Hace 73 años, aquel 17, en aquella plaza, nacían los "70 años de peronismo" a los que hoy -como siempre- el gorilismo les sigue echando la culpa de todas las desgracias que ellos mismos causan, cada vez que gobiernan. Y nacía con aquellas imágenes imborrables, sobre todo para la oligarquía que era (y es) la dueña del país: las masas tomando las calles, copando la plaza histórica, remojando los pies en la fuente para reponerse de la larga caminata. Nacía el hecho maldito del país burgués, en la inolvidable definición de Cooke.
Si la historia fuera una puesta escenográfica, aquel 17 de octubre no pudo ser mejor representación visual de la irrupción política de los excluidos, la ruptura inesperada con el orden establecido, el sacudón que conmocionó a la Argentina visible y audible que se expresaba en los tribunales, la Bolsa de Comercio, el Círculo de Armas o el Jockey Club y que se expresó entonces en la indignación de la señora de Oyuela.
También entonces -como ahora- esa Argentina creía tener todo controlado, el episodio Perón superado, el malentendido aclarado, el país retornado a la normalidad de la granja colonial. Porque al peronismo lo dieron por muerto entonces, antes de nacer, como años después lo daría por muerto Rojas con la metáfora del perro y la rabia, cuando acariciaba el sueño de bombardear la cañonera en la que Perón marchaba hacia el exilio en Paraguay; y como tantas veces más lo darían por muerto después, a lo largo de su historia y la del país.
Cuando se habla de terminar con 70 años de fracasos -es decir, de peronismo- - se está queriendo simbólicamente cumplir la orden incumplida del almirante Vernengo Lima en aquel 17 de octubre: barrer la plaza con una ráfaga de metralla, desalojar la negritud que afeaba estéticamente el paisaje, pero tanto más porque cuestionaba el orden establecido, y el reparto de la torta nacional.
Porque hay que decirlo claro: hoy, como entonces, no quieren terminar con el peronismo y el país que gestó por lo que hizo mal, sino por lo que hizo bien, y nunca debió haber hecho; porque al hacerlo les sublevó a la peonada que debía vivir mansa para siempre. Pero en el afán de destruirlo, lo siguen creando, porque mientras haya injusticia y desigualdad, habrá peronismo, porque como le decía Discepolín a Mordisquito, a Perón lo trajeron ellos.
También entonces -como ahora- esa Argentina creía tener todo controlado, el episodio Perón superado, el malentendido aclarado, el país retornado a la normalidad de la granja colonial. Porque al peronismo lo dieron por muerto entonces, antes de nacer, como años después lo daría por muerto Rojas con la metáfora del perro y la rabia, cuando acariciaba el sueño de bombardear la cañonera en la que Perón marchaba hacia el exilio en Paraguay; y como tantas veces más lo darían por muerto después, a lo largo de su historia y la del país.
Cuando se habla de terminar con 70 años de fracasos -es decir, de peronismo- - se está queriendo simbólicamente cumplir la orden incumplida del almirante Vernengo Lima en aquel 17 de octubre: barrer la plaza con una ráfaga de metralla, desalojar la negritud que afeaba estéticamente el paisaje, pero tanto más porque cuestionaba el orden establecido, y el reparto de la torta nacional.
Porque hay que decirlo claro: hoy, como entonces, no quieren terminar con el peronismo y el país que gestó por lo que hizo mal, sino por lo que hizo bien, y nunca debió haber hecho; porque al hacerlo les sublevó a la peonada que debía vivir mansa para siempre. Pero en el afán de destruirlo, lo siguen creando, porque mientras haya injusticia y desigualdad, habrá peronismo, porque como le decía Discepolín a Mordisquito, a Perón lo trajeron ellos.
Y por la misma razón el peronismo, con todo y sus fallas, agachadas, traiciones y claudicaciones, no ha sido superado históricamente en tanto representación política posible (remarcamos: posible, no inevitable) de los trabajadores argentinos y los sectores populares; aun cuando estemos en un país distinto, fragmentado, en el que el trabajo y los trabajadores han perdido centralidad y peso específico.
Porque incluso en ése (este) país, aquellas tres banderas históricas siguen teniendo plena vigencia: aunque a veces no lo expresen así, los argentinos (o por lo menos la mayoría de ellos) siguen queriendo una patria socialmente justa donde nadie sea explotado, económicamente libre sin que los resortes fundamentales de su estructura productiva estén en manos extranjeras, y políticamente soberana para decidir por ellos mismos, su propio destino. Lo que cambia en todo caso son los modos, los lenguajes, los medios, como cambian las formas del coloniaje, la explotación y la cipayería, y a veces, ni siquiera eso.
Porque incluso en ése (este) país, aquellas tres banderas históricas siguen teniendo plena vigencia: aunque a veces no lo expresen así, los argentinos (o por lo menos la mayoría de ellos) siguen queriendo una patria socialmente justa donde nadie sea explotado, económicamente libre sin que los resortes fundamentales de su estructura productiva estén en manos extranjeras, y políticamente soberana para decidir por ellos mismos, su propio destino. Lo que cambia en todo caso son los modos, los lenguajes, los medios, como cambian las formas del coloniaje, la explotación y la cipayería, y a veces, ni siquiera eso.
El desafío de hoy para el peronismo es recuperar aquel espíritu inaugural del 17, aquella capacidad de interpelar, seducir y entusiasmar; ese sentido rebelde y cuestionador de sus primeros tiempos; porque cuando se mantuvo fiel a él fue cuando realizó las transformaciones más profundas, y cuando se alejó, se perdió en traiciones y esterilidades de su rol histórico. Un peronismo que ayude a que el pueblo encuentre el rumbo, incluso aunque los que lo tienen que liderar no estén disponibles, ni a la altura de las circunstancias: también entonces hubo dirigentes que dudaron, pero el pueblo fue más y fue por más, para rescatar a Perón.
Hoy, como aquel 17 de octubre de 1945, hay que volver a la plaza cuantas veces haga falta, para volver a las fuentes: a visibilizar lo oculto, lo discriminado, lo marginado, lo excluido, lo que quieren enterrar para siempre, y asumir su representación política. Y no solo a eso: el peronismo tiene que volver a ser el vehículo de la defensa de los derechos amenazados, de la recuperación de los perdidos y de la conquista de los pendientes; tiene que asumir la representación de los jóvenes que ven con preocupación el futuro, de los científicos que de nuevo están pensando en irse del país, de los empresarios y comerciantes que se ven obligados a bajar sus persianas agobiados por los tarifazos, las tasas siderales, la destrucción del mercado interno y la apertura indiscriminada de las importaciones.
De los clubes de barrio que no pueden pagar las tarifas, de las universidades a las que se les retacean los recursos. Tiene que ser la columna principal de la construcción de un amplio frente de fuerzas democráticas, nacionales, populares y -como no- feministas, "para que reine en el pueblo el amor y la igualdad", y para poder derrotar a la derecha en las urnas para construir otro modelo de país, no el muletto de la escudería gobernante.
Que hayan pasado años y peronismos a lo largo de ellos, aunque la sociedad haya cambiado, siempre que haya injusticia, desigualdad, explotación, coloniaje, habrá necesidad de peronismo, y si ese peronismo es fiel a sí mismo y su propia historia -o mejor aun, a la justificación histórica de su existencia- habrá, como en aquel 17 de octubre, lealtad popular, en las plazas, en las calles y en las urnas. Porque como decía Evita, la inmortal, si la patria fuera libre y el pueblo fuera feliz, ser peronista sería un derecho, pero en estos tiempos de vasallaje, exclusión, saqueo y tristeza, ser peronista es un deber.
De los clubes de barrio que no pueden pagar las tarifas, de las universidades a las que se les retacean los recursos. Tiene que ser la columna principal de la construcción de un amplio frente de fuerzas democráticas, nacionales, populares y -como no- feministas, "para que reine en el pueblo el amor y la igualdad", y para poder derrotar a la derecha en las urnas para construir otro modelo de país, no el muletto de la escudería gobernante.
Que hayan pasado años y peronismos a lo largo de ellos, aunque la sociedad haya cambiado, siempre que haya injusticia, desigualdad, explotación, coloniaje, habrá necesidad de peronismo, y si ese peronismo es fiel a sí mismo y su propia historia -o mejor aun, a la justificación histórica de su existencia- habrá, como en aquel 17 de octubre, lealtad popular, en las plazas, en las calles y en las urnas. Porque como decía Evita, la inmortal, si la patria fuera libre y el pueblo fuera feliz, ser peronista sería un derecho, pero en estos tiempos de vasallaje, exclusión, saqueo y tristeza, ser peronista es un deber.
Se trata simplemente de volver a las fuentes, sin vergüenzas falsas, sin camaleonismos, sin tibiezas ni moderaciones del discurso para fingir ser lo que no somos, o para ser lo que no debemos ser, porque para administrar el orden macrista no necesitan al peronismo, cosa que parecen no entender algunos dirigentes peronistas: para eso les sobran candidatos y estructuras disponibles.
El peronismo tiene que volver a ser capaz de sublevar al subsuelo de la patria como lo dice Scalabrini en aquellas palabras inmortales, para sacar a la patria y a los argentinos del subsuelo en el que el gobierno colonial del régimen macrista los está sumergiendo. (La imagen de apertura es un panfleto de época, subido por el ingeniero Néstor Sbariggi a su cuenta de Twitter).
1 comentario:
camaradas!?
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