En toda la provincia votó el 46% del padrón. En San José de la Esquina hubo un solo candidato a intendente que sacó menos votos que la suma de los votos en blanco y anulados. En Colonia San José se presentó un solo candidato a presidente comunal y no lo votó nadie. Tenebroso.
— La Corriente K (@lacorrientek) June 30, 2025
Las elecciones municipales y comunales del domingo pasado en Santa Fe confirmaron -y profundizaron- la tendencia que se viene observando en todos los comicios que se llevaron a cabo en lo que va del año: crece el ausentismo electoral y cada vez menos gente concurre a votar, en especial en los grandes centros urbanos, y en los sectores populares. El preocupante dato pasó casi desapercibido y la política en su conjunto y los medios lo naturalizan y se limitan a analizar los resultados, como si el hecho de que más de la mitad del padrón no concurra a votar fuera de lo más normal, o algo conteste con nuestras tradiciones democráticas desde que se implantó el voto obligatorio en 1912.
Nadie indaga ni pregunta o se pregunta al respecto, nadie cuestiona el hecho ni trata de entenderlo: todos dan por entendido que es simplemente la consecuencia de la insatisfacción democrática que nos trajo a Milei y listo, pasan a otro tema. En consecuencia, nadie desde la política parece estar diseñando estrategias y propuestas para convencer a la gente de que vuelva a votar, y de que la participación política ciudadana es el único modo de resolver la crisis y los graves problemas que tiene el país, o si se prefiere, que dejando de votar no se resuelve nada.
Es cierto que la democracia -con la excepción del ciclo kirchnerista, mal que les pese a muchos- traicionó la promesa inaugural del alfonsinismo de hacer que con ella se comiera, curara y educara, y que la república no existe hace rato y el país se viene deslizando ininterrumpidamente por la pendiente del autoritarismo, la violencia institucional, el fascismo cultural desembozado (aunque los Natanson del discurso de la derrota conceptual lo nieguen) predicado desde las más altas esferas del poder, y la degradación de todos los derechos y garantías consagrados en la Constitución hasta convertirlos en letra muerta.
Tan cierto como que el Congreso (que se supone debería ser la caja de resonancia de los reclamos sociales) está casi absolutamente al pedo y se convirtió en un reñidero de gallos (o de gatos) que para lo único que sirve para darles material a las redes sociales. Pero nada de eso excusa ni explica -al menos no por sí mismo- la merma en la participación electoral, o la creciente falta de interés ciudadano en los asuntos públicos que ella revela.
Es lógico y comprensible que un gobierno como el de Milei se sienta cómodo con este panorama, y no le preocupa hacer nada para revertirlo: en tanto conserve una parte de los votos que lo llevaron al poder (es ostensible que ha perdido bastantes) y los que pierda no migren a otras fuerzas políticas, ni se exprese un masivo voto castigo a sus políticas, alguien que como el presidente descree de la democracia, interpretará la ausencia electoral como un consenso pasivo, o casi como una evidencia de conformidad social con su gobierno, y hasta si se quiere, de validación de su discurso "anti casta".
Pero también incurren en una lectura parecida todos los que gobiernan en los diferentes niveles (intendencias, gobernaciones) u ostentan posiciones institucionales: se preocupan solo por la legalidad formal de los comicios (que no depende de cuanta gente vaya a votar), y no en la legitimidad última que emana del voto ciudadano. Los casos extremos de los que habla el tuit de apertura, verificados acá en Santa Fe para cargos municipales y comunales así lo revelan, y demuestran que el fenómeno se observa aun en elecciones locales, en las que candidatos y electores pueden cruzarse a diario por la calle.
Sin embargo para el peronismo,-en tanto fuerza popular de sentido democrático que nació como respuesta política a la exclusión de millones de argentinos, y ya en el poder incorporó a otros (como las mujeres) a la plena participación ciudadana, la respuesta al fenómeno no puede ser la misma: bien dice la segunda de las 20 verdades "El peronismo es esencialmente popular. Todo circulo político es antipopular y, por lo tanto, no peronista.". Claro que antes -y hablando de insatisfacciones democráticas- hay que recordar la primera: "La verdadera democracia es aquella donde el gobierno hace lo que el pueblo quiere y defiende un solo interés: el del pueblo."
El peronismo es el más debería preocuparse porque crece el ausentismo electoral y merma la participación ciudadana y su interés por la política, porque es el que más tiene que perder si el fenómeno se profundiza, o a la inversa, el que más tiene para ganar si se amplía la participación porque la gente recupera la confianza en la capacidad del voto y la política para introducir transformaciones positivas en la realidad, que impacten favorablemente en su vida cotidiana.
Más allá de las conveniencias de cada fuerza política, con más del padrón dejando de ir a votar en cada elección lo que está en riesgo es la legitimidad última del sistema, aunque se respeten en apariencia sus reglas formales: sería como cumplir el sueño húmedo del poder económico que jamás se resignó a aceptar la participación política ampliada y a la misma democracia como sistema, y los vino resistiendo por todos los medios a su alcances desde que se sancionó la ley Sáenz Peña; primero con los golpes militares, luego con los golpes económicos disciplinadores del sistema político, que crearon el contexto en el que éste se desenvuelve hoy, -una vez más- con la sola excepción del ciclo kirchnerista; y de allí su demonización y persecución en todos los planos.
Sin embargo, los mea culpa y las miradas introspectivas para entender como llegamos a éste punto no deberían agotarse en la política: también es necesario que buena parte de la sociedad se haga plenamente cargo de lo que votó y que no pretenda purgarlo, simplemente dejando de ir a votar, como si se pudiera pasar de aplaudir la motosierra, a lamentar sus consecuencias, o peor aun, hacerse los boludos con ellas como si no hubieran tenido nada que ver.
Y no solo se trata de ir a votar: el consenso pasivo frente a las calamidades que Milei y su gobierno están desatando sobre la inmensa mayoría de los argentinos, y la idea de que la política no tiene nada que ver con la vida cotidiana, ni para bien ni para mal, son funcionales a la perpetuación y profundización de una sociedad injusta y desigual. Del mismo modo que es falso que el mercado se autoregula para hacer una asignación más justa y eficiente de las cargas y beneficios sociales, la anomia ciudadana no construye ni modifica nada, y se termina convirtiendo en la mejor arma de defensa del plan de saqueo y exterminio.
Se puede aceptar -con las reservas del caso, porque el mundo no comienza cuando uno llega a la vida adulta- que no haya memoria social registro histórico de lo que significaron las dictaduras. Incluso eso se puede inferir de la liviandad con las que se apoyan prácticas antidemocráticas y autoritarias cuyo significado y consecuencias últimas no se comprenden. Pero sin dejar de tener nunca en claro que nadie puede aseverar que no terminará siendo víctima en algún momento, como muchos pudieron comprobar con la motosierra.
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