LA FRASE

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sábado, 22 de diciembre de 2018

LA DEMOLICIÓN DEL ESTADO


En los tres años de gobierno de Macri prácticamente no queda rincón o lugar del Estado que no hayan destrozado, o intentado destrozar, en una política de demolición planificada: ni siquiera aquellas agencias estatales vinculadas de un modo directo al modelo de desarrollo puesto en marcha por "Cambiemos" (como el INTA o el SENASA) se salvaron de la guadaña presupuestaria, el desguace organizativo, o la amputación de las capacidades regulatorias, fiscalizadoras o de control.

Ni siquiera podría pensarse que en esos casos lo que se trata es, precisamente, de eliminar molestos controles estatales que, cruzando información entre sí, provean información necesaria para evitar la evasión impositiva, la comercialización de la producción agropecuaria o el faenamiento en negro, u ocultar los reales volúmenes y sotcks de la producción; aun cuando esos objetivos de hecho sean buscados: el "mundo" en el cual quiere insertarnos en el gobierno exige -como requisitos sine qua non o barreras pararancelarias, elijan ustedes la opción que más les guste- ciertos controles y procedimientos que solo pueden brindar agencias estatales con recursos y capacidades.

El objetivo de la demolición del Estado en todas sus formas y de todas las formas posibles atraviesa como eje transversal a todas sus estructuras organizativas, o ligadas a él: así como se lleva lentamente a Aerolíneas Argentinas a la quiebra generándole un mercado subsidiado y de escasas regulaciones a sus competidoras, o se endeuda a YPF y se suben exponencialmente sus pasivos ambientales con un llamativo incremento de la tasa de accidentes que a esta altura no puede atribuirse a la simple casualidad o negligencia, se vacía al PAMI, o se le niegan los fondos imprescindibles para su labor al Equipo Argentino de Antropología Forense.

Poco se puede agregar del desfinanciamiento del CONICET y el abandono de todo plan nacional de desarrollo científico autónomo: no solo se invita implícitamente a los científicos a volver a lavar los platos como en el menemato, sino que muchos de ellos ya han dejado el país buscando mejores rumbos, revirtiendo el proceso virtuoso de repatriación de inteligencia exiliada de los años kirchneristas. El mismo proceso de asfixia presupuestaria sufren las universidades nacionales, los hospitales o los medios de comunicación públicos y la agencia oficial de noticias Télam.

Hasta se llegó al extremo de aprovechar la tragedia del ARA San Juan (otro símbolo de la desidia macrista en el manejo de la cosa pública) para llevar agua hacia el molino de la campaña para cerrar el astillero Río Santiago; en una etapa del programa de amputación sistemática de toda capacidad de desarrollo autónomo, que tuvo también entre sus víctimas a ARSAT: se abandonó por completo el plan satelital aprobado por ley del Congreso en 2014, se regalaron graciosamente órbitas y frecuencias y se otorgaron autorizaciones a prestadores privados, en las mismas condiciones de ligereza con la que se conceden rutas áereas a las low cost.

El vaciamiento del Estado por parte del macrismo ha llegado a los extremos de paralizar por completo la actividad del INTI y dejar a los argentinos desprotegidos frente a la posibilidad de que funcionen máquinas, instrumentos o aparatos en condiciones inadecuadas, o con materiales que no resistirían ensayos serios y a fondo. Que decir del abandono del plan nuclear, y la paralización de la construcción de las nuevas centrales, otra cara más de la misma moneda.

Se ha puesto deliberadamente al borde de la quiebra nada menos que al Banco Nación, y se redujo sustancialmente el valor en dólares del Fondo de Garantía de Sustentabilidad de la ANSES; y se desmantelaron tanto el canal Encuentro y la señal Paka Paka, como el equipo de inspectores de la Secretaría de Comercio o el programa "Precios Cuidados"; y ya no se recibe ni se requiere información sobre evolución de los costos de las empresas, o planes de inversiones de las petroleras.

Demás está decir que, en éste contexto, el Estado ha abjurado voluntaria y deliberadamente de sus capacidades de regulación y control de aquellos servicios que ha otorgado en concesión para su prestación por privados, como el gas o la electricidad en el AMBA; y ha renunciado a todo rol rector o siquiera orientador en el desarrollo científico y tecnológico, o en el modelo de desarrollo productivo, como lo ha hecho en todos los país que ellos mismos consideran como ejemplos a seguir.

Un daño tan generalizado y extendido no puede ser obra de la casualidad, sino que responde a un plan preconcebido desde el primer momento, con objetivos múltiples: desde generar nichos de negocios redituables para el sector privado (en especial para aquellos vinculados al gobierno y al propio Macri), hasta cohonestar la idea de que lo público estatal es sinónimo de atraso, corrupción y gasto innecesario: el evangelio neoliberal de los recortes de impuestos al capital tiene su contracara necesaria en la idea de un Estado mínimo, inoperante, disminuido en sus capacidades, y minado desde adentro al haber sido colonizado por los lobbies de intereses en los que la "puerta giratoria" con los negocios del mundo privado es una práctica habitual.

Sin embargo, en cada frente en el que el macrismo ha intentado hincar el diente sobre el aparato estatal para devorarse un pedazo de él o simplemente destruirlo, ha avanzado tanto como la resistencia social se lo permitió, y el panorama al respecto no es muy alentador que digamos: fuera de la lucha de los trabajadores del Estado y sus organizaciones (y ni siquiera todas ellas), una buena porción de la sociedad parece haber comprado el libreto neoliberal, así como compró aquello de Martínez de Hoz de que "achicar el Estado es agrandar la nación", o el decálogo menemista de Dromi: "Nada de lo que deba ser estatal, permanecerá en manos del Estado".

Sobre esa visión simplista que identifica Estado con impuestos, ñoquis y empleo improductivo a costa del bolsillo de laburante común machaca el macrismo, y lo hace con eficacia. Hasta que, por supuesto, todo vuele por los aires otra vez, y el Estado vuelva a convertirse en el lugar de la queja, y casi el único elemento de cohesión de una sociedad disgregada por el despliegue brutal del neoliberalismo, como en la crisis del 2001.

En ese contexto, se les hace difícil explicarles a muchos que se tragaron el verso de los miles de jardines de infantes que se iban a construir con la plata del "Fútbol Para Todos", que ese mismo Estado al que achican y desfinancian, subsidia a diario la bicicleta financiera y la fuga de capitales "con la plata de mis impuestos"; pero en cantidades infinitamente mayores.

El desguace del Estado, su vaciamiento y su destrucción sistemática son para el macrismo un objetivo de primer orden, por convicciones propias, por el modelo de país dependiente y colonizado que eligieron, y por los draconianos compromisos contraídos con el FMI a cambio del salvataje financiero de su gobierno; y por esa razón son también una línea de defensa de los sectores populares en este año que queda de estropicio de "Cambiemos"; tanto como una labor prioritaria en la reconstrucción del país devastado que le dejarán al futuro gobierno.

Pero esa tarea requiere además trabajar sobre esa aceptación social del desguace del Estado por tipos que, lejos de la "derecha moderna y democrática" que imaginaron algunos, odian lo público y todo lo que representa, aun en  potencial: un elemento disciplinador de las fuerzas del mercado, e igualador de las cargas en una sociedad.

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