Estamos, simplemente, tratando de recuperar el derecho a ser felices. Eso es lo que queremos los argentinos, los bonaerenses y los platenses: tener el derecho de volver a ser felices. pic.twitter.com/4KzZG3X3d8— Cristina Kirchner (@CFKArgentina) October 23, 2019
En
el acto de cierre de la campaña bonaerense en la Plata dijo Cristina que
llegamos a esta elección para recuperar nuestro derecho a ser felices, y no se
puede pedir una expresión sintética más perfecta del sentido profundo del
peronismo. No en vano la idea está plasmada en su verdad N° 9: “La política no es para nosotros un fin, sino sólo el
medio para el bien de la Patria, que es la felicidad de sus hijos y la grandeza
nacional.”.
Eso que Perón sintetizaba en sus discursos como “la grandeza de
la patria y la felicidad del pueblo”; o que también decía Evita cuando fijaba
luminosamente todo un programa de acción política militante, al señalar que si
la Patria fuera grande y el pueblo fuera feliz, ser peronista era un derecho,
pero en tanto no se lograra, ser peronista era un deber.
Para
el peronismo ambas cuestiones son indisociables, a punto tal que podría decir
que no puede haber una patria grande, si no hay un pueblo feliz. Y si no que lo
digan nuestros hermanos chilenos. Más
acá en el tiempo, el artista plástico Daniel Santoro definió al peronismo como
“la democratización del goce”, y tituló a su documental sobre el Pulqui (todo
un fresco que captó en profundidad el espíritu de la Argentina peronista) como
“un instante en la patria de la felicidad”; y antes de eso, una recordada
publicidad de campaña decía que “Los días más felices siempre fueron
peronistas”.
Arturo
Jauretche decía “La multitud no odia, odian las
minorías, porque conquistar derechos provoca alegría, mientras perder
privilegios provoca rencor”. Hay en todo esto una pedagogía política de la
búsqueda de la felicidad, como justificación histórica última y profunda de una
fuerza política: más derechos, mejor vida, para más gente. Así, de un modo tan
sencillo, explicaba Leonardo Fabio su peronismo: “Me hice peronista porque no
se puede ser feliz en soledad”.
Se
podrá decir que la búsqueda de la felicidad es un deseo inherente a la
condición humana, y en consecuencia que ninguna propuesta política puede basarse en
sostener explícitamente lo contrario, pero en la práctica la cosa no funciona
así: precisamente el macrismo (como encarnación actual de la Argentina
antiperonista) lo expresa abrumadoramente en su praxis de un modo que
cualquiera, si se esfuerza, lo puede comprender.
Por
oposición a la idea peronista de la felicidad del pueblo como categoría
política, la derecha en sus diferentes encarnaciones históricas y soportes
teóricos convoca al esfuerzo, el sacrificio y la postergación de derechos (de
los otros, no de ellos), en aras de un beneficio futuro, que llegará en un
tiempo improbable: el “derrame” que ocurrirá en “el segundo semestre”, o
(ahora) en el segundo mandato, o vaya a saber uno cuando.
A
propósito de la crisis en Chile, se viralizó por estos días en las redes
sociales un video de Macri y Piñera en uno de esos cónclaves que suele convocar
la Fundación Libertad o algún otro de esos antros neoliberales por el estilo, en el cual los dos discurren sobre el problema de la gente que cree que solo
tiene derechos, sin asumir que también tiene obligaciones; en una enésima
vuelta de tuerca sobre el discurso culpabilizador de las mayorías, por reclamar
o defender lo que les corresponde, o simplemente querer vivir mejor.
Acá
en la Argentina el macrismo, mientras nos hambreaba y nos hacía retroceder en
forma constante en nuestro nivel de vida recortándonos derechos, consumos y
expectativas, nos instaba a no quejarnos; diciéndonos que por años habíamos
vivido en una ficción, por encima de nuestras posibilidades reales, sin
sustento, consecuencia de la mentira populista.
De
hecho, ahora y siempre, la derecha se ha organizado y movilizado políticamente
(en forma de golpismo tradicional, parlamentario o de mercado, u organizando alternativas
electorales competitivas) a partir de esa certeza: los negros, los grasas, los
pobres, los marginados, los de abajo fueron más felices de lo que debían ser, y
siéndolo cruzaron un límite invisible para nosotros pero intolerable para
ellos, y eso los hace infelices, aun teniéndolo todo.
De
allí que la promesa de campaña del macrismo del 2015 que menos duró fue la de
la “revolución de la alegría”, no solo porque nunca hubo resultados de su
concreta gestión de gobierno que justificaran estar felices (salvo que uno
fuera de los reducidos sectores ganadores del modelo), sino porque los que los
votaron nunca pudieron disfrutar a pleno “su” gobierno tras “padecer” 12 años
al kirchnerismo; porque nosotros aun conservábamos esa idea de ser felices, y no
nos resignábamos del todo a “sacrificarnos” para ver la luz al final del túnel,
ni tampoco admitimos lisa y llanamente desaparecer, disolviéndonos en el olvido
y la resignación.
La alegría neurótica que expresan por estos días en las "marchas del "Sí, se puede" corresponde explicarla al dominio de la psiquiatría, porque seguro que no está conectada con datos concientes de la realidad: ni el balance de "su" gobierno, ni el resultado de las PASO, ni las perspectivas electorales para el domingo les estarían dando muchos motivos para ser felices.
La
gente quiere ser feliz, y para eso no reclama mucho: llegar a fin de mes sin
sufrir, comerse un asado los fines de semana, poder irse de vacaciones o salir
al cine o a comer afuera, arreglar su casa si la tiene o soñar con comprarla si
no la tiene, que sus hijos puedan estudiar e ir a la universidad, progresar
incluso más que ellos; en fin, nada extraordinario. Si alguien expresó con
hechos ese ideal de movilidad social ascendente que está incluso en el corazón
conceptual de nuestras clases medias, fue el peronismo, aunque por otras
razones parte de ellas le hayan sido esquivas.
Por
el contrario, es la derecha la que con su ceguera e insensibilidad que la lleva a confundir sus propios intereses de clase con los del país en su conjunto, la que hace que
esos contenidos concretos que asume el ideal de felicidad en la vida cotidiana
de las personas comunes resulten difíciles, o parezcan inalcanzables. Que eso haya
sido el motor del descontento social que se expresó políticamente en las urnas
en las PASO, y lo hará con más contundencia aun el domingo, no debería
sorprender; y si uno se aparta del ruido mediático y de los discursos del odio
y el miedo, no debería ser tan difícil de entender.
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