LA FRASE

"LA CANTIDAD DE PERROS DEL PRESIDENTE ES UNA DE LAS CUATRO O CINCO COSAS EN LAS QUE LOS ARGENTINOS NOS TENDRÍAMOS QUE PONER DE ACUERDO." (MANUEL ADORNI)

viernes, 29 de enero de 2021

TODO EN SU MEDIDA Y ARMONIOSAMENTE

 


Ni siquiera vamos a plantear la discusión sobre la oportunidad y conveniencia de participar del Forro de Davos, o recordar que Néstor y Cristina no fueron nunca, ni enviaron representantes. Dejémoslo en el estante de la cosas pendientes de discutir bajo el rótulo "Qué significa volver mejores".

Vamos al propósito que en teoría se persigue participando de esos lugares: generar confianza para atraer inversiones extranjeras al país. Lo cual en sí mismo no sería malo, si no fuera porque subyace en cierta sobreactuación "ofertista" y lisonjera para el capital, una concepción errónea sobre el peso real que tiene la inversión extranjera en la reconstrucción de un país como el nuestro, y en su crecimiento y desarrollo con inclusión social.

Aclarado que hablamos de la inversión extranjera directa (IED) y no por ejemplo de la afluencia de capitales golondrina en forma de deuda y fuga, no se trata de levantar posturas "autárquicas" o simplemente afirmar que "podemos vivir con lo nuestro", o es mejor hacerlo. Aunque tengamos postura tomada al respecto.

Vamos a la experiencia histórica concreta -cercana y más o menos mediata- habida en el país al respecto, y veremos que los ciclos económicos en los que crecimos con mayor distribución del ingreso y mejoría de los indicadores sociales, ese crecimiento estuvo sostenido por el consumo y el mercado internos; claro que el cierre de un ciclo de desarrollo productivo integrado requiere del concurso de las exportaciones -preferentemente con valor agregado- y la inversión, donde la extranjera puede jugar su rol.

A la inversa, cuando predominaron las ideas "ofertistas" y se sedujo al capital con múltiples concesiones, las cosas terminaron mal: crisis sociales y políticas, deterioro del nivel de vida de los sectores populares. Eso sin contar con que tanta generosidad solo terminó profundizando el ya alto grado de extranjerización de la estructura productiva nacional, de modo tal que dificulta el diseño e implementación de un modelo de desarrollo, porque el Estado debe lograr que sus políticas se impongan a lógicas del capital foráneo, dictadas desde otros lugares

Definir el rol de la inversión extranjera dentro de un modelo explícito de desarrollo que hoy no se avizora, y donde la regulación de esas inversiones esté en relación a las premisas y objetivos de ése modelo, es algo que en el marco legal actual (la Ley 21382 de Martínez de Hoz y Videla, "empeorada" por la Ley 23697 de emergencia económica de Menem), resulta imposible.

En ese marco, cuya modificación constituye una de las deudas pendientes del kirchnerismo conforme lo señalábamos hace poco acá, no hay planificación alguna de las prioridades sectoriales de la inversión, no hay sectores o actividades donde -por su carácter estratégico- la misma es excluida, no hay ninguna restricción al giro de las utilidades a las casas matrices, ni tampoco compromisos explícitos de inversión exigibles, o mecanismos para garantizar su cumplimiento.

Los resultados son conocidos por todos, bastando al efecto con repasar los casos de las privatizadas concesionarias de servicios públicos, o las mineras; debiendo hacese notar que esas inversiones vienen además en combo con los TBI (Tratados Bilaterales de Inversión) del menemismo, y la aceptación de la jurisdicción del CIADI; instrumentos todos a través de los cuales el Estado argentino fue resignando soberanía jurídica, y poder de decisión económica.

No es de extrañar que en esas condiciones la inversión extranjera en el país haya agravado problemas como la restricción externa o el desequilibrio del modelo productivo, en lugar de resolverlos; sin que a su vez sus aportes en materia de empleos y salarios compensen esos costos. Eso sin contar que en muchos casos lo que se contabilizó como IED fueron simplemente adquisiciones por capitales extranjeros de empresas argentinas, que no contribuyeron a incrementar la capacidad de producción de bienes y servicios, o mejorar el perfil exportador.

Con eso en mente y por ser suaves, fue poco feliz la alusión presión a los "riesgos mínimos". ¿Estamos avisándoles a los capitales que puedan venir que, aunque incurran en prácticas predatorias como Repsol no serán expropiados, o que si prestan servicios públicos regulados por el Estado, tienen garantizadas tarifas razonables sin exigirles correlativas inversiones? ¿Le sirven al país los capitales -de acá o de afuera- que buscan los "riesgos mínimos", o la inversión extranjera debe darse -como diría alguien- "todo en su medida y armoniosamente"? 

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2 comentarios:

Anónimo dijo...

Vivir con lo nuestro fue, es y será una postura posible y necesaria.
Las exportaciones deben ser si o si de valor agregado. No existe futuro para la exportación de materia prima.

Es un problema de caja. Si Argentina no consigue sustituir importaciones y generar un mercado interno, así como generar valor agregado para exportacion e ingreso de divisas, siempre va a llegar al mismo cuello de botella dónde si el pueblo mejora su nivel de vida consume más divisas en productos importados tensionando la balanza comercial hasta que se vuelve deficitaria; presionando sobre el tipo de cambio, aumentando la especulación, generando inflación, aumentando la velocidad de circulación del dinero y así, el círculo vicioso que ya conocemos.

Hay que exportar fideos, no trigo.

claudio maxl dijo...


A la larga (mediano-largo plazo) todo IED es contraproducente, ya q el objetivo d estas inversiones es retirar del pais mas dolares d lo q ingresaron, a no ser q se trate d una inversion con destino a expo y q el Estado la regule para q la remision d utilidades anuales no supere el ingreso anual d dolares producido x dicha inversio, la otra alternativa si la IED apunta al mercado interno es q no puedan remitir utilidades. dificil, no?