LA FRASE

""ESTOY DESTRUIDO PORQUE NO PEGUÉ UN OJO EN TODA LA NOCHE VIGILANDO A VER SI CRISTINA SALÍA AL BALCÓN." (EDUARDO FEINMANN)

martes, 24 de junio de 2025

EL DILEMA DE MORDISQUITO

 

Ese extraordinario filósofo social que además componía tangos memorables que fue Enrique Santos Discépolo intentaba explicarle el peronismo a "Mordisquito" (el opositor imaginario que usaba de bochín en sus charlas radiales) en la forma más sencilla y clara posible, en base a los principios de causa y consecuencia, o si se prefiere, acción y reacción: en las iniquidades del régimen preexistente había que buscar las causas profundas del peronismo, su origen, su razón de ser y por ende, su justificación histórica.

Desnudaba así la que aun hoy (80 años después) sigue siendo la principal falacia del pensamiento gorila, tanto que por estos tiempos la repite Milei: si la Argentina era un país próspero, una potencia mundial y sus habitantes gozaban de un nivel de vida envidiable, ¿Cómo fue, entonces, posible el peronismo? O para ser más precisos: ¿Cómo fue necesario?

Apelando a la polisemia del lenguaje, en las causas (reales, profundas) del origen del peronismo, hay que buscar su causa, es decir su propósito, razón de ser y sentido: mientras subsistan la injusticia, la explotación, el enfeudamiento colonial del país, la degradación de su condición soberana, existirá el peronismo; porque como decía Discépolo, no lo trajimos nosotros, sino que fueron ellos. O como decía Eva, "Si el pueblo fuera feliz y la patria grande, ser peronista sería un derecho. En nuestros días, ser peronista es un deber,...". Y vaya si hoy siguen siendo esos "nuestros días", con tantas tareas inconclusas, y tan urgentes.

El peronismo subsiste porque es más que una entidad política o una definición electoral de millones de argentinos: es una empresa de reparación nacional aun pendiente, que si se llamó así fue para graficar en el lenguaje la inmensidad histórica de Perón, el hombre que vio lo que muchos otros no vieron, hasta que lo tuvieron frente a sus narices aquel 17 de octubre. Y si a más de 50 años de su muerte esa empresa pendiente se sigue identificando con su nombre, es simplemente porque no ha sido superado en sus causas, que son -como dijimos- su causa.

El peronismo representó y representa en la memoria histórica de muchos argentinos, la democratización del goce de la que hablan Daniel Santoro y Pedro Saborido, o el Technicolor de los días felices tal como lo definía el mismo Discépolo en sus monólogos con Mordisquito. Y esa evocación de la memoria social es nostalgia pero también presente y esperanza de futuro, gracias a la experiencia kirchnerista: eso, y no otra cosa, es lo que verbalizan los testimonios de los que por estos días ganaron las calles en defensa de Cristina, y allí hay que buscar las razones de la persistencia de su liderazgo político, social y hasta emocional sobre muchos argentinos.

El gorila odia, pero nunca disfruta, ni siquiera cuando gana o consigue lo que quiere, que siempre es que nosotros -sencillamente- dejemos de existir. Por contraste y como decía Jauretche, "La multitud no odia, odian las minorías, porque conquistar derechos provoca alegría, mientras perder privilegios provoca rencor.". Lo que ocurre es que en esos casos y salvo los privilegiados de siempre, perdemos todos, incluso muchos de ellos, y así el ciclo vuelve a empezar, como en 1945: queriendo enterrar al peronismo, lo están sembrando, y en alguna parte de sí mismos lo entienden, y eso los enfurece más.

El peronismo es -como lo definiera José Pablo Feinmann- una obstinación argentina, mal que les pese a muchos que vienen pronosticando su fin desde Vernengo Lima en el 45' hasta Escribano en el 2003, y todos los hoy se repitieron en el vaticinio, después de conocerse que la Corte confirmaba la condena y proscripción de Cristina.

La furia y su odio de la Argentina anti-peronista no son más que la extroversión encendida de su profunda pobreza espiritual: de metas (limitadas a que nosotros no existamos más y desaparezcamos del paisaje), de épicas y de héroes: pasaron de Carrió a Lanata a los arbolitos o las cuevas que les vendían dólares, Nisman, Vicentín, el fiscal Luciani o la misma tobillera de Cristina. Antes se habían esperanzado con Braden, Rojas y Aramburu, Videla y -como no- hasta con Alfonsín. Para colmo de (sus) males, en muchos casos (como pasó con los "cabecitas negras", la metáfora de Rojas sobre el perro y la rabia, y está pasando con la tobillera de Cristina), lo que ellos lanzan como anatema de humillación, nosotros se los devolvemos como orgullosa afirmación de identidad, y demostración de tozuda persistencia en seguir existiendo, pese a todo. 

Por eso les molestan Cristina, el balcón y la alegría del pueblo cuando sale, aunque ella esté presa y muchos de nosotros angustiados por el presente y el futuro del país: esa alegría es esperanza para nosotros, y perturbación para ellos, porque no son felices (nunca lo son) y no soportan que otros lo sean, o sueñen con serlo. Tanto que ya ni siquiera fingen en que creen en los derrames como creyeron con Cavallo y Menem, ni en "mantener lo bueno y mejorar lo malo" como decían que creían con Macri, y por eso directamente votaron al que prometió destruirlo todo, porque para ellos "todo" era el peronismo y lo que representa en términos de legado histórico, y creyendo que ellos zafaban, y no iban a caer en la volteada. Y en el peor de los casos, su sufrimiento sería un precio bajo a pagar por conseguir el oscuro objeto de su deseo: un mundo y una vida sin peronismo, ni peronistas.

Leonardo Favio (que entendió al peronismo como pocos) decía que se hizo peronista porque no se puede ser feliz en soledad. Los gorilas desconocen esa dimensión social de la felicidad, aunque a veces parezca que comparten con otros sus motivos de satisfacción, porque ellos -a la inversa de Favio- solo pueden ser felices (y a veces ni eso, o les dura poco) si otros no lo son, porque los subleva la felicidad ajena. Sobre todo si es la nuestra, como pasa hoy, con Cristina y el balcón. 

Decía Evita en "Mi Mensaje" hablando de la oligarquía: "Con ellos no nos entenderemos nunca, porque lo único que ellos quieren es lo único que nosotros no podremos darles jamás: nuestra libertad.". Parafraseándola, diremos nosotros: lo único que podemos darles a los gorilas para contentarlos, es dejar de existir. Y en tanto nosotros nos obstinemos en persistir existiendo, nunca serán felices, e intentarán por todos los medios y como casi único objeto de su existencia en términos políticos, que nosotros desaparezcamos.

El problema -que nos tiene hace 70 años en esta situación de empate hegemónico que está en la raíz de todos los males del país- es que entonces se les aparece en toda su magnitud el dilema que Discépolo le planteaba a Mordisquito: la única forma de hacernos desaparecer es la que nunca intentaron, que es superarnos, haciéndonos innecesarios en términos históricos, políticos y sociales.

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