MISERIA PLANIFICADA Y TERRORISMO DE ESTADO DE BAJA INTENSIDAD.
— Cristina Kirchner (@CFKArgentina) July 3, 2025
HOY RECIBIMOS AL COMPAÑERO @LulaOficial en mi casa, donde estoy bajo detención domiciliaria por decisión de un Poder Judicial que hace tiempo dejó de disimular su subordinación política y se convirtió en un partido… pic.twitter.com/4WgdyeZdrP
Cuando la última dictadura desplegaba su plan de represión genocida -y años después, cuando se pretendía juzgar sus consecuencias- era común escuchar muletillas como "por algo será, "en algo habrán andado", "si vos no andás en nada raro no te va a pasar nada" y similares. Eran las falsas seguridades a que muchos se aferraban en tiempos de horror, cuando la doctrina de la seguridad nacional dibujaba deliberadamente fronteras y figuras difusas, en las que cualquiera podía calzar, si al poder represivo así le placía: "subversivo", "terrorista" y similares.
Machando sobre esos mecanismos de defensa individuales, el discurso oficial hablaba entonces (como ahora lo hace Milei) de los "argentinos de bien" que nada tenían que temer y eran protegidos por el Estado, porque eran "derechos y humanos". Esa percepción consoladora de seguridad era siempre individual y llamaba (en conexión con el clima opresivo creado por el despliegue del terrorismo de Estado) a recluirse en uno mismo, en la intimidad del hogar, la familia y los afectos (y a veces ni eso, si estos estaban "contaminados"), para no pensar nunca en términos colectivos, juntarse con otros, organizarse y ganar las calles y el espacio público en resistencia al régimen.
Ese era precisamente el objetivo buscado por el terrorismo de Estado, que al mismo tiempo proporcionaba una pseudo justificación moral al genocidio, como si el plan de exterminio fuera una herramienta de precisión con blancos prolijamente escogidos, del que uno podía escapar, de acuerdo con esas muletillas de que hablábamos: las víctimas del horror, en el fondo, algo habían hecho para merecer que se descargara sobre ellas.
Con el tránsito de una cada vez más devaluada democracia en el medio, la etapa actual es la que más se le asemeja a aquellos tiempos, y de allí lo acertado de la calificación que hizo Cristina: son tiempos de miseria planificada y terrorismo de Estado de baja intensidad. Terminemos con los eufemismos y mistificaciones de los politólogos varios que siguen negando el carácter abiertamente fascista de Milei y su gobierno, simplemente porque llegó al poder mediante elecciones.
Y por esa tenebrosa similitud con los tiempos más oscuros, no debe extrañar que desde las usinas de la comunicación oficial (empezando por el propio presidente que es su principal enunciador) y la prensa del régimen se vuelvan a agitar en el debate político de modo irresponsable (pero no inocente) palabras como zurdos, subversivos o terroristas, y trazar analogías peligrosas. Porque allí también se puede ver (como en la dictadura) el efecto disciplinador que se busca con el discurso oficial, con los mismos fines que entonces: imponer sin resistencias un modelo económico y social de injusticia, desigualdad, saqueo y exclusión.
El terrorismo de Estado (el de la dictadura y el actual de baja intensidad) tiene siempre como finalidad ser funcional a un modelo económico contrario a los intereses de las grandes mayorías nacionales, tal como lo señalara Rodolfo Walsh en su célebre carta abierta a la junta, y como lo señaló Cristina ahora.
En estos tiempos el terrorismo de Estado no es solo la criminalización de la protesta social y el adversario político, la persecución de opositores o la violencia institucional: el verdadero terrorismo de Estado (o sin Estado, o de supresión de él) de éste gobierno está en su política económica; y como pasaba en los tiempos de los crímenes de Videla con el plan de Martínez de Hoz, los exabruptos y violencias de todo tipo de Milei, su recua digital y sus funcionarios son tolerados, consentidos en silencio (si no fomentados), porque le sirven al poder económico.
Y como pasaba en la dictadura con las muletillas que algunos repetían como conjuros mágicos con los que se sentían a salvo del terrorismo de Estado, pasa hoy y desde los tiempos de la campaña electoral que llevó a Milei al gobierno, con la motosierra: muchos creen que esta funciona como un bisturí de precisión (lo que solo aplica con exactitud a los negocios privados derivados del retiro y desguace del Estado), y nunca los va a alcanzar, porque nada hicieron para merecerlo: de la patria es el otro pasamos al tiempo en que muchos votaron para que el ajustado es fuera otro.
En ese contexto cultural y así como en la dictadura muchos se acomodaban a la idea del discurso oficial para adivinar o intuir lo que no había que hacer para no tener problemas, hoy muchos creen (y la idea del discurso oficial es que lo crean) que pueden salvarse solos, que sus méritos o aptitudes los pondrán a salvo de la crisis, que la motosierra o sus efectos no los van a alcanzar (o peor aun, que era necesaria o es la única solución posible), que si se siguen levantando temprano para ir a trabajar sin chistar ni protestar por las condiciones en que lo hacen o el salario que perciben, conservarán su empleo (si es que lo tienen), o capearán el temporal hasta que vengan tiempos mejores.
Suelen creer también (porque así se los han dicho hasta el cansancio, por todos los medios) que el problema no son ellos ni su falta de contracción al trabajo, que hay otros que le están impidiendo crecer y que son -siempre- los que están igual o peores que ellos, y nunca los que están mejores, o la pasan bien, pero en serio y desde siempre. Porque el credo oficial es funcional a la astucia del capitalismo hoy en su fase anárquica, que es como la del demonio: hacernos creer que en realidad no existe, o no es el causante de todos los males.
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