Alberto con Clarín. Milei con los fondos de inversión. Macri con los empresarios de la AEA. Al final todos terminan muriendo por fuego amigo.
— La Corriente K (@lacorrientek) August 10, 2024
Disculpen si es difícil creerles a algunos que se indignan por la violencia que sufrió Fabiola cuando no se indignan por la foto de los diputados libertarios con asesinos, torturadores y violadores de mujeres.
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Antes de saberse que era un golpeador, Alberto no debió ser candidato a presidente porque lo que sí se sabía era que era un forro capaz de las peores agachadas, no representativo de lo mejor del kirchnerismo.
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Es tan cierto que es deseable hacer política con personas intachables desde todo punto de vista, como que no existe un método infalible para detectar los muertos que cada uno tiene en el placard.
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La discusión política planteada desde los absolutos morales suele ser una forma bastante falopa de encubrir la defensa inconfesable de intereses concretos. Y no precisamente los populares o de las grandes mayorías. Carrió hizo escuela con eso durante años.
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La prueba de que las víctimas de la violencia de género les importan un choto es que del tema que el senador Attauche contrató un sicario para matar a su ex mujer no dicen nada y se hacen olímpicamente los boludos.
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Sin violencia de género no había operación posible de los servicios. No es tan difícil de entender.
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Lo puteamos cada día durante cuatro años cuando gobernó por cagarse en nuestro voto. Y lo vamos a salir a bancar ahora que se supo que además golpeaba a su mujer. Pero claro, boludos, como ustedes digan.
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Días pasados decíamos en ésta entrada: "Debajo de la montaña rusa de indignaciones cotidianas y emociones manipuladas para oscurecer las ideas, lo que hay es una puja política por el control: del debate político, de la agenda pública, del Congreso y las instituciones, y de la calle. Y de lo que se trata entonces es de no perder nunca de vista ése hecho relevante, para no distraerse de lo principal, sin dejar de atender otras cuestiones. Y lo principal es detener este experimento fallido con seres vivos que se está llevando puesto al país, su soberanía, sus recursos y los derechos, empleos, salarios y esperanza de futuro de la mayor parte de sus habitantes.".
Y no nos vamos a cansar de repetirlo, no solo porque es el imperativo político de la hora, sino porque es lo que más le duele al gobierno: que en lugar de correr como ratones de laboratorio detrás de todas las cortinas de humo que lanzan, nos concentremos en lo importante, que son ellos, su plan de gobierno y los efectos que está causando en la Argentina y los argentinos.
Desde el cajón de Herminio Iglesias para acá existe la tentación de sobrevalorar en el debate político los "cisnes negros", esos acontecimientos imprevistos y conmocionantes que cambian el escenario de un modo decisivo; y eso que entonces no había -como si hay hoy- redes sociales, ni celulares ni internet, ni video política. Luego pasaron mil y un escándalos, de los que en cada caso se dijo que marcaban un hito, modificando la realidad por encima de cualquier otra variable: la Banelco con De La Rúa, la muerte de Nisman, los bolsos de López o la fiesta de cumpleaños en Olivos en la cuarentena.
Si bien cada uno de esos hechos y otros similares tuvieron ciertamente gran influencia, en no pocos casos, lo que encubre esa mirada mono-causal de los fenómenos políticos y sociales son lecturas funcionales a los intereses de los más poderosos, o simplemente pereza intelectual para analizar la complejidad de los procesos; o si se quiere y en sentido contrario, la simplicidad del choque de intereses concretos y proyectos políticos que intentan vehiculizarlos, que se da con sus matices en todas las sociedades, y la nuestra no es la excepción.
Por eso siempre es sano prestar no tanta atención a aquello de lo que quieren que hablemos, como a aquellas cosas de las que no quieren que hablemos, y por eso nos proponen otra agenda (la suya) de discusión. Para esa trampa frecuente a la que suele apelar la derecha, el discurso moralista suele ser una de sus armas predilectas: levantar banderas en las que en realidad no creen (la democracia, la libertad, los derechos humanos, la lucha contra la violencia de género) para ponerse en el lugar de la superioridad moral, y desde allí ahorrarse la discusión ideológica no en tanto debate académico, sino en la medida que trasunta distintos proyectos políticos, que defienden distintos intereses sociales.
De lo que se sigue siempre -antes y ahora, con o sin redes sociales, internet o celulares- que se diseñan y ejecutan determinadas políticas desde el Estado, con las cuales unos ganan, y otros pierden. Haya o no escándalos de corrupción o correspondientes a la vida privada de los protagonistas de la política. Y los tiempos actuales no son la excepción, de ningún modo
Reemplazar el debate político de ideologías y proyectos encontrados (porque sostienen intereses encontrados) por el moralismo o la discusión por los muertos que cada uno tiene en el placar no es una herramienta novedosa: sin ir más lejos, Elisa Carrió traficó por años con su idea del contrato moral como una presunta regeneración de la sociedad argentina desde los valores éticos, pero mientras lo hacía defendió los intereses -muy concretos- del grupo Clarín, de las AFJP, de los fondos buitres, de la Mesa de Enlace e incluso de los condenados por delitos de lesa humanidad; todo ello sin dejar de reclamar para sí la condición de faro moral de la república.
La muerte de Nisman no hizo perder a Scioli las elecciones del 2015 más que la insatisfacción de sectores de la clase media y trabajadores de altos salarios con ciertas medidas económicas del segundo gobierno de Cristina como el cepo cambiario o el pago de Ganancias; los bolsos de López no evitaron la derrota de Macri cuando intentó su reelección después de un gobierno desastroso, ni la fiesta de cumpleaños de Olivos tuvo más influencia en el triunfo de Milei que las promesas electorales incumplidas del Frente de Todos en materia de salarios y redistribución de los ingresos de los sectores populares.
En política como en todo, es necesario acertar en el diagnóstico para aceptar en el plan de acción. Y tener inteligencia para controlar la agenda y hacer que gire en torno a los temas que importan (y al final definen, aunque se nos quiera decir otra cosa) es esencial a esos fines.
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