LA FRASE

"ELCOMITÉ DE CRISIS POR LA GUERRA EN MEDIO ORIENTE LO DISOLVÍ AL DÍA SIGUIENTE DE CREARLO PARA QUE VEAN QUE VOY EN SERIO CON LO DE ACHICAR EL ESTADO." (JAVIER MILEI)

viernes, 21 de agosto de 2020

HAGAMOS CRUCES


El sábado pasado decíamos acá: "...el presidente reconoció con franqueza -palabras más palabras menos- que la cuarentena de hecho no existe, porque no se cumple; y que de esos incumplimientos devienen los contagios. No lo dijo, pero la conclusión lógica flotaba en el aire: no está dispuesto a hacerla más rígida para disminuir los contagios, porque la sociedad (o buena parte de ella) le terminó torciendo torciendo el brazo a la racionalidad, y él no está dispuesto a apelar a estrategias de represión, en un sentido amplio: no se trata de salir a cagar a la gente a palazos porque se reúne a comer un asado, pero existe la clara percepción de que pueden hacerlo, sin consecuencias. 

Lo que supone que -como dijimos en otro post- en el preciso momento en que sería necesario endurecer más que nunca la cuarentena, es inviable hacerlo, en términos políticos y de consenso social. No hay consenso, y tampoco margen para ejercer la legítima coerción estatal, para hacer cumplir las normas. Por necesidad económica, porque los instrumentos compensatorios como la ATP o el IFE son insuficientes, por bombardero mediático, por neurosis social, por cansancio y deseo de "vuelta a la normalidad", o por todo eso junto, hemos perdido la partida, la -si se quiere- "batalla cultural" en torno a la pandemia, y los cuidados que demanda: la gente, sencillamente, no le da pelota a los cuidados y recomendaciones, como tampoco a las presuntas exigencias.

De modo que aun con prórroga formal de la cuarentena hasta fin de mes, si las cosas no cambian, no cambiarán los resultados, que tenderán a agravarse, y el costo -nos guste o no- lo terminará pagando el gobierno. Lo que supone asumir con hidalguía que perdimos en términos conceptuales, de planos de discusión y de consenso social en torno al modo de manejar la pandemia, incluso teniendo claramente la razón, desde el principio.".

De allí hasta ahora, las cosas empeoraron: ayer fue el día récord de contagios, en el país y en la provincia, desde que comenzó la pandemia. Santa Fe, aun con buenos números en la comparación con otras provincias, no escapa a las generales de la ley: a mayor circulación de personas por mayor cantidad de actividades habilitadas, mayor cantidad y velocidad en el crecimiento de la curva de contagios. Lo que movió a las autoridades provinciales a advertir que podrían restringirse actividades, sobre todos las sociales, culturales, recreativas, deportivas o religiosas; como de hecho el propio Perotti lo ha hecho en casos puntuales, en determinadas localidades, llegando incluso a declararlas en cuarentena sanitaria.

Por otro lado y esto tampoco escapamos acá a lo que pasa en el país, surgen las marchas de los "protestantes" por motivos varios (con menor intensidad que en Córdoba o la CABA, pero existen), los contagios de los "anticuarentena" famosos (como el intendente de Avellaneda) y las "advertencias" de los que se apuran a decir que ellos no pueden volver atrás, porque se funden, cierran o simplemente no lo toleran. Demás está decir que también acá se ha relajado el cumplimiento de las normas y protocolos, y la gente no se cuida a sí misma, ni mucho menos cuida a los demás: los números no son fruto de la casualidad.

Y un dato no menor: el componente de los sectores sociales que adversan al gobierno nacional, y por carácter transitivo al de la provincia. Si miran los tuits de apertura, se podría hacer un cruce entre los que protestan, los que "advierten", los que contagian desaprensivamente a otros (aunque la relajación de la conducta social sea transversal), los que creen que las normas no se aplican a ellos, y quienes son francamente opositores al gobierno de Alberto Fernández, y al de Omar Perotti: la pandemia pasó de ser un problema de política sanitaria a un terreno de enfrentamiento político, hace tiempo.

Cuando las habilitaciones de actividades debían ser administradas en conjunto entre la nación y la provincia, ambos gobiernos tuvieron que manejar desde reclamos legítimos y comprensibles, hasta presiones inconfesables, para actividades que iban desde lo esencial, a lo que podía posponerse o postergarse, porque había otros valores en juego. Estos fueron los últimos casos en habilitarse y -como advirtió Perotti en estos días, pero vale para el país- deberían ser los primeros en darse marcha atrás restringiéndolos, si no se frena la escalada de casos positivos. Claro que, como señalamos, en ese caso recrudecería el conflicto político, y la reticencia social a cumplir las normas.

Por otro lado, esos sectores que en los momentos iniciales de la pandemia pugnaban por volver a ser habilitados, hicieron promesas y juramentos de cumplir con determinados protocolos, que no estaban dispuesto a sostener por mucho tiempo: cualquiera que vaya a un comercio, pasee por un parque o un shopping, o se de una vuelta por un bar los fines de semana, lo puede comprobar por sí mismo. 

Y en el medio de todo eso, hay un sistema de salud -en el país y en la provincia- sometido a crecientes presiones sobre su capacidad de respuesta, hasta un punto posible en el que restringir actividades sea el único modo de que no colapse. Precisamente y según consta en los fundamentos del último DNU presidencial que prolongó formalmente la cuarentena, éste fue un punto que jugó a favor de Santa Fe para mantener a todo el territorio provincial en "distanciamiento social, preventivo y obligatorio", pese a contar con zonas de circulación comunitaria.

Concluimos con esto: la complejidad del asunto radica precisamente en que la respuesta sanitaria adecuada a la emergencia no es dudosa, pero el dilema que plantea es esencialmente político: de la capacidad del Estado de regular aspectos de la vida social, y hacer cumplir razonablemente esas regulaciones, frente a la hostilidad abierta de determinados sectores de la sociedad, y la relajación de estos y otros, en el cumplimiento de las pautas.

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