LA FRASE

"ME DICEN QUE ESTÁ VINIENDO PARA ACÁ EL MINISTRO CAPUTO, ASÍ QUE TRÁIGANME ESA REMERA QUE DICE "NO HAY PLATA"." (KRISTALINA GEORGIEVA)

lunes, 19 de marzo de 2012

UN MINISTRO DE SALUD PARA EL GOBIERNO DE DEL SEL


Periódicamente reaparecen con este tipo de declaraciones dinosaurios como el ministro de Salud de Corrientes (mucho gusto señor ministro, lindo modo de debutar en los medios nacionales), que generan las previsibles reacciones de muchos otros de su misma especie, como pueden ver acá en los comentarios a la nota de Infobae (hay excepciones, hay gente que aun conserva visos de humanidad, eh).  

Recordemos que por declaraciones como éstas (o por la lectura de la realidad que conllevan) Clarín acaba de ser condenado en la justicia por infringir la Ley 26.485 que reprime todas las formas de violencia (aun las simbólicas) contra la mujer.

Se diría que son ya un clásico ejemplo de nuestro subdesarrollo político, junto con los cultores (y apologetas) de la mano dura para resolver la inseguridad, en la onda del tristemente célebre "meterle bala a los delincuentes" de Ruckauff, especímen por cierto reaparecido a partir del caso de "Baby" Echecopar.

Primitivos, rústicos, apelando a las más bajas pasiones de la sociedad, cultores del pensamiento mágico, del más absoluto infantilismo para analizar, describir y proponer soluciones a problemas complejos, sean la inseguridad, la pobreza o los embarazos infantiles o adolescentes.

Porque dejemos de lado la polémica (estéril, absurda, inconducente) a que nos quieren llevar los medios en estos casos para ver si la barbaridad que el tipejo de ocasión (en este caso este ministro correntino) dijo, supongamos que en algunos casos sea cierto que suceden estas cosas.

¿A dónde nos conduce eso como sociedad, que rol le cabe al Estado al que este animal representa?

Apelando siempre al remanido recurso de estigmatizar pobres (en este caso pibas de 10 o 12 años, supuestamente obligadas por sus padres a embarazarse por razones económicas) en un múltiple sentido: nos están diciendo que esos pobres son capaces de cualquier cosa por plata, que además están resignados ellos a aceptar que 270 pesos de la asignación les cambiarán la vida (a menos que hayan descubierto un método para embarzarse mensualmente, o que las pobres pibas tengan cinco hijos al mimo tiempo, eso es lo que obtendrían), aunque sea al costo de tronchar la aolescencia o la niñez de sus hijos.

¿Qué hacemos si las cosas son como usted dice, señor ministro?

¿Eliminamos la asignación, castramos a las niñas apenas nacen, les aplicamos a sus padres la pena de muerte en un juicio sumario?

Si las respuestas posibles parecen absurdas es porque lo son, y son las que subyacen en este tipo de perversiones discursivas: hacia allí conducen, y todo esfuerzo por dotar al asunto de racionalidad, y buscar soluciones concretas a través de políticas públicas (algo a lo que este señor está obligado por su función, para eso le confiaron una tarea tan importante), choca de frente contra un inmenso muro de prejuicios sociales, de cualunquismos primitivos; alimentado y fortalecido justamente con éste tipo de exabruptos.

Con las que por otro lado pasa siempre lo mismo: se lanzan al aire con total soltura (ya pasó acá con el descerebrado de Miguel Del Del), luego aparecen las disculpas del caso o el funcionario del caso es eyectado del cargo en holocausto a la corrección política (hay excepciones: a Sanz luego de su exabrupto sobre la AUH, el juego y la droga, lo eligieron para presidir la UCR nacional), y acá no ha pasado nada.

Todo sigue igual: el verdadero problema social (en este caso, los embarazos de niñas y adolescentes) sigue sin encararse en serio, y el sedimento de barbarie que dejan las declaraciones en muchos sectores de la sociedad crece, alimentando la plataforma del próximo disparate de éste calibre.

De un modo tal que uno se siente pensado a suponer que este tipo de barbaridades son una suerte de confesión implícita no sólo de la estrechez mental del que las dice, sino de su inutilidad política: como no pueden resolver el problema, lo exponen con brutalidad estigmatizante, y huyen hacia adelante: si los rajan, no faltarán quienes se solidarizarán con ellos, diciendo que los echaron por decir la verdad.

Y además en este caso las barbaridades vienen acompañadas  con otro guiño, al criticar el fallo de la Corte sobre un caso aborto no punible contemplado en el Código Penal: ¿qué tiene que ver un caso de abuso perpetrado contra una pobre piba de 15 años por su padrastro (es decir, dentro del mismo núcleo familiar) y sus implicancias penales con que busquen de ése modo cobrar la asignación? 

¿Está acaso sugiriendo que el fallo ha dado luz verde para que pibas de 10 y 12 años se embaracen y aborten (cosa que hemos oído estos días), pero después de haber cobrado la asignación?

Penoso, tristísimo, expresivo de una patología incurable de idiotez política. 

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