Por Raúl Degrossi
Aunque las encuestas previas lo prefiguraban, el contundente triunfo de Cristina en las primarias del 14 de agosto corporizó los mayores temores del núcleo empresarial reunido en la AEA en torno, esencialmente, a Clarín y Techint: que el kirchnerismo no sólo permaneciese en el poder otro mandato, sino que lo hiciera relegitimado y fortalecido por una mayoría electoral contundente.
Pero la distancia de 70 días que separaba a las P.A.S.O. de la elección general les brindó el tiempo suficiente para metabolizar el resultado, y replantearse su estrategia de cara a lo que vendría: en la semanas subsiguientes, utilizaron el poder de fuego de la estructura mediática de que dispone el Grupo Clarín (más algunas alianzas que han venido tejiendo, como con los medios manejados por Hadad) para hacer catarsis por el rotundo fracaso de la estrategia de cuatro años de desgaste al gobierno de Cristina.
Para eso utilizaron a la devaluada oposición como el puching ball en el que descargar su furia, haciéndola blanco de todos los cuestionamientos; como si no hubieran sido los propios socios principales de la AEA, los principales responsables de mantenerla en un estado de inutilidad política congénita, para poder manipularla hacia donde les conviniese.
No tardaron en advertir que con eso sólo no bastaba, y comenzaron a bajarle el precio a las elecciones del 23 de octubre: no ya -como plantearon los destartalados opositores para salvar sus quioscos legislativos- diciendo que la competencia presidencial estaba definida y había que concentrarse en las bancas del Congreso, ni tampoco alertando (como lo vienen haciendo sistemáticamente las principales plumas a sueldo de Clarín y La Nación) sobre la creciente hegemonía kirchnerista, y los riesgos para la libertad de expresión.
Esas fueron simples trampas cazabobos, para generar empatía en ciertos sectores medios de comportamientos políticos volubles, y que podían verse tentados a (horror) votar con el bolsillo, y meter la boleta de Cristina. Mejor aun: que si lo hicieron, pudieran tornarse súbitamente opositores al mismo gobierno que eligieron, como sucedió con la asonada agrogarca del 2008.
La estrategia de fondo es más compleja, lo que no quiere decir sutil ni sofisticada; variables que la rusticidad intelectual promedio de los que conducen a los principales grupos económicos argentinos no cultivan con frecuencia.
Y pasa -como bien señala acá Lucas- por elevar a la categoría de verdad científica una zoncera mayúscula: que la economía y la política son dominios separados de la realidad, y a la que hay que prestar atención en serio es a la primera. Algo así como "bien, ya se entretuvieron jugando a las elecciones y votaron, ahora volvamos a lo que importa: los negocios".
De allí la simplicidad brutal de los análisis que siguieron esta secuencia de razonamiento: el viento de cola en la economía (sin ingerencia alguna de la política, según la fábula) llevó a Cristina al triunfo categórico, pero ahora (justo después de las elecciones, vea señora) viene el huracán de frente y -para poder afrontarlo- el gobierno tiene que hacer todo lo contrario de lo que vino haciendo estos últimos ocho años.
Algo tan absurdo como que en diciembre, en lugar de Cristina, asumiera la conducción del país un triunvirato conformado por Ricardito Alfonsín, Duhalde y Carrió; y que ignora un dato elemental de la realidad política argentina: si el kirchnerismo ha logrado permanecer y consolidarse desde el 2003 para acá (las urnas acaban de demostrar cuanto), es -justamente- porque comprendió las complejas relaciones que hay entre la economía y la política, y decidió (con tozudez no exenta de errores y voluntarismos) subordinar la primera a la segunda.
No se trataría entonces de bajarle el precio al resultado de la elección presidencial, sino lisa y llanamente, de ignorarlo; apostando a la volatilidad del humor social, en especial de segmentos de la clase media que contribuyeron al 54 % de Cristina desde una perspectiva conservadora sobre el desenvolvimiento socioeconómico del país en su segundo mandato.
Rústica y todo, la jugada de los socios principales de la AEA es como en el billar, a varias bandas: si Cristina les hiciera caso estaría produciendo un giro menemista (en el sentido de travestismo político y orientación del rumbo económico), que le haría perder el apoyo de los que la votaron; pero nunca le granjearía el de los promotores del giro; por el contrario: le cargarían la romana del previsible fracaso.
En ese contexto debe leerse la borrasca armada con la cotización del dólar, y la (cada vez más indisimulada) presión para provocar una devaluación; medida que sería a su vez una prenda de unidad del bloque de intereses dominantes, dividido hasta acá en su actitud ante el gobierno, pero con una comunidad de ideas (no necesariamente de intereses, pero ése es otro asunto) de fondo.
También a esta idea responde el paulatino relegamiento a un quinto plano de cobertura que hacen los medios, de las internas y pases de facturas entre los derrotados del 23: ya pasó su cuarto de hora, y se revelaron como un instrumento inútil, y como tal, desechable.
Además de los efectos propiamente económicos de la devaluación, son consabidos los sociales: implicaría un duro golpe a los sectores de ingresos fijos (formales e informales), mientras se amplía la tasa de ganancias del capital, se licúan sus costos salariales y se transfieren enormes ingresos a los grupos concentrados y los exportadores. Un golpe directo a la base electoral del triunfo de Cristina.
Agotados los sucesivos planes ensayados desde el 2008 para esmerilar al gobierno, la AEA y sus satélites ensayan el Plan "D": dólar a las nubes, vía devaluación; buscando generar un desequilibrio económico de tal magnitud que termine provocando inestabilidad institucional como en el 2001. Para el caso es indiferente si afecta o no la continuidad del gobierno: lo importante es herirlo en sus bases mismas de sustentación.
Y herirlo sobre todo en su capacidad de disciplinar al poder económico, para disuadirlo de meterse con los balances de Papel Prensa, la estrategia de inversiones de Siderar, o de ir a fondo con la cláusula de desinversión de la ley de medios.
Breve aclaración para troscos y sobrevivientes de Proyecto Sur: no se trata acá de lo que el kirchnerismo quiera o verdaderamente pueda hacer para afectar intereses. Estos reaccionan por lo que creen que piensa, y podría llegar a hacer; es una constante histórica del pensamiento de la mayoría del empresariado argentino; fruto de su enorme primitivismo conceptual.
El Plan "D" sería algo así como una enorme valija de Antonini Wilson repleta de dólares, arrojada a los pies del gobierno aun antes de que Cristina inicie su segundo mandato: el 54 % provoca reacciones alteradas de cierta gente, a la que el Estado de derecho, o el resultado de las elecciones, le importan menos que un comino.
Especulan con generar, en ese río revuelto, su ganancia de pescadores: Clarín estaría oxigenado financieramente por la pesificación de sus deudas que le regaló Duhalde, y protegido del acecho de inversores extranjeros atraídos por activos en pesos depreciados, por la ley de protección de bienes culturales y (paradojas del destino) por los límites que pone la nueva ley de medios a los inversores extranjeros en grupos titulares de licencias de radio y televisión.
Techint (el símbolo más importante de un grupo de grupos empresarios en iguales condiciones) por sus inversiones diversificadas en todo el mundo, su posición dominante en el mercado, y su condición de gran exportadora con ingresos en dólares, y costos en pesos.
Ni que hablar que una devaluación sería recibida con alborozo en todos los sectores de la Mesa de Enlace, y en las grandes exportadoras del complejo sojero, que temen perder terreno en los cupos exportables a manos de cooperativas o del propio Estado.
El Plan "D" es un torpe (pero no por eso menos peligroso) intento por volver el reloj de la historia del país al 2001, creando el mismo escenario de caos de entonces, vía devaluación; con la complicidad (conciente o inconciente) de una pseudo intelectualidad canalla que se niega a ver lo evidente: el kirchnerismo es la clausura del ciclo del 2001, e instauró una nueva gobernabilidad en el país.
Gobernabilidad que ha desplegado resultados concretos, recompuesto sujetos sociales históricos (como los trabajadores sindicalizados), o visibilizado a otros, asumiendo sus demandas; como los movimientos sociales, o los organismos de derechos humanos.
La torpe operación mental que ensaya gente como Sarlo, Abraham o Caparrós de sustraer ese dato imprescindible para tratar de entender y explicar que ha pasado en la Argentina en los últimos ochos años, amén de ser funcional en el plano de la intelectualidad a intereses bien concretos (los que añoran la geografía del poder de la Argentina pre kirchnerista), remeda el absurdo del Decreto 4161/56 de Aramburu; que creía posible eliminar al peronismo y diez años de historia argentina, con sólo ordenarlo.
Para evitar que vuelva a pasar lo de la resolución 125 y el conflicto con las patronales agrarias (sería un error creer que en esto el único sujeto social disponible son los "coleros" o especuladores con el dólar), es sumamente importante que el gobierno -además de tomar todas las medidas que correspondan para poner freno a las maniobras especulativas- y todos los que apoyamos el proceso iniciado en el 2003, esclarezcamos este aspecto del asunto; porque el conflicto que subyace en la pulseada por el valor del dólar no es económico, sino sustancialmente político.
Una pulseada por definir quien manda verdaderamente en la Argentina.
1 comentario:
Sr. Degrossi:
ES PE TA CU LAR ! ES PE TA CU LAR !
(Elabas)
Publicar un comentario