LA FRASE

"LA CANTIDAD DE PERROS DEL PRESIDENTE ES UNA DE LAS CUATRO O CINCO COSAS EN LAS QUE LOS ARGENTINOS NOS TENDRÍAMOS QUE PONER DE ACUERDO." (MANUEL ADORNI)

miércoles, 16 de noviembre de 2022

NO PASA NADA

 

Algún observador extranjero poco avisado podría mirar los medios y las redes sociales y sacar la conclusión de que en la Argentina -como decimos acá- "no pasa nada", o al menos nada realmente importante. Porque todo el tiempo estamos discutiendo pelotudeces, o cosas que, si son serias, se abordan desde el costado de la pelotudez.

Pasamos del episodio Cerrutti con las piedras por los muertos del COVID a la ministra de Trabajo explicando (palabras más, palabras menos) que piensa hacer huevo durante un mes porque hay un mundial de fútbol; pero la idiotez no es patrimonio exclusivo de los funcionarios del gobierno: recordemos que veníamos de Juez diciendo en la mesa de la embajadora cultural de Binner que la democracia en realidad es una poronga que no le mejoró la vida a nadie, y ahora lo tenemos a Macri diciendo -desde su absoluta indigencia intelectual e inimputabilidad moral- que los alemanes son una raza superior que dan pelea hasta el final.

No interesa acá diseccionar cada episodio para determinar contextos, sentidos posibles de lo que se dijo, justificaciones o condenas: lo que sí interesa es señalar los términos de chatura y mediocridad en que está planteada la discusión política en la Argentina, o para ser más precisos, la discusión entre los protagonistas de la política. Porque en el fondo de política no se discute nada.

En un gobierno que lidia -en buena medida por sus propias torpezas e inacciones- con una inflación anual que roza el 100% se entiende que ese mismo gobierno no hable de economía, pero no se entiende tanto que no lo haga la oposición. O por lo menos que no pase del registro de la indignación, que es el dominante en la discusión pública, para encender las emociones del auditorio, en la misma medida en que se apaga su razonamiento.

Una interpretación posible es que así como el gobierno no parece saber como resolver el problema (o peor aun, lo sabe pero no está dispuesto a hacerlo porque supone afectar intereses poderosos), la oposición aplicaría una receta que ya se ha ensayado muchas veces en el país, y solo agravó las cosas; y no es de buen tono que sean ellos mismos los que lo recuerden en público.

Del mismo modo de vez en cuando algún opositor denuncia que el gobierno ejecuta un ajuste en ciertas áreas del Estado, hasta que alguien le avisa que no debe levantar la perdiz porque les está facilitando la tarea futura haciendo el trabajo sucio por ellos, y se llama de inmediato a silencio; pasando de pantalla al próximo escándalo mediático o en las redes por los dichos de alguien, poco importa de que lado de la grieta: lo importante es mantener la discusión en el registro de la superficialidad, y la indignación impostada.

Lo dicho en relación con la inflación respecto al modo como el tema se discute en el país, aplica para muchas otras cosas: la administración de justicia, la pobreza, la distribución del ingreso, el mundo del trabajo y la informalidad laboral, el control de los recursos estratégicos, el rol del Estado, la educación, las políticas sociales o la política exterior. Y lo enunciado no agota la lista, cualquiera puede hacer por sí mismo la comprobación.

Todo es abordado en un registro mas típico de los programas de chimentos de la farándula (incluso en los debates en el Congreso, las escasas veces que funciona), que de una discusión política en serio de la cual la sociedad pueda sacar provecho, a la hora de definir sus opciones electorales. Otra vez: no parece que sea casual, o que solo responda a la escasa envergadura (intelectual, política) de la mayor parte de los protagonistas de los cruces públicos. 

Rascando un poco la superficie del fenómeno, se nos ocurre que en realidad, buena parte de la dirigencia política argentina (el famoso "consenso del 70%" del que hablaba Larreta) juega a pelearse en público, mientras en el fondo comparte más ideas de las que expresan, o por lo menos comparten la idea de que hay cosas con las que mejor no meterse, soluciones que ni siquiera pueden ser intentadas, intereses creados que no deben ser afectados.

Acaso la única excepción (o por lo menos la más importante) sea Cristina, y de allí no solo la atención que concitan sus apariciones en público o sus palabras (como en el acto de mañana), sino que hasta se dediquen a analizar sus silencios, tratando de meterla en el mismo barro de la insustancialidad con el que lidiamos a diario, para quitarle potencia política.

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