En un año y medio, Macri aumentó la pobreza de 25,7% a 35,4%. Y terminará el mandato con 5 millones de pobres más que al asumir.— Alberto Fernández (@alferdez) September 30, 2019
No hay nada más inmoral que no reaccionar ante la pobreza. Debemos parar esto generando trabajo y construyendo una Argentina más justa y equitativa. https://t.co/xRcZvVgb0y
No hacía falta que el INDEC difundiera las
cifras de la pobreza en el país para que supiéramos que la situación en ese
rubro empeoró drásticamente: sabido como es que se la mide por ingresos,
no podía esperarse otra cosa considerando que los asalariados formales,
jubilados, pensionados y beneficiarios de asignaciones familiares vienen
perdiendo por goleada frente a una inflación persistente, aunque el gobierno
insista en negar la realidad diciendo que estaba empezando a bajar.
Y eso que aun falta lo peor: las cifras del
tercer trimestre, cuando la nueva corrida cambiaria y la consecuente
aceleración de los índices inflacionarios (aun disimulada por los
dibujos de Todesca) seguramente terminaron arrojando a más argentinos a la
pobreza y la indigencia. Los números que ahora se oficializan (y sin que esto
implique concederles credibilidad plena) junto con los de la evolución del
empleo explican los resultados de las PASO mejor que cualquier encuesta previa,
o análisis posterior. Porque resulta que, mal que le pese a Durán Barba, la economía pesa y la gente sigue votando con el bolsillo.
Pero más allá de
los fríos números que se difunden, está la cuestión de todo lo que implica la
pobreza: si se desgranan las cifras, se advierte que así como el desempleo
golpea más en los jóvenes, la pobreza y la indigencia son más marcadas y graves
entre los niños; lo cual habla de una dimensión intergeneracional del problema,
que compromete gravemente el futuro del país. Un presente doloroso, y un futuro
incierto.
Y siendo, como
decíamos antes, que la pobreza en la Argentina se mide estrictamente por
ingresos, inmediatamente fuera de la línea que determina que alguien caiga en ella,
hay millones de argentinos que están en el borde, y que si la dinámica de la
economía sigue como viene (y nada indica que vaya a mejorar), terminarán
cayendo.
Si hubiéramos de
creerle a los discursos políticos dominantes, que coinciden todos en manifestar
su preocupación por la pobreza, no debería haber tema de agenda más importante
que éste en plena campaña electoral, y sin embargo no es así; de modo que hay
algo que no cierra en todo esto.
Después de criticar
las mediciones del kirchnerismo y de provocar un “apagón estadístico” de seis
meses para ocultar los efectos concretos de las políticas que descargó sobre el
pueblo argentino, Macri dijo que precisamente era este tema, el de la pobreza,
el único punto de partida desde el cual aceptaba ser juzgado por su desempeño
como presidente y por los resultados de su gobierno.
Pues bien, medido
con esa vara, su gobierno es horrible, el es un pésimo presidente y el
kirchnerismo fue mucho mejor, sin ninguna duda y sin ningún complejo
“autocrítico” de nuestra parte; porque tomando la medición que mejor les
parezca, el resultado es siempre el mismo: nosotros dejamos un país con menos
pobres que los que recibió Néstor el 25 de mayo del 2003, y Macri se irá
habiendo agregado varios millones a esa dolorosa lista, en relación con los que
había cuando asumió el gobierno.
Y eso lo pudo
constatar cualquiera que quisiera hacerlo, en carne propia, o por historias de
primera mano más o menos cercanas, sin necesidad de que se lo cuenten Todesca o
el INDEC. Que algunos decidan hacerse los boludos e ignorarlo, es otra
cuestión, que a la que queremos ir.
En ese bizarro tour
de despedida del peor gobierno de nuestra historia democrática que han dado en
llamar la gira del “Sí, se puede”: Macri ni siquiera viene mencionando en forma
tangencial la pobreza, y todos los que van a apoyarlo no se lo exigen, ni lo
interpelan por respuestas a ella, aun cuando quieren que creamos que en el 2015
lo votaron porque prometía la “pobreza cero”: una tomada de pelo tan gigantesca
como pretender que votaron a Macri y lo volverían a hacer, porque les preocupa
la corrupción.
Pero en el
sostenido apoyo a Macri y todo lo que representa (por ejemplo más de cinco
millones de nuevos pobres) de ese tercio siquiátrico de la población argentina
del cual las marchas son apenas una visibilización, hay más que “olvido” de la
pobreza, o perdón y apoyo a las políticas que no hacen sino aumentarla: hay una
deliberada naturalización de la injusticia, la desigualdad y las diferencias
sociales; tanto que es la oposición a toda política pública que tienda a
reducirlas y que de un extraño modo perciben como una amenaza a ciertas
jerarquías sociales que consideran detentar (si es real o no es otro asunto),
el verdadero elemento fundante y cohesionador de su identificación política, y
de sus opciones electorales.
Se trata de gente a
la que no solo los pobres no les importan o los quieren ocultar de su vista
como los borran de sus preocupaciones, sino que si pudieran, los eliminarían
hasta en sentido físico. Basta bucear un poco en las redes sociales para
percibir los discursos de odio que así lo expresan, o ver como festejan el
stand up bizarro de Carrió que habla de los pobres casi como si fueran animales
domésticos.
El núcleo duro del
discurso gorila que hoy es el nudo argumental del relato macrista consiste en
una serie de mistificaciones históricas, por la cual ellos se reservan el
monopolio de los valores (la decencia, la transparencia, la sensibilidad
social, el respeto por las instituciones, el esfuerzo y la cultura del
trabajo), y nos dejan a nosotros la corrupción, el fomento de la vagancia, la
ignorancia fomentada y el autoritarismo.
En tiempos de post
verdad (aunque la cosa viene de lejos), diremos que es un discurso que
prescinde de los hechos, porque no los necesita: poco importa y les importa si
ha sido el peronismo el que más hizo en la Argentina por crear empleo, reducir
la pobreza y la desigualdad o garantizar el acceso masivo a la educación
pública en todos sus niveles; e incluso fue mucho más democrático y
republicano, que lo que ellos jamás serán capaces de ser. O mejor dicho: sí
importa, y por eso nos odian.
Nosotros no somos
perfectos, claro, y tenemos muchos defectos, pero hay uno que seguro no
tenemos: no nos molesta que la gente progrese y que la sociedad sea cada vez
menos desigual e injusta. No solo no nos molesta, sino que trabajamos para que
eso pase, y si nos apartamos de esa huella, no somos dignos de llamarnos
peronistas.
Por eso la
diferencia con cierta gente que hace de la preservación de la verdadera grieta
(la de la injusticia social y la desigualdad) su identidad política, es
abismal, y no puede ser salvada con apelaciones a la buena voluntad, o a
deponer los enfrentamientos entre argentinos. Con gente que odia la movilidad
social de la cual son resultado, con los que necesitan que haya cada vez más
pobres para ser ellos cada vez más ricos, o con los que adopta su visión del
mundo aunque sean unos secos notables, no nos separa una grieta: nos separa
algo más profundo que la zanja de Alsina. Y ojalá que siga siendo así.
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