Un día como hace 50 años, con solo 49 años de edad y todavía mucho para dar, nos dejaba el “Bebe” John William Cooke;
una de las figuras más trascendentes del peronismo revolucionario, de quien
bien se dijo que a largo de su trayectoria política cumplió todos los roles
posibles, menos el de burócrata.
Poco es lo que puede decir respecto a su
biografía que no sea ya conocido: radical yrigoyenista de extracción forjista,
adhirió como muchos al peronismo desde sus orígenes, porque vio allí la
representación más genuina del nacionalismo popular, y el protagonismo de los
trabajadores. Fue el diputado más joven de su tiempo en el primer mandato de
Perón, y uno de los hombres a los que el propio Perón apeló en las horas
finales de su gobierno, para intentar revitalizar una estructura política
anquilosada por el arribismo, la alcahuetería y la burocratización.
Como muchos peronistas, producido el golpe
del 55’ conoció la persecución, la cárcel y el exilio, y tuvo un rol
destacadísimo en los primeros años de la resistencia peronista, a punto tal que
fue la única persona a la que en vida, Perón designó como su heredero y sucesor
político para conducir el movimiento en caso de faltar él. Sus encuentros y
desencuentros con Perón son también conocidos, porque han quedado registrados
en la famosa “Correspondencia”: Cooke, que expresa acaso una de las más altas
cumbres de la reflexión política del movimiento nacional y popular en la
Argentina, nunca se privó de expresarle al líder exiliado su opinión con brutal
franqueza, aun cuando fuera discrepante. Algo que no abundaba por entonces, y
faltó más después.
Del pensamiento y la acción revolucionaria
del “Bebe” Cooke se pueden rescatar esa y muchas otras cosas, como su absoluta
falta de mezquindad para defender posiciones personales, aun en desmedro de los
objetivos del colectivo político. Pero nosotros elegimos quedarnos con su
incesante apelación a una práctica política reflexiva, y anclada en un sistema
de ideas que la vertebrara, le diera cohesión y sentido último.
En tiempos de pragmatismo excacerbado y de
“realpolitik” convertida en criterio único y final de construcción política,
John William Cooke es un recordatorio permanente que hacer política es sostener
ideas, para asumir la representación de determinados intereses; y ambos
extremos de la proposición deben estar alineados, sin entrar en conflicto entre
sí: no basta con decir que se es peronista para serlo, sino que hay que asumir
en concreto la defensa de los intereses que, amenazados o pisoteados por el
viejo país oligárquico, encontraron en el peronismo su cauce natural de
expresión, desde aquel 17 de octubre de 1945.
Desde esa concepción, la palabra de Cooke (y
su ejemplo de compromiso militante) nos iluminan aun hoy, en la crítica
coyuntura que nos toca atravesar. Por eso transcribimos a continuación algunas
reflexiones suyas dichas hace tiempo, pero que parecieran escritas ayer. Decía
el “Bebe”, a quien con justicia Perón calificó como “un eminente argentino”:
“El peronismo, como agrupación
mayoritaria de los sectores oprimidos, tiene ante sí una opción entre dos
líneas de conducta. Puede mantener la actual, confiando en que de alguna manera
imprevista llegará al poder y se iniciará así el milenio peronista. Concepción
típicamente burocrática con sus diversas modalidades reformistas,
integracionistas o golpistas. O puede plantear la cuestión a la inversa:
comprender que el futuro del Movimiento no está en acertar una tómbola sino en
movilizar al pueblo en una política revolucionaria sin la cual no hay acceso al
poder. La casualidad que nos regale el gobierno y nos garantice el futuro no se
dará. Lo que sí podemos decir -y eso depende exclusivamente de nosotros- es
encarar los cambios internos de fondo que nos pongan en condiciones de aspirar
al poder. Así nuestra vigencia es segura cualquiera sea la duración de la
lucha.”. “Al mismo tiempo, la
orgullosa seguridad que el Movimiento ha opuesto a la denigración, el escarnio
y las persecuciones, no puede hacernos incurrir en la ilusión de que somos los
predestinados poseedores del devenir. Nuestra importancia es también nuestra
responsabilidad, y si afirmamos ser uno de los polos de la antítesis
político-social contemporánea no lo es a título exclusivo, sino como eje de un
frente de la nacionalidad en lucha contra la explotación interna e
internacional.”.
Sobre las
tendencias burocráticas y conciliadoras con el régimen hacia cel interior del
peronismo, señalaba con agudeza: “Por
lo tanto, el peronismo es, por su composición social y sus luchas,
revolucionario por esencia. Y si existe, en su seno, el peronismo
revolucionario, es porque el régimen, mediante el manejo del aparato estatal y
cultural, demora la toma de conciencia de las masas con respecto a las razones
de la tragedia que sufren y a la política que pueda ponerle fin. Lo que
llamamos "burocracia peronista" es, en síntesis, una capa dirigente
que opera con los mismos valores del enemigo y es incapaz, por lo tanto, de
conducir a las bases a la toma del poder, sin lo cual no hay salida ni para las
clases trabajadoras ni para el país, pues ya hemos entrado en una etapa en que
no hay nacionalismo burgués sino que revolución social y liberación nacional no
son objetivos diferenciabas sino dos aspectos de un mismo proceso indivisible.”
Sobre las
relaciones entre la política, el Estado y las corporaciones, en tiempos del
gobiernos de los CEO’S, ya advirtió Cooke hace años: “Existe también un
problema que afecta ya a la soberanía del Estado, porque al lado de las
autoridades constituidas de acuerdo con las cartas constitucionales se forma el
gobierno de los consorcios financieros, de los hombres de la banca, del
comercio y de la industria, que por medio de esta vinculación realizada a
espaldas de los intereses populares, llegan a posesionarse del gobierno por los
resortes que ponen en juego cuando se trata de la defensa de sus intereses. Se
ha llegado a decir por un autor que los grandes consorcios financieros
internacionales resuelven situaciones que afectan la suerte de los países en
reuniones a puertas cerradas, mientras que los parlamentos deben debatir
públicamente todos los problemas de interés general, y desgraciadamente, en los
países de economía débil o de Estado débil se llega al resultado de que valen
más los convenios realizados en la penumbra de reuniones capitalistas que las
decisiones que adopten los representantes del pueblo, aun en el supuesto caso
de que hasta ellos no llegue la influencia del poder monopolista”.
Sobre las políticas
de endeudamiento, en ocasión de fundamentar en el Congreso siendo diputado, el
apoyo a la nacionalización del Banco Central y a la repatriación de la deuda
externa por parte del gobierno de Perón: “La deuda externa ha sido fomentada
por los países de penetración imperialista en nuestro continente, porque muchos
gobiernos endeudados han sido arcilla en manos de los fuertes consorcios
internacionales. Los déficits de presupuesto han correspondido, desde hace
muchos años, al monto de la deuda pública, y cuando los gobiernos han sido
complacientes se ha conseguido aumentar el monto de la deuda a veces con el
pretexto de dar a los empréstitos un destino que nunca se ha llegado a cumplir.
Hace ciento veinte años que la deuda externa era uno de los capítulos de la
opresión de nuestra economía nacional . Pero cuando, por medio de la deuda al
exterior, se ha llegado a presionar en la política económica y hasta en la
política general de los países, cuando la insolencia del imperialismo llegó
hasta el grado de pretender cobrarse directamente de los fondos de la aduana,
cuando pretendió inmiscuirse de tal manera en las funciones esenciales de
nuestro Estado, ha de comprender la Cámara que nosotros pongamos en esto algo
de valor sentimental, sino la satisfacción de haber sacudido un yugo que nos
molestaba en nuestras finanzas y nos hería en nuestra dignidad.”
Sobre el rol
político de los grandes medios de comunicación, decía esto cuando en 1951 el
Congreso argentino discutía la expropiación del diario “La Prensa”, que luego
sería entregado a la CGT: “Si fuera exacto que está en juego la libertad de
prensa, ninguna voz se levantaría contra este principio fundamental de los
derechos humanos; pero esto no es la libertad de prensa, La libertad de prensa
es una cosa auténtica, que se está mancillando a través del plan distorsionado
que se está siguiendo en este asunto. Nosotros sabemos que, para el
imperialismo, el principio de la libertad de comercio, el principio de la
libertad de concurrencia, el principio de la libre actividad privada y el
principio de la libre empresa son todos fantasmas y mitos que a la larga sirven
para acentuar cada vez más la desigualdad que ya existe entre países coloniales
y semicoloniales.
Desgraciadamente,
a través de los procesos históricos de la humanidad, la libertad de prensa,
junto con otras libertades que he mencionado, ha venido a constituir un
instrumento más de aherrojamiento, de sometimiento de los pueblos coloniales y
semicoloniales. ¡Qué nos vienen a hablar de la libertad de prensa! El propósito
es querer embaucarnos con una supuesta igualdad jurídico-formal, que es el
punto de arranque de la desigualdad social y económica. Las empresas
periodísticas como la que consideramos hoy están en un mundo de trusts, de
cartels, de holdings, de toda forma de integración monopolística. La llamada
“prensa grande” no ha escapado a este proceso: se han ido integrando,
concentrando, y al final han venido todos los órganos de opinión de importancia
comercial a quedar en manos de pocos propietarios que siempre están vinculados
directamente a las altas finanzas y a los grandes negocios.”.
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