En campaña y también en el gobierno, Milei definió a la justicia social como una aberración. Antes Carlos Rosenkrantz había descalificado la idea de Evita de que donde hay una necesidad, existe un derecho.
Ahora se suma Federico Sturzenegger tratando de reversionar brutalmente la idea de la abanderada de los humildes, para que no queden dudas: en donde exista una necesidad, el mercado tendrá una oportunidad de generar negocios para resolverla. Aunque en realidad no lo dijo así, porque al mercado lo que le interesa esencialmente es la primera parte: generar el negocio.
Estas idioteces no son nuevas, y son del mismo cuño de otras, como la idea de que, desaparecida la obra pública, los vecinos deberían organizarse para resolver los problemas de infraestructura si necesitan asfalto, agua potable o cloacas, o a escala mayor, rutas, hospitales o centrales energéticas.
En un punto habría que agradecerle al Ministro de Cosas su sinceridad brutal, que nos evita entrar en las discusiones bizantinas y gaseosas a las que nos quieren llevar todo el tiempo sobre la transparencia, la corrupción o los presuntos curros que denuncian por todos lados, mientras los perpetran ellos.
Sturzenegger está exponiendo -con la impunidad que lo caracteriza y lo ha protegido hasta acá de un destino carcelario harto merecido- la idea básica del neoliberalismo: el mercado como nuevo Dios, como elemento rector central organizador de la sociedad, que asigna prioridades, recursos...y hasta necesidades. Porque es sabido que en su máxima expresión en la sociedad de consumo la especialidad del mercado es ésa: crear necesidades, para luego ofrecer los productos que pueden resolverlas.
Que no haya podido hasta acá -básicamente porque no quiso y porque al contrario las creó- resolver necesidades básicas insatisfechas como el hambre o la pobreza, nos debería dar una pista clara de la trampa: el proyecto político, económico y social de ésta gente es imponer a sangre y fuego la ley de la selva, pero en esta oportunidad con la trampa publicitaria -no hay producto exitoso de mercado que se precie que no venga precedido de una eficaz propaganda- necesaria para convencernos a todos (o a la mayoría) de que estaremos entre los más fuertes, los que podrán sobrevivir en la feroz competencia.
De hecho, el éxito electoral de Milei se basó precisamente en eso: la percepción de millones de argentinos de que los ajustados por la motosierra serían otros, y de que ellos poseían las habilidades necesarias para sobrevivir y prosperar en la selva, y más aun, que esas habilidades eran necesarias porque eran las que requería el mercado.
Que gente como Milei, Rosenkrantz o Sturzenegger defiendan y apologicen como justo y necesario un orden social que los tiene entre los ganadores es hasta cierto punto lógico, esa defensa es pura racionalidad lógica instrumental. Que lo hagan pelagatos que son la carne social que ese modelo tritura cada vez que se pone a andar porque están entre los costos prescindibles -necesariamente prescindibles- de su aplicación, es más complejo de entender.
Cuando Evita decía que donde existe una necesidad -es decir, una demanda insatisfecha de cosas esenciales- nace un derecho, estaba marcando todo un camino para la praxis política en la misma línea de aquello -también de su cosecha- de que el peronismo sería revolucionario, o no sería nada: el derecho a ser satisfecho en las necesidades básicas que nace para todos los que carecían -y carecen- de lo básico le impone a la política la obligación de hacer lo indispensable para hacerlo realidad.
Y en la sociedad capitalista desigual, desequilibrada e injusta siempre -siempre- los medios para satisfacer esas necesidades los tienen los que no padecen ninguna, y por eso proponen -como Sturzenegger- que el que mejor (si no el único) las puede resolver es el mercado, que son ellos.
De allí que la tarea de la política (al menos la que se piensa en clave nacional, popular y democrática) es romper con esa lógica, para sacarles a los que más tienen, lo que no están dispuestos a dar. Todo lo demás es puro cuento, como el del mercado que resuelve todas las necesidades.
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