El balotaje o segunda vuelta en las elecciones presidenciales no es un invento argentino, pero entre nosotros tiene un origen histórico bien concreto: lo introdujo Lanusse en su Estatuto Fundamental que reformó en 1972 la Constitución vigente (la de 1853 con todas sus reformas menos la de 1949), para que rigiera en las elecciones que se terminaron realizando el 11 de marzo de 1973; en las que por primera vez en 18 años iba a participar el peronismo, aunque sin Perón como candidato.
El contexto en el que el "Cano" diseñó la maniobra era el fracaso del GAN (Gran Acuerdo Nacional), su intento de comprometer a Perón y al peronismo en una salida política continuista de la dictadura, lo que derivó en una salida electoral empujada por un clima de creciente conflictividad social y política desde el Cordobazo y el crecimiento del accionar de las organizaciones armadas. El objetivo del balotaje era claro: aglutinar en esa instancia todos los votos de las fuerzas políticas anti-peronistas que individualmente no alcanzaban volumen, para frenar el retorno del peronismo al gobierno.
La maniobra fracasó porque aun sin Perón como candidato, el FREJULI con Cámpora rozó el 50 % de los votos y frente a la contundencia del resultado, Balbín y la UCR declinaron participar en la segunda vuelta, anticipándose a una segura derrota que no haría más que reforzar la legitimidad del triunfo peronista: cualquier parecido con Menem frente a Néstor Kirchner en 2003, no es casualidad.
Más acá en el tiempo y hasta hoy lo introduce Alfonsín en el marco de las negociaciones del pacto de Olivos que concluirían en la reforma constitucional de 1994, y exactamente con el mismo propósito que Lanusse: cerrarle el paso a un triunfo electoral del peronismo, por entonces en su encarnación menemista. Menem -que habrá sido cualquier cosa menos zonzo- advirtió el peligro que implicaba introducirlo en la Constitución con la fórmula clásica (para ganar es necesario obtener la mitad más uno de los votos válidos afirmativos): en las elecciones que lo llevaron a la presidencia en 1989 y después del descalabro del gobierno radical hiperinflación incluida, Angeloz obtuvo el 38 % de los votos, lo que implicaba que el polo anti-peronista de la sociedad era una fuerza a respetar.
De allí que haya pactado introducir el balotaje pero con la fórmula atemperada con la que lo conocemos hasta hoy, y que no le fue necesaria en su segunda candidatura (1995), porque logró captar (y espantar, pero en menor medida) votos de los dos lados de la grieta que divide a los argentinos desde 1945; e incluso es posible que -con su primer gobierno a la vista- haya tenido más votos gorilas, que peronistas. Una excepcionalidad que no se volvería a repetir, tanto que en 2003 el propio Menem intentó recrearla y tuvo que bajarse -justamente- del balotaje con Kirchner, frente a lo que era una segura derrota estruendosa.
Por razones que no es del caso analizar ahora y mal que nos pese, el polo anti-peronista de la sociedad es a priori más competitivo en términos electorales, porque hay más gorilas que peronistas (no es casual que el anti-peronismo haya ganado los dos únicos balotajes habidos hasta acá en nuestra historia); pero en cada elección se fracciona y dispersa porque todos quieren ser el instrumento de la aniquilación definitiva del peronismo, que es a lo que ha quedado reducido progresivamente su programa político desde 1945 para acá.
El peronismo nació enfrentando a una coalición de fuerzas políticas y sociales (la Unión Democrática) que lo único que tenían en común entre sí era oponérsele, y les ganó (aun cuando Perón no era entonces lo que fue después) siendo fiel a sí mismo, es decir asumiendo en plenitud el desafío de representar los intereses de los que lo habían elegido como vía de expresión política, frente al fracaso de los partidos tradicionales.
Si en las elecciones que vinieron después hasta el golpe que lo derrocó en 1955 fue aumentando invariablemente su legitimidad, las razones hay que buscarlas en su desempeño en los gobiernos de Perón, que son las mismas razones por las que la Argentina gorila los mantuvo proscriptos (a ambos, Perón y el peronismo) durante 18 años, sin permitir elecciones realmente democráticas en el país. El objetivo era el mismo que luego trataría de conseguir Lanusse introduciendo el balotaje: impedir que el peronismo volviera a gobernar la Argentina; como si hubieran dicho "No vuelven más, porque nosotros nos vamos a asegurar de que así sea".
La enseñanza que deja la historia es muy clara: cuando el peronismo (tantas veces acusado de ser puro pragmatismo vacío de ideología en busca del poder, a veces con razón) es fiel a sí mismo gana claro; como pasó con Cristina en la fórmula presidencial en 2007 (después del gobierno de Néstor) en 2011 (después de su propio gobierno) y en 2019, después del desastroso gobierno de Macri. A la inversa, cuando el peronismo duda y busca un perfil componedor -en sus programas y en sus candidatos-, pierde: pasó en 2015 con Scioli (cuando Cristina no podía ser reelecta), y volvió a pasar en 2023 con Massa, después del fallido gobierno de Alberto, que fue en si mismo otro fracaso intento conciliador con la Argentina gorila.
Vienen a cuento estas reflexiones por lo que está pasando en estos momentos en el país, y que es -en nuestra opinión- bastante obvio: conforme se desinfla aceleradamente el polo libertario del anti-peronismo ante el fracaso estrepitoso del gobierno de Milei, empiezan a inflar rápidamente el polo "republicano"; desde la embajada (como en 1945) y el poder económico local, como cuando el presidente de la UIA Luis Colombo firmaba los cheques para costear la campaña de la "Unión Democrática". Recrean el partido del balotaje, para volver a cerrarle el paso al peronismo, como hicieron antes Lanusse y Alfonsín.
Ya vieron que las colectoras por afuera para restarle votos al peronismo pueden no alcanzar (como pasó con Lavagna en 2019 para impedir el triunfo del "Frente de Todos") no alcanzan o no quieren correr riesgos, por si falla lo que consiguieron con Schiaretti en 2023, restándole a Massa los votos que le hubieran permitido ganar en primera vuelta. Por eso ahora intentan recrear la transversalidad que consiguió Menem en 1995, metiendo al peronismo anti-peronista de Córdoba (parte del partido SOCMA conducido por Macri) adentro de la nueva Unión Democrática denominada "Provincias Unidas", junto con electrones sueltos como Randazzo: por escasos que estos anden de votos, no están los tiempos como para andar desperdiciando ninguno.
Para el peronismo el retorno al poder no será sencillo, pero tiene una condición esencial, como cada vez que ganó desde 1945: ser fiel a sí mismo, en los sectores sociales a representar políticamente, en el programa a someter al voto popular, en el liderazgo y en las candidaturas; en ese orden y no al revés. Aun así no hay garantías de ganar (nunca las hay en política), y menos en las condiciones de excepcionalidad anti-democrática que crea la proscripción de Cristina. Pero sin eso no hay chances.
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