Leíamos en la semana en Página 12 que deudores de préstamos ajustados por UVA fueron recibidos
por diputados de la oposición en el Congreso, adonde fueron en busca de una
solución a su problema: las cuotas se disparan, se llevan una porción cada vez
mayor del salario, si aun no han cancelado el valor de las propiedades (que es
en dólares) el préstamo no les alcanza para comprar, y el capital que le deben
a los bancos es cada día mayor.
Antes de que lo
diga algún lector, lo vamos a decir nosotros: la primera respuesta que se nos
viene a la mente es que se jodan por boludos, porque se les dijo en todos los
idiomas posibles que era una estafa a la que era muy riesgoso entrar, porque
iba a pasar lo que terminó pasando. Y como con la “campaña del miedo” del
balojate presidencial del 2015, decidieron hacer oídos sordos a las
advertencias, y le metieron por lo carpido, en algo que olía de lejos a negocio
redondo para los bancos; acaso porque confiaron en Martín Tetaz, el columnista
económico del programa de Lanata, y otros econochantas que promovieron el
asunto.
Tampoco sirvieron
experiencias anteriores asimilables, como los créditos de la tristemente
célebre Circular 1050 de Martínez de Hoz, o los préstamos en dólares que muchos
contrajeron durante la convertibilidad de Menem y Cavallo. Sin embargo,
convendrán con nosotros que, catarsis aparte, no pueden ser el “te lo dije” y el
“jodéte por boludo” la respuesta política a un reclamo social legítimo (después
de todo, buscaban acceder a la casa propia, no veranear en la Polinesia), y por
eso hicieron bien los diputados en atenderlos, y en ponerse a ver si pueden
encontrarle una solución al problema.
Claro que deberán
entender todos (los diputados, y los afectados, en primer lugar) que en la
lista de prioridades de problemas a encarar, no están primeros, ni mucho menos:
hay muchos otros estropicios perpetrados por el macrismo, más graves y que han
afectado a muchos más argentinos, en cuestiones esenciales como el empleo, el
salario, el acceso a los servicios públicos, la salud, la educación o la misma
comida a precios razonables.
Los préstamos UVA
han sido hasta acá un formidable negocio para los bancos (sus grandes
impulsores junto con el propio gobierno de Macri), y una pesadilla para los
deudores, y se hace difícil pensar en una salida en la cual las cargas se
inviertan, de modo tal que pierdan los bancos (que la vienen levantando con
pala) y ganen los deudores. Pero si fuera sencillo, hasta Macri lo podría
hacer, y está claro que no puede, ni quiere.
Librados a las
reglas de juego del mercado y de los contratos privados entre particulares (que
es lo que son), la suerte de los deudores UVA no es dudosa: si dejan de pagar
serán ejecutadas las garantías hipotecarias que tuvieron que constituir, y en
una contienda judicial (que no todos están en condiciones económicas de
afrontar) llevan todas las de perder.
En efecto, no
parece posible que puedan alegar error como vicio de la voluntad contractual
(en los términos de los artículos 265 a 269 del Código Civil y Comercial), ni
tampoco lesión, en el sentido de “aprovechamiento por una de las partes (los
bancos) de la necesidad, debilidad psíquica o inexperiencia de la otra”, como
dice el artículo 332 del mismo Código: en la mayoría de los casos se trata de
personas con instrucción (por lo menos formalmente escolarizados), que se
supone están en condiciones de comprender lo que firman, y sus consecuencias.
Por otro lado, la
imposibilidad de cumplimiento de los contratos tampoco podría atribuirse a un
supuesto de caso fortuito o fuerza mayor (artículo 955 del Código), porque las
cláusulas indexatorias hacen su trabajo conforme estaba previsto (tomando en
cuenta la inflación); y la invocación de la teoría de la imprevisión por la
“excesiva onerosidad sobreviniente” (artículo 1091 del Código Civil y
Comercial) de los préstamos para los deudores, si bien obedecería a causas
ajenas a las partes, es dudoso que sea también ajena al riesgo que
voluntariamente asumieron los que contrajeron un crédito bajo el sistema UVA.
Es posible que, si
las demandas judiciales tendientes a obtener un reajuste de los préstamos son
muchas, generen alguna jurisprudencia favorable a los deudores bajo la idea del
“sacrificio compartido” entre las partes (deudor y banco) para afrontar el
cambio en la mecánica de los contratos, pero a lo ya dicho sobre los costos de
litigar en tribunales (que no todos pueden afrontar), hay que sumarle la demora
en resolver los juicios.
Tampoco puede
pensarse (al menos nos parece a nosotros) en una solución similar a la que se
buscó en el 2002 para los deudores de préstamos hipotecarios en dólares:
recordemos que entonces fueron pesidicados a $ 1,40 más CER por dólar, y el
Estado emitió bonos para compensar a los bancos por la diferencia con la
cotización real del dólar. Es decir, cargamos todos con la deuda que era de
algunos. Si entonces la solución fue injusta (porque el país transitaba la peor
crisis de su historia, con miles de problemas mucho más graves que ése, y por
ende miles de prioridades que atender antes), repetirla hoy adaptada a la
problemática que generaron los UVA sería igual, o peor.
Está claro que la
solución debe llegar del lado del Estado y la regulación pública (otra lección
para muchos de los afectados: no pocos de ellos compran el discurso liberal meritocrático,
anti estatal y pro mercado), y que debe evitarle a ese mismo Estado distraer
recursos en ella, que bien podría utilizar en otras necesidades.
Acaso cobrarles a
los bancos un impuesto extraordinario (o una alícuota adicional de Ganancias)
por las utilidades que les generó la operatoria con los préstamos UVA, y
permitirles compensarlo en parte resignando las que esperaban obtener de las
cuotas remanentes (reajustadas a un valor razonable); porque de ese modo el
Estado solo resignaría parte de un ingreso que hoy no percibe. De lo contrario,
no se nos ocurren muchas formas de salir del entuerto sin que los bancos ganen
igual; pero en lugar de salir sus beneficios del bolsillo de los deudores,
salga del de todos.
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