LA FRASE

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miércoles, 30 de noviembre de 2011

NUESTRO HISTORIADOR MÁXIMO


La creación del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico sigue  dando que hablar a los que Jauretche llamaba "papagayos intelectuales", y que Hernán Brienza denomina "patovicas de la cultura" en ésta excelente nota publicada por Tiempo Argentino.

El lunes era la inefable Betty Sarlo (el tero de la oligarquía como dice Gerardo Fernández), tildando a la iniciativa de "arcaica y peligrosa", y demostrando que de revisionismo histórico sabe tanto como nosotros de crítica literaria. 

La diferencia está en reconocer la propia ignorancia, y no meterse en el río cuando uno no sabe nadar.

Dice allí Sarlo (y lo pone en duda Hernán Brienza): "Comparados con una página de Tulio Halperin Donghi (nuestro historiador máximo según las más variadas opiniones), diez libros revisionistas actuales suenan tan sencillos como una canción alpina.".

Y hoy aparece en la misma tribuna de doctrina un ternero (hijo de una vaca sagrada de la historiografía tradicional) como Luis Alberto Romero, protestando porque -con la creación del Instituto- el Estado trataría de imponer su propia épica, quien dice en su columna (a propósito de los afanes revisionistas del Instituto): "A los historiadores siempre nos asombra este permanente descubrimiento de lo ya sabido. Personalmente, hace cincuenta años ya aprendí todo eso con Enrique Barba y Tulio Halperín Donghi." .

La verdad es que esta gente es curiosa: Sarlo omite decirnos a los lectores a quienes corresponden "las más variadas opiniones" que coinciden en señalar a Halperín Donghi como "nuestro historiador máximo", del mismo modo que omite señalar al menos uno de los que considera "libros revisionistas actuales"; al menos para quitarnos la duda sobre si sabe de lo que está hablando, o no incluye en la categoría a los coppy paste de Lanata.

Romero ensaya una curiosísima idea de la ciencia, según la cual el conocimiento es conquistado de una vez y para siempre, al punto que el permanente descubrimiento de algo lo asombra, porque es "ya sabido", y no por cualquiera, sino por los historiadores, y más precisamente, por él.

Con lo que evidencia que no sólo le molesta la invasión de advenedizos (según él los ve) a un coto cerrado y reservado a determinados cenáculos académicos (más concretamente: la UBA y el Conicet), sino que no parece estar atento al proceso actual de divulgación popular de la ciencia.

Con toda seguridad, no se ha sentido interesado por visitar Tecnópolis, o ver algún programa en el canal Encuentro, no señor: el conocimiento (como bien señala Brienza en su nota con el recuerdo del mito de Prometeo) es algo reservado a los dioses del Olimpo de la historia.

Y en ese Olimpo todos estos papagayos parecen coincidir en quien sería Zeus, el dios supremo: Tulio Alperín Donghi, el encargado de renovar metodológicamente a Mitre, para llegar -por esas curiosidades de la ciencia, que nos son vedadas al común de los mortales- prácticamente a las mismas conclusiones sobre el proceso histórico argentino que el fundador del diario en el cual Sarlo y Romero son columnistas.

Halperín Donghi es así no sólo "nuestro historiador máximo", sino el único de quien se puede aprender lo que vale la pena aprender; los demás son meros divulgadores, o en todo caso han tenido una que otra obra merecedora de que se le eche una ojeada.

Pues bien, nuestro Zeus del Olimpo de la heurística y la hermenéutica escribió esto en "La Democracia de masas" (Editorial Paidós, pág. 82 y s.s.):

"El 16 de junio -cinco días después de la desafiante procesión de Corpus- estallaba un alzamiento apoyado sobre todo por la marina de guerra. Luego de horas de combate en torno del edificio del Ministerio de Marina y de un bombardeo y ametrallamiento aéreo del centro de la capital por los revolucionarios, el gobierno pudo sofocar el reducido núcleo insurgente; esa noche, tras una concentración convocada por la Confederación General del Trabajo cuando aún duraban las acciones aéreas, las iglesias del centro de Buenos Aires fueron incendiadas; no resulta difícil comprender que, luego de ver caer a su lado a las víctimas del fuego rebelde, alguno de los manifestantes hayan visto en estos incendios una justa venganza; aun así, la espontánea cólera de una muchedumbre por otra parte raleada por la prudencia no basta para explicar la uniforme eficacia que la operación mostró en todas partes: al día siguiente otras muchedumbres comenzaban a recorrer, heridas en sus sentimientos piadosos (a veces algo improvisados), los templos cuyos muros calcinados dejaban ver -eliminados por el fuego los agregados de épocas más recientes y prósperas- los ladrillos pacientemente amontonados por los albañiles del setecientos." .

A ver si se entiende: "nuestro historiador máximo" está relatando uno de los hechos más criminales de la historia argentina (el bombardeo de una ciudad a cielo abierto, en tiempos de paz, por militares sublevados contra un gobierno constitucional), que se cobró cientos de vidas de argentinos, y no sólo no lo condena enfáticamente -supongamos que el ángulo objetivo que debea guardar el historiador no le permite esos deslices emocionales-, sino que soslaya justamente su costado más relevante: la intentonta golpista fue para matar a Perón, y en el camino se segaron las vidas de cientos de argentinos.

Las víctimas solo entran en el relato de Halperín Donghi desde el ángulo de la cólera espontánea de los que los vieron caer; y les dedica menos espacio en el párrafo y en el relato de los acontecimientos, que a  "los ladrillos pacientemente amontonados por los albañiles del setecientos" de los templos incendiados en respuesta a la masacre.

El historiador puede interpretar de diferente manera los hechos, incluso puede (a partir de su propia visión) jerarquizar a unos sobre otros, asignándoles una mayor influencia en el análisis de un determinado proceso.

Lo que no puede hacer es omitirlos, ignorarlos, como si no hubieran sucedido.

Y no se diga que Halperín Donghi tenía desprecio por la vida humana: apenas dos páginas después, en la misma obra, dedica todo un párrafo a la muerte del médico comunista Juan Ingalinella, sucedida en Rosario a manos de la policía santafesina.

¿Puede alguien con tamaña falta de ecuanimidad, provocada tan sólo por su profundo anti peronismo, ser considerado "nuestro máximo historiador"?

Seguramente es por cosas como ésas que Sarlo, Romero, Hilda Sábato y demases se resisten con tanto énfasis a que se rediscuta y revise la historia argentina: porque no sólo se trata de esclarecer los hechos del pasado para extraer enseñanzas para el presente y el futuro, sino que -en esa tarea- habrá que levantar (apelando otra vez a la palabra de Jauretche en "Los profetas del odio") algunas togas impolutas de ciertos figurones de la cultura "oficial"; que no es justamente la prohijada desde el Estado.                           

3 comentarios:

Unknown dijo...

Ciertamente no sólo es un concepto raro de la ciencia, es profundamente anticientífico ya que la idea del conocimiento dado de una vez y para siempre es propio de la revelaciones místicas y/o religiosas. La ciencia avanza de manera asintótica hacia el conocimiento en forma de aproximaciones sucesivas y se corrige permanentemente sobre la marcha.

Anónimo dijo...

Una vez más queda demostrado que los intelectuales están a años luz de distancia de lo que pasa en el mundo real. Discuten y opinan sobre temas que no le importan a nadie.

Mariano Bär dijo...

Muy buen post, felicitaciones.