LA FRASE

"ME DICEN QUE ESTÁ VINIENDO PARA ACÁ EL MINISTRO CAPUTO, ASÍ QUE TRÁIGANME ESA REMERA QUE DICE "NO HAY PLATA"." (KRISTALINA GEORGIEVA)

miércoles, 11 de enero de 2023

LAS COSAS POR SU NOMBRE

 

Los 90' fueron años de mierda, en muchos sentidos. No solo por la aplicación de las políticas surgidas del Consenso de Washington o el despliegue mundial del capitalismo financiarizado, sino también por los estragos que causaron en otros campos, como las ciencias sociales, entre ellas las ciencias políticas. 

En particular en América Latina y tras décadas de golpes de Estado, retornaron las democracias formales pero fuertemente condicionadas en sus posibilidades de despliegue y profundización, precisamente por la incidencia de los mismos poderes que impusieron el Consenso, y comandaron la globalización. Frente a esto, surgieron regímenes democráticos "líquidos", de baja intensidad reducidos en lo sustancial a la periódica liturgia electoral.

Y como complemento de esarealidad, la academia (con honrosas excepciones) comenzó a transitar una época de desvaríos donde manejar categorías como "liberación o dependencia", "pueblo", "revolución", "oligarquía", "imperialismo", "colonialismo", "explotación" o el mismo concepto de "clases sociales" era mal visto, no "daba el tomo de época" o remitía a años tumultuosos y -afortunadamente para algunos- superados.

En ese mismo caldo creció la idea (muy equivocada, según mostró luego la experiencia) de que el consenso democrático estaba mucho más generalizado y arraigado de lo que generalmente está, y en consecuencia ya no existirían los golpes de Estado, porque todos habían aprendido la lección de las dictaduras, y nadie estaba interesado en promoverlos. Incluso se elogiaba que una "nueva derecha moderna y democrática", que en su hora los promovía y formaba parte de los elencos estables de las dictaduras, ahora se organizaba para participar en la competencia electoral, aceptando sus reglas de juego.

Pues bien, la experiencia cercana en nuestro continente, desde el golpe contra Zelaya en Honduras en 2009 hasta la asonada bolsonarista contra Lula el fin de semanapasado, marca que eso fue un error tan descomunal, como creer en la teoría del derrame económico del neoliberalismo y precisamente por las mismas causas.

La globalización, lejos de resolver las tensiones entre capitalismo y democracia, las agudizó, y las democracias que tenemos o supimos conseguir -en especial en nuestro continente- están asentadas sobre el frágil piso de las desigualdades sociales cada día más acentuadas (América Latina no es el continente más pobre, pero claramente el más desigual), por la obscena concentración de la riqueza en unos pocos, que se sustenta con la pobreza y exclusión de las mayorías.

No solo que hubo, en estos años, golpes de Estado o intentos de perpetrarlos, sino que los seguirá habiendo toda vez que se intente -aunque sea mínimamente, con métodos y ritmos reformistas- modificar ese estado de cosas, para lo cual indefectiblemente deben afectarse los privilegios de los poderosos. Del mismo modo, para estabilizar definitivamente nuestras democracias es preciso profundizarlas, y hacerlas trascender del mero cumplimiento de las rutinas electorales, al reparto más equitativo de la riqueza, los bienes y los derechos.

Desde esa misma academia que atravesó los 90' tratando de sobrevivir adaptándose a los nuevos tiempos (cuando no virando hacia posiciones de intelectualidad orgánica del neoliberalismo, de modo conciente o no), se nos dirá que tal o cual suceso  reciente (como la revuelta agrogarca por las retenciones móviles en el 2008, los sucesos actuales de Perú o el motín bolsonarista en Brasil) no son un golpe de Estado porque "no hay un intento organizado para derrocar a las autoridades electas y reemplazarlas por los sediciosos", o paparruchadas por el estilo. Si hasta le negaron esa condición al desplazamiento del poder de Evo Morales en Bolivia.

Pero esa acotación "de manual" encierra una trampa: democracia no es simplemente elegir los gobernantes por el voto ciudadano, en competencias cuyas reglas todos conocen y aceptan, y con resultados que asignan responsabilidades y todos los participantes respetan.Es también (y sobre todo) que los que han conseguido el favor popular para erigirse en gobierno puedanresponder al mandato que se les ha conferido, desplegando las políticas públicas que el electorado eligió, sin interferencias extrainstitucionales y -por eso- antidemocráticas y golpistas.

Hay y habrá golpes de Estado -o intentos de consumarlos- aun sin tanques en la calle, toda vez que se pretenda instaurar el gobierno de los jueces o el de los medios, o peor aun, el del poder económico al cual todos ellossirven y tributan, más allá de los resultados electorales, o incluso para forzar a los gobiernos a desconocerlos, traicionando sus mandatos. Incluso en estos tiempos -como bien sabemos nosotros- las maniobras golpistas empiezan por empiojar las condiciones de la competencia electoral democrática; eligiendo por nosotros cuáles son los candidatos que podemos elegir, y cuáles no. 

Con o sin terremotos institucionales o desplazamientos de presidentes o gobiernos, hay en América Latina "clima destituyente" (en la feliz expresión acuñada por Carta Abierta a propósito de la revuelta de los agrogarcas argentinos), y lo seguirá habiendo mientras nuestras derechas -que no son ni nuevas, ni mucho menos democráticas) sientan amenazados, de modo real o imaginario, sus privilegios. 

Incluso aunque esos golpes utilicen como carne de cañón a lúmpenes fascistas inoculados de mensajes de odio, que en todo caso no son sino una expresión de lo que Cristina (alaque uno de esos "lúmpenes" trató de asesinar) llamó "insatisfacción democrática". Lúmpenes de los que después -cuando las intentonas golpistas fallan- se desprenderán endilgándoselos al populismo, precisamente porque fallaron. Porque si tuvieran éxito, se apurarían a reconocerlos y brindarles apoyo. Tuits relacionados: 

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