LA FRASE

"NO ES TAN DIFÍCIL DE ENTENDER: ESTELA DE CARLOTTO ES GOLPISTA Y EL GENERAL VIDELA LO ÚNICO QUE HIZO FUE COMBATIR AL TERRORISMO." (VICTORIA VILLARRUEL)

miércoles, 25 de noviembre de 2020

ADIÓS BARRILETE CÓSMICO

 

Leías en las redes "Murió Maradona" y la primera sensación era de incredulidad: debe ser una "fake news", de las tantas que lo acompañaron en su vida. Pero no: esta vez era cierto, y fue como si de repente la realidad entrara en pausa; acaso la necesaria para asimilar la idea y para entender que aunque le dijéramos "Dios", era un mortal como nosotros.

Porque con el Diego se va una parte de nuestras vidas, cruzadas por esa magia incomparable que desplegó en una cancha, y por todo lo que significa él, lo que en él se reflejaba como un espejo gigantesco de buena parte de nuestra idiosincracia nacional: en éste país de millones de directores técnicos potenciales y otros tantos millones de crack frustrados, todos soñamos alguna vez ser él, y manejar una pelota como una extensión del cuerpo. Y muchos también soñamos plantarnos como él frente a los poderosos, para cantarles cuatro frescas.

Diego no necesitaba morirse para ser un mito, porque ya en vida lo era; tanto que -sin temor a equivocarnos- podríamos decir que al momento de partir, era el ser humano vivo más conocido del planeta. Basta leer los titulares de la prensa en todo el mundo para advertir la magnitud del fenómeno, que no puede ser comprendido solo desde la popularidad global del fútbol como deporte, hay muchas cosas más en juego allí.

Hay un profundo fresco sobre la condición humana, sus grandezas y sus miserias, sus triunfos y sus derrotas, sus mil y uno tránsitos de la agonía al éxtasis, de la gloria al abismo. Diego vivió como jugaba, sin especulaciones, a fondo, pero también -como todos- como pudo y como le salió. En su caso, tambien como lo dejaron: cuesta imaginarse como se debe haber sentido un día en la piel de Maradona.

Pero como decía el genial "Negro" Fontanarrosa, lo que importa con Diego no es lo que él hizo con su vida, sino lo que hizo con las nuestras. Pocos jugadores de fútbol que llegaron a lo más alto como él, conservaron hasta último momento ese espíritu del potrero, del que juega para divertirse él y divertir a los demás, y casi ninguno alegró a tanta gente, en todo el mundo, como el Diego.

Se dirá que la enorme identificación popular con Maradona y su idolatría rayana en lo religioso son un caso más del fenómeno del "workin class hero": el hombre común elevado a las cumbres de la fama por su talento, pero que nunca olvidó sus orígenes, ni renegó de ellos. Mientras vivió, Diego siguió siendo el Pelusa de Fiorito, aunque se codeara con reyes, presidentes o magnates: era uno que -como Evita- nunca se dejó arrancar el barro que llevaba de la calle.     

Pero no es el momento para teorizaciones sociológicas, sino para observar con respeto el dolor popular por su muerte, que da la medida del cariño que justamente se ganó en vida. Esa dimensión social (en su caso, mundial) del afecto accesible solo a unos pocos elegidos, que pasaron por éste mundo cambiando para bien la vida de otras personas, o haciéndoles vivir momentos inolvidables de felicidad; que para muchos quizás fueron los únicos de vidas desventuradas.

Sospechamos que los que no lo quisieron y celebran su muerte (porque los hay) en el fondo son incapaces de querer a nadie, incluso a sí mismos. E intuimos que ese odio a Diego es solo una cara del odio a lo popular, a lo que pueblo quiere y se apropia como suyo; y poco tiene que ver con los deslices o vaivenes de su vida personal: odian a Diego porque odian lo que representa, y porque si alguna vez se equivocó en la elección de sus amistades (quien es uno para decir de quiénes tienen que ser amigos los demás), jamás se equivocó cuando tuvo que elegir con quien pelearse, fueran Havelange, Blatter o Macri.

Entre sus múltiples talentos -acaso esa intuición nata del que aprende a jugar al fútbol en los potreros esquivando guadañazos, y a gambetear al hambre y a la pobreza con lo que había a mano-, el Diego fue un infalible detector de soretes y garcas. Por ejemplo esos que hoy no pueden comprender que un pueblo entero lo llora, porque lo sintió suyo: allá ellos con sus miserias; incapaces de sentir pasión por nada, se creen con derecho a juzgar las pasiones de los otros. 

Para el resto -es decir, la inmensa mayoría del país y por que no, del planeta- el mundo es desde hoy un poquito más triste. Adiós, Pelusa, barrilete cósmico. Gracias por todo.

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1 comentario:

JAP dijo...

CADA DIA MAS ATEO, HA MUERTO D10S.
HASTA CUALQUIER MOMENTO DIEGO