Uno de los dardos más certeros de
Alberto Fernández en el debate del domingo pasado fue cuando desmontó la
muletilla oficial de las “crisis recurrentes”, diciendo que nos quieren
convencer de que cíclicamente y cada tantos años el país tropieza con alguna piedra;
cuando en realidad la piedra son ellos: los sectores dominantes de la
estructura económica nacional, y las políticas que impulsan y apoyan cada vez
que gobiernan, o tienen influencia decisiva sobre el que gobierna.
Con un fracaso de la magnitud del
de Macri, y ya desde que el gobierno acudió al FMI ante el corte del
financiamiento vía los mercados privados de deuda, comenzó la operación
discursiva que hace el periodismo hegemónico cada vez que el modelo neoliberal
fracasa en el país: nos tratan de convencer que el problema no está en el
modelo, sino que los que fallan son sus circunstanciales ejecutores; que no
fueron capaces de ir a fondo, haciendo las reformas estructurales necesarias.
La definición se completa (con la
invalorable colaboración del periodismo de Corea del Medio) con otro hallazgo
teórico: el modo de ocultar el ostensible fracaso de éste gobierno es decir que
la Argentina es un país inviable, en el que todos los gobiernos fracasan sin
importar su signo, y ese fracaso es una responsabilidad colectiva, de la
sociedad, de todos y cada uno de nosotros. De ese modo diluyen entre todos la
responsabilidad concreta de los responsables reales.
Y para cerrar el esquema de
indulto discursivo al fracaso neoliberal, nunca estará de más falsear la verdad
histórica respecto a la “pesada herencia” que le tocó a cada uno al asumir al
gobierno, es decir el punto de partida desde el que arrancaron y las
dificultades con las que tuvieron que lidiar, y como las resolvieron.
Para eso vale tanto comparar lo
incomparable, como lisa y llanamente mentir: días pasados Fernando González
escribía en Clarín sobre transiciones complicadas entre gobiernos en la
Argentina, poniendo en un mismo plano la hiperinflación de Alfonsín en 1989
(que licuó salarios y jubilaciones y arrojó a miles de argentinos a la
pobreza), la crisis de la convertibilidad con De La Rúa en el 2001 (con estado
de sitio, represión, muertos y “corralito” a los ahorros), con la no entrega
del bastón de mando por parte de Cristina a Macri, en el 2015.
Del mismo género es esta nota de Jorge Herrera en Ambito de ayer, en la que analizaba como evalúa el
mercado que será la transición entre las elecciones del 27 de este mes, y la
asunción del nuevo gobierno, a la cual corresponde la imagen de apertura: vemos
que allí se dice que Macri asumió el gobierno en medio de una “crisis
asintomática” (o sea, una crisis que no se notaba, pero estaba allí), y que su
gobierno fracasó porque trató de resolverla con “gradualismo”.
Es decir, el corazón de la
mentira del núcleo discursivo del propio macrismo para explicar su fracaso.
Obsérvese que en el mismo análisis se le baja el precio a la recuperación de la
economía lograda por Néstor Kirchner a partir del 2003, señalando que al asumir
él el gobierno la economía ya estaba encaminada, y el “trabajo sucio” estaba hecho: aun
cuando eso pudiera ser cierto, la cuestión que se soslaya es cual fue el camino
que tomó él apenas asumido el gobierno, de todas las opciones que tenía
disponibles.
Porque esa es la discusión que
quieren escamotearnos ahora, cuando nos hablan de las “crisis cíclicas” que se
producen cada tantos años, como si se tratara de un fenómeno climático
equiparado a la corriente del Niño, en el que las acciones humanas no tienen
nada que ver. Pretenden que asumamos que hay un solo modo de encarar la crisis
económica, que viene a ser el mismo que nos llevó a ella; como si el macrismo
no hubiera existido, o las elecciones (en las que una mayoría de los argentinos
rechazó de un modo contundente esas políticas y sus efectos) no hubieran
sucedido.
Si alguno encuentra coincidencia
entre esas lecturas en teoría “asépticas” para analizar lo que se viene y el
discurso del macrismo, no es mera casualidad: así como Macri decía tiempo atrás
ante una pregunta de Vargas Llosa sobre que haría en un eventual segundo
mandato (“lo mismo pero más rápido”), la idea que intentan instalar es que el
próximo gobierno solo podrá encauzar la crisis si retoma el ajuste allí donde
Macri lo dejó, y lo hace más brutal, “para corregir las distorsiones
estructurales, que nos llevan a las crisis recurrentes”.
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