A poco más de un mes para las elecciones
generales, ingresamos al tramo final de una campaña en la que no parecen
existir cambios de fondo respecto al mapa electoral que trazaron las PASO, ni
tiempo para que se produzcan, ni nada que indique que vayan a suceder: con
todas las prevenciones que se puedan tener respecto a creer o no en ellas, no hay ninguna encuesta
circulando que marque un cambio de tendencia, o tan siquiera que la fórmula
macrista se esté acercando a la del “Frente de Todos”, o recortando la
diferencia.
En ese contexto, la campaña del oficialismo
ampliado (lo que incluye a parte de los medios y del aparato judicial) parecen
transcurrir en varios planos superpuestos: por un lado Macri y el laboratorio de
Marcos Peña con las “30 marchas” (¿llegarán a hacerlas?) de acá a las
elecciones; pensadas para contener al núcleo duro de votantes, evitando el
desbande generalizado que empeore los números de las PASO y ponga en riesgo las
posiciones institucionales: bancas en el Congreso, intendencias, alguna
gobernación de provincia, lugares asignados a la oposición en organismos de
control.
Disgresión: el gobierno cuyo presidente le pide a Lavagna por un proyecto de ley que aun no había ingresado al Congreso, o le agradece a la UIA y los empresarios por un bono que aun no está cerrado, convoca a marchar para insuflar ánimo a los propios de que pueden dar vuelta una elección, que ellos mismos dicen que no ha sucedido. La deriva conceptual del macrismo y del propio Macri es absoluta.
A las “marchas” no se les puede asignar más
valor que ése: si la idea es transmitir hacia fuera que el “pato rengo” (Macri)
no es tan rengo y conserva el control del proceso políico aun corriendo desde atrás y a
larga distancia a la fórmula de los Fernández, nadie compró el buzón: los
exportadores y el “campo” siguen retaceando dólares como si el DNU que los
obliga a liquidarlos no existiera (tanto es así que tuvieron que ponerles la
zanahoria de no pagarles los reintegros a las exportaciones si no lo hacen, por
otro decreto), el FMI ya dio a entender de todas las formas posibles (incluso al propio Macri) que el
desembolso llegará -si llega- después de las elecciones y solo contra
compromisos explícitos de los ganadores, los fondos inversores hablan con
Alberto Fernández de propuestas de reestructuración de la deuda, y la UIA y la CGT ya
ensayan el “pacto social” que impulsa el próximo gobierno, con el bono que
auspició el gobierno.
A propósito de eso: el modo en que lo están
“acotando” los empresarios (con la anuencia de la cúpula sindical), a cuenta de
futuros aumentos en paritarias, da una idea bien cierta de la dinámica que se
puede esperar de los actores convocados; si lo que se busca es un shock de
consumo producido por una recuperación de los salarios, estragados en su poder
adquisitivo por las políticas económicas del macrismo.
Y si bien no se puede desconocer el peso
institucional que ambos (UIA y CGT) tienen, no se les ha
escuchado la más mínima autocrítica respecto a su rol durante el macrismo, sea
prestando un consenso pasivo (como la CGT en buena parte del trayecto de
gobierno de Macri), o activo y militante; como la UIA junto a la cúpula
empresarial más poderosa del país (AEA, el “Foro de “Convergencia Empresarial”)
durante buena parte del gobierno, y algunos aun hoy, cuando -por ejemplo-
“exigen” definiciones económicas de la oposición. Todo lo cual confirmaría que la autocrítica es solo exigible a Cristina, y al kirchnerismo.
Mientras tanto y por afuera de los
convocados al pacto social, “hay un mundo” que también tiene lo suyo por decir,
y que no casualmente forma parte sustancial de la base social sobre la que se
construyó la arquitectura electoral del “Frente de Todos: la Corriente Federal
de los Trabajadores, las dos CTA, el movimiento de empresarios Pymes nacionales
esperan el turno de “sus” convocatorias al acuerdo social, como consecuencia
lógica de su definición política.
Otro plano de la
campaña del oficialismo discurre por los exabruptos de Pichetto y su caza de
brujas: planteando la delirante hipótesis de “expropiaciones revolucionarias
masivas” está demostrándonos que no es necesario que Grabois hable o diga nada,
para que deliren y generen fantasmas, que solo puede tener efecto en su núcleo
duro sicotizado. De allí el error de comprar la agenda que proponen ellos y, para peor, para reclamar "purgas" o penitencias internas.
Y finalmente hay
otro plano de la campaña del oficialismo, protagonizado por Bonadío y Clarín,
que siguen su guerra santa contra CFK y el kirchnerismo, con un propósito
bastante obvio: generar una interna al interior de la coalición opositora
poniéndolo a Alberto Fernández en la disyuntiva de asumir su defensa, o
comprometerse a no interferir en el futuro en el desarrollo de las causas
judiciales que la afectan, cuando sea presidente.
La maniobra es
parte de la construcción del “albertismo” como continuación del post
kirchnerismo por otros medios, atento el ostensible fracaso de los ensayados
hasta acá para dar por finalizados los ciclos políticos de Cristina, y de la
fuerza política surgida a partir de la llegada de Néstor al gobierno en el
2003. De hecho, buena parte de los "analistas" que se la pasaron cuatro años pronosticando la implosión del kirchnerismo y el ocaso definitivo de Cristina mientras se consagraba la hegemonía macrista, hoy se sacuden el polvo del porrazo conceptual, y ya nos están trazando el mapa del "post macrismo" en el futuro gobierno y la futura oposición, como si nada hubiera pasado.
Claro que en esta idea de crear el “albertismo” antes incluso de
cualquier deseo de AF en ese sentido, se prende desde adentro más de un vivo sin
voto propios, sobreviviente de las diferentes instancias de "renovación autocrítica": es gente que no comprendió cabalmente el sentido del gesto de Cristina al correrse de la candidatura presidencial.
Sin embargo ambas
movidas (buscar aislar a Cristina obligándola a seguir trasegando los
tribunales, y agitar fantasmas de lo que haría el FDT en caso de llegar al
gobierno) tienen un mismo y claro propósito: inhibir de antemano cualquier
intento discursivo y de acción del futuro de gobierno de salir de la crisis
“por arriba”, con medidas progresivas que descarguen su peso sobre los que más tienen.
La idea es
presionar para legitimar el discurso de los sectores más conciliadores de que
hay que andar con pies de plomo (en la campaña y en el gobierno el día de
mañana), para no tener problemas de gobernabilidad. Mientras tanto todos (o casi todos) se siguen haciendo bien los boludos con las preguntas de
Cristina: ¿adónde están los dólares de la deuda, y quién la va a pagar?
No hay comentarios:
Publicar un comentario