Un 24 de marzo distinto, sin marchas, sin gente ganando la calle para dar testimonio de la memoria viva y presente, que clama verdad y justicia.
Con más de uno que, como en la metáfora del dedo y la luna, señala que los que están en la calle son, como hace 44 años, los milicos.
Sin advertir que, escenografías aparte, nos atraviesa hoy el mismo conflicto que nos atravesaba entonces: de un lado los que creen en los valores colectivos, la solidaridad, y una sociedad y un Estado que nos contenga a todos, en especial los que sin esa ayuda, no pueden solos.
Del otro, los cultores del "sálvese quien pueda", "yo, argentino". Los que tranquilizaban su conciencia diciendo (y diciéndose a sí mismo) "si vos no andás en nada raro, no te va a pasar nada".
Si no confundimos el dedo y la luna, aun en este 24 de marzo de calles vacías y gente encerrada en sus casa para protegerse de otra amenaza, concreta pero invisible, lo podremos ver.
E imaginar sin demasiado esfuerzo que estarían haciendo los 30.000 hoy: seguramente ayudando donde hiciera falta, o simplemente acatando solidariamente la consigna de quedarse en casa. Ellos, que hicieron de ganar la calle una forma de militar, y de militar una elección de vida.
Porque en definitivas de eso se trataba entonces, y se trata hoy: si existe un "nosotros" que nos involucra a todos (o por lo menos a las grandes mayorías), y que hacemos para construirlo.
O si impera la ley de la selva, y cada uno mira su propio ombligo; sin importarle en lo más mínimo lo que les pasa a los demás.
De allí que hoy, 44 años después de aquel día trágico, el mejor homenaje que les podemos hacer es seguir su ejemplo, y poner lo que tengamos de poner de nuestra parte, aun en estas circunstancias (sobre todo en medio de ellas) para construir una sociedad regida por los valores por los que ellos abrazaron la militancia.
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