Mientras la derecha nos arrebata la bandera de la rebeldía (idiota, pero rebeldía al fin) con el "sí se puede", nosotros parecemos haber entrado en el conformismo de explicar por qué "no se puede" una u otra cosa, sea controlar la hidrovía por el Estado, aumentar las retenciones, o reponer la ley de medios: elija cada uno el ejemplo que más le guste. ¿No merecemos, al menos debatir entre nosotros como romper ese círculo vicioso?
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